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Cada vez celebramos más Halloween, una fiesta importada de la cultura anglosajona que tiene lugar la víspera de Todos los Santos. Pero no es la única festividad que hemos como borregos consumistas. Papá Noel ya es un personaje más en nuestros anhelos. Aunque no tengamos chimenea, los regalos llegan con el gordo vestido rojo el día de Navidad y los tres Reyes Magos han pasado a ser tres disfrazados, uno pintado de negro, que pasan por la calle a camello tirando caramelos como misiles un día antes de volver al cole. Ya es habitual lanzarse a la oferta en el , celebrar San Valentín, quien puede, con flores y una cena romántica, o, más recientemente, el Oktoberfest se ha convertido la excusa perfecta para vender cerveza y salchichas tamaño XXL.

Halloween es un invento de los americanos que hemos asimilado rápido y sin remilgos. Más los niños, encantados de disfrazarse en competencia con nuestro carnaval, y comer chuches sin límite tocando de puerta en puerta. Sin embargo, hay quienes ven esta fiesta como una amenaza más que una mamarrachada yanqui que ha llegado para quedarse. Las tradiciones no deben perderse porque forman parte de nuestra identidad y en Canarias, aunque no lo parezca, sigue habiendo románticos que el 1 de noviembre se inflan de castañas. Que celebran la noche de los finaos, o finados, recordando a sus antepasados con malagueñas y folías al calor de una hoguera entre amigos o familiares. Seguimos siendo muy católicos, aunque no lo practiquemos, y es costumbre que en estos días los camposantos de los pueblos se engalanen mientras las floristerías hacen su agosto. Hacer una visita a las tumbas de los seres queridos, llevar flores y recordarlos es una muestra más de que no caen en el olvido. A ellos les debemos las tradiciones.

Parece difícil luchar contra Halloween, y un poco inútil, pues es una fiesta cada vez más integrada en nuestro calendario. La solución podría ser el de hacer convivir esta fiesta importada con las tradiciones más populares y luchar porque no se pierda ninguna forma de celebración tradicional pues, al fin y al cabo, es una muestra más de cultura popular. Nuestro ADN como sociedad.

Quizás el peligro esté en las nuevas generaciones. Yo estoy seguro de que aunque festejemos Halloween, nuestras costumbres jamás desaparecerán, ya que son parte de nuestra identidad. Y lo importante es que los niños que anoche se disfrazaron de zombis o brujas también lo tengan claro. No se trata de dar a elegir, sino de explicar lo que somos y de dónde venimos.

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