La expulsión de 22 niños de 10 y 11 años de un tren en León, a medio camino de su viaje, por su mal comportamiento debe llevarnos a la reflexión sobre la sociedad que estamos creando, con jóvenes que se creen por encima de todo. Y para más 'inri', se crucifica al revisor que tomó la decisión. Algo falla
La semana pasada viví una situación en la guagua número 17 que invita mucho a la reflexión sobre la sociedad y los jóvenes que estamos formando, con muy poca educación, cero civismo y ningún respeto por nadie ni nada.
Dio la casualidad que lo vivido ocurrió apenas cuatro días antes de que se conociera la decisión de un revisor de Renfe de dejar en Palencia, a medio camino, a 22 chicos de 10 y 11 años que se dirigían desde Cataluña a León por el escándalo que estaban montando en el tren, molestando al resto de los pasajeros. Yo no estaba en aquel tren y no sé lo que ocurrió exactamente pero viendo cómo actúan los niños y los jóvenes de hoy, que no tienen ningún límite y actúan sin acatar ninguna norma, creo que la actuación del revisor fue adecuada máxime cuando se había advertido a los acompañantes de los niños de su inadecuado comportamiento. Además, cuando se les dejó en Palencia se les puso una guagua para llegar a destino, vamos que no se quedaron desamparados en medio de la nada. Y tiene que haber contundencia para que aprendan la lección y sepan comportarse. Con 10 y 11 años uno tiene que ir sentado en su asiento, respetando a los demás pasajeros. No ir como si estuvieran en casa de un amigo celebrando una fiesta. Además, viajaban sin mascarilla cuando se les había avisado de que se la pusieran. Las reglas son las reglas.
Esta contundencia fue la que faltó en mi guagua. Iban siete jóvenes de unos 14 ó 15 años sentados con sus tablas de 'bodyboard' que ocupaban cuatro asientos más. La guagua empezó a llenarse y accedieron varias personas mayores pero en ningún momento se prestaron a retirar sus tablas y colocarlas en otro sitio para dejar libres los asientos.
Una pasajera les recriminó su comportamiento y, lejos de hacer algo, siguieron con sus tablas ocupando los asientos mientras se reían y burlaban de la mujer. Otros pasajeros cedieron su asiento a las personas mayores mientras ellos seguían de risas y fiesta, molestando al resto de los viajeros.
La pasajera que les había llamado la atención empezó a llamar al guagúero para que tomara cartas en el asunto pero el conductor o no se enteró o no se quiso enterar porque no se movió de su sitió ni actuó. Pensaría que qué necesidad tenía él de meterse en líos. Y así hicimos todo el trayecto. Los chicos empoderados y creyéndose más listos que el resto y los demás soportando sus tonterías.
¿Debería haber actuado el guagüero y mandarles dejar libres los asientos de las tablas para las personas y en caso de no hacerlo echarles de la guagua? Yo creo que sí. Sin embargo, una decisión así podría haber supuesto un problema para el guagüero, al igual que le pasa ahora al revisor de Renfe. Hasta el Defensor del Pueblo va a abrir una investigación por si la decisión del revisor pudo violar los derechos de los menores, y vete a saber si lo amonestan. Alucino.
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