Cronológicamente y como banco experimental en el uso de la mascarilla, primero fue la gran calima de febrero de 2020. Era fin de semana, días ... 22 y 23, y aquel denso manto naranja nos incomunicó durante horas, con aviones que no podían despegar. O que no podían aterrizar y tenían que ser desviados a Funchal. O ni tan siquiera poder salir desde sus aeropuertos de origen rumbo a Canarias.
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Con una visibilidad que apenas alcanzaba los quinientos metros de distancia. Y con unos niveles de concentración de partículas en el aire hasta sesenta veces superior al valor medio diario máximo recomendado para nuestros pulmones. Momento en que empezamos a usar mascarillas básicas para poder respirar decentemente. Y en que se saturaron nuestras urgencias con personas con asma.
Tan sólo una semana antes de aquella indescriptible calima, el domingo 16 de febrero, me había dado por escribir (y CANARIAS7 había tenido a bien publicarlo) un artículo titulado 'Winter is coming' ('Se acerca el invierno'), archiconocida frase convertida en icono de la serie televisiva 'Juego de Tronos'. Un título por el que opté, les reconozco, más por mi afición a dicha serie, que por el hecho en sí de proyectar a corto plazo la posibilidad de que la economía se pudiera ir al garete. Por desgracia, sucedió.
Ni que fuera yo Nostradamus, me atreví no obstante a reseñar aspectos como «…que la actividad económica en Europa se está ralentizando es también una certeza y, por tanto, afecta a la decisión de nuestros turistas respecto a si viajar o no ahora, o si dejarlo para otra ocasión…Y si ahora resultara que no un resfriado, sino una congestión mundial ralentizara aún más los ritmos de la economía…por temor al contagio del ya archiconocido coronavirus…(esos) temores podrían generar alguna consecuencia no deseada en el funcionamiento de nuestro principal motor económico, el turismo».
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Ya saben lo acontecido muy poco después: alarma, confinamiento, dolor, muerte, cero económico y turístico... El próximo 14 de marzo se cumplirán cinco años desde que se decretara el estado de alarma en nuestro país, e imposible olvidar el confinamiento y todas las circunstancias sociales, laborales, económicas y, sobre todo, sanitarias. Con especial recuerdo desde estas líneas a todas las personas tristemente fallecidas por motivo de la Covid-19, y perenne estima y consideración a sus familiares.
Miles de fallecidos en nuestro país (121.760 personas, según los datos oficiales, entre el 15 de febrero de 2020 y el 30 de junio de 2023) entre los que también se contaron cientos de profesionales sanitarios que, desde el minuto 1 y en aquel terrible y metafórico campo de batalla, hicieron frente a un enemigo invisible. A pesar de no contar con medios materiales de autoprotección ni en cantidad ni, especialmente al inicio de la tragedia, en calidad para afrontar aquel desafío de tanta envergadura.
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Aquellos profesionales sanitarios a los que, desde ventanas, balcones o azoteas, se empezó, empezamos, a aplaudir emocionadamente desde aquel mismo 14 de marzo y todos los días a las 20:00 horas ('a las ocho') en simbólico e infinito agradecimiento, a raíz de un movimiento de solidaridad empática surgido a través de las redes sociales. Un aplauso al unísono que movilizó como nunca, y con el corazón en la mano y las lágrimas por las mejillas, a millones de españoles, y que nos daba a entender que, de alguna u otra forma tras la tragedia, de la pandemia saldríamos mejores. 'Resistiré'.
Sin embargo, la sensación al respecto de lo que expondré a continuación estaba ahí, dado lo que se venía observando, escuchando o leyendo atomizadamente desde hacía meses, incluso desde hacía un par de años (para ser más precisos, desde el 4 de julio de 2023, fecha en que se declaró oficialmente finalizada la pandemia, para dar paso a una fase de transición en la denominada 'vuelta a la normalidad'). 4 de julio, por cierto, fecha de cumpleaños de Don José Segura Clavell (yo le leo y él a mí), de mi padre, y a la que me referí en anterior artículo en cuanto a los despropósitos de Trump.
