Las canciones no se roban

La cantaron por primera vez en junio de 1973, durante una marcha de mujeres en apoyo al gobierno de Salvador Allende. La creación de Sergio Ortega fue entonada al vuelo por Quilapayún, leyendo porque no se habían aprendido la letra. Entonces Santiago de Chile era una ciudad en ebullición; por cada protesta contra la unidad popular gobernante se convocaba otra de apoyo.

Era una apuesta complicada, la que pretendía instaurar en América Latina un régimen progresista, con un plan dirigido a acabar con la pobreza que incluía la nacionalización de empresas, muchas de ellas de capital estadounidense.Conviene aclarar que el de Allende no fue el primer intento revolucionario en Chile. Entre 1929 y 1932, antes de la Segunda Guerra Mundial, el país vive una convulsión creciente que culmina con la muy breve República Socialista.

Los 101 días de esta primera aventura crearon leyes que 38 años después iban a dar cobertura a las nacionalizaciones en sectores clave. Todos los partidos del Congreso apoyaron ¡por unanimidad! la operación que dejaba a las empresas estadounidenses sin el negocio del cobre, la chispa que encendió la mecha del golpe militar de Pinochet. A los títeres de Washington tampoco les gustaba la reforma agraria, ni el aumento de salarios a los obreros.

Este fin de semana se reunieron en Canarias manifestaciones contra la «invasión de inmigrantes», con gritos de «fuera el comunismo» y consignas contra gobiernos y periodistas. Entre los pocos tonos usados en la escena se encontraba la muy repetida El pueblo unido jamás será vencido, con escaso eco en los coros, incapaces de ir más allá del estribillo. De haber completado la melodía, se les habría atragantado «la luz de un rojo amanecer anuncia ya la vida que vendrá». Esto se llevan aprendido los congregados. Por favor, no roben las canciones.