Este lunes Telde vivió una jornada de caos con más de 30 litros por metro cuadrado cayendo en muy poco tiempo. Barrancos desbordados, calles convertidas ... en ríos, coches arrastrados por la corriente. Lo de siempre cuando el cielo se rompe y la isla vuelve a quedar en evidencia. Pero entre el desastre emergió algo más fuerte: la gente.
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Los vecinos de Salinetas no esperaron a que nadie les dijera qué hacer. Salieron con palas, con sachos, con lo que tuvieran a mano. Se unieron a los operarios, a los cuerpos de seguridad, a todo aquel que estuviera dispuesto a poner el hombro. Porque cuando hace falta, se ayuda. Punto.
Lo mismo ocurrió en Valencia con la última Dana: ciudadanos organizándose para limpiar, para reconstruir, para devolver a su entorno un poco de normalidad. Porque cuando las instituciones flaquean -y lo hacen a menudo-, son los propios vecinos quienes sostienen el entramado social.
Gran Canaria, una vez más, mostró su vulnerabilidad frente a fenómenos extremos. Infraestructuras débiles, barrancos que se desbordan, sistemas que no están a la altura. Pero también dejó claro algo más importante: aquí la resiliencia no es una palabra de moda, es una forma de vivir.
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El alcalde, Juan Antonio Peña, habló de prudencia y la prudencia de los vecinos fue actuar. Cada pala hundida en el barro, cada garaje despejado, cada mano tendida fue la prueba de que la verdadera fortaleza no está en los despachos, sino en la calle.
Porque cuando la naturaleza golpea, la mejor respuesta no es la resignación ni el miedo. Es la comunidad.
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