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Me refiero a la reciente rueda de prensa de la Policía Nacional en Madrid, la cual ha resultado demoledora y ha puesto negro sobre blanco respecto al social y genérico 'dicen que', o 'me contaron que': según los mandos policiales, el 2024 recién finalizado presenta un balance de más de 10.000 intervenciones policiales en nuestro país en lo relativo a agresiones a profesionales sanitarios. Con más de 3.000 actuaciones en centros sanitarios, y unas 7.000 en asistencias domiciliarias, habiéndose practicado hasta 106 detenciones por tales hechos delictivos. Hagan los cálculos, 27 actuaciones policiales de media al día, y una detención cada tres días sólo por esta cuestión. Sobran las palabras.
Incremento de agresiones al colectivo de profesionales sanitarios que coinciden, en bochornosa tendencia y en el epígrafe de 'médicos', con los aportados por el Observatorio Contra las Agresiones dependiente de la Organización Médica Colegial, que para todo el anterior 2024 señala que se produjeron un total de 847 agresiones a médicos, triste récord desde que se tienen registros anuales.
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Con el dato a considerar de que, en realidad los médicos denuncian finalmente ante la Policía, y a través de sus respectivos colegios oficiales, sólo un 43,5% de las agresiones realmente sufridas, bien por el sentimiento de indefensión o por el temor a represalias por parte de agresores y familiares, al convivir por lo general facultativos y tan singulares 'pacientes' en el mismo entorno.
Claro que si queremos extender este análisis a la situación de otra figura que siempre fue y debe o debiera ser clave en los principios y estructuras básicas de cualquier sociedad que se precie en valores y respeto (la maestra, el maestro, la profesora, el profesor), los datos no le van a la zaga.
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Porque ya finalizando 2024, el último informe del Defensor del Profesor de la Asociación Nacional de Profesionales de la Enseñanza (ANPE) reportaba que, en España, en el curso académico 2023-2024 se había producido un incremento del 13,7% en agresiones de alumnos a los docentes, así como un incremento del 7,9% en actuaciones en apoyo del profesorado en situaciones de conflictividad, viniendo a describir estos datos los representantes de dicha asociación como 'la punta del iceberg'.
Seguro de que todos estos datos relativos a colectivos tan fundamentales no les sorprende del todo o para nada, porque no dejan de ser extrapolación matemática final de una realidad, la realidad de la calle, que nos viene manifestando desde hace ya tiempo probados síntomas de que la violencia, en cualquiera de sus formas, no sólo física, sino también gestual o actitudinal es ya casi una constante. Y no sólo en ámbitos sanitarios o académicos. También en el deportivo, en el transporte público, …
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Y lo descrito tampoco debería extrañar en un país en que, desde su principal institución gobernante, la estatal, viene incomprensiblemente desasistiendo -si no desmantelando o minorando- continuamente a Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado en dotación de recursos de toda índole, en equiparación de derechos o en atribución de competencias. Sin olvidar que es incluso este actual gobierno central el que -a conveniencia, eso sí- pone públicamente en tela de juicio (recuerden la rueda de prensa de Sánchez en Bruselas) a nuestro Poder Judicial, garante de justicia, libertad e igualdad -además de tampoco dotarlo adecuadamente en medios humanos, materiales y tecnológicos.
Como tampoco debe extrañar lo de la 'gratuidad' y alza de agresiones a sanitarios y docentes, entre otros colectivos a la vez que otro tipo de delitos, si consideramos que el actual infame espejo al que mira la sociedad española es ese que refleja que, en pocas palabras y en primer lugar, lo que se estila, prima y aplaude es el incumplimiento o manoseo de leyes (pregúntenle a nuestra Constitución) según los peculiares cánones sanchistas de progresismo para la pervivencia a toda costa en el poder.
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Y, en segundo lugar, porque ese mismo espejo nos devuelve la imagen de un prófugo de la Justicia que gobierna de facto nuestro país, visto lo visto, desde el extranjero y mediador salvadoreño por medio. O la de las condenas en firme por agresiones sexuales aún con premio en virtud de la ley «del sólo sí es sí». O la de un imparable y legislativamente avalado fenómeno de la okupación e inquiokupación que usurpa el inviolable derecho de la propiedad privada. Entre otras nefastas imágenes. 'Si male egeris, vencis'. Si te comportas mal, vences. Pregúntele si no a Trump o a Putin.
¿Recuerdan cuando aplaudíamos a las ocho? Ahora, conscientemente o no, reímos todas las gracias sin excepción. Y lo peor de todo, a todas horas, no sólo a la hora del telediario. Y no es buen síntoma.
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