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El tiempo no tiene precio, no se puede comprar. Vuela sin darnos cuenta y muchas veces, demasiadas, sin haberlo disfrutado con la intensidad y calidad debida. En infinidad de ocasiones ese tiempo pasa entre quejas, aspavientos, desaires, absurdos... sin detenernos a pensar que el presente es pasado en un segundo y que rara vez se puede atrapar lo que se va. Y entonces, por qué caer de nuevo en el error.

A todas estas, la tecnología y el tiempo que requiere su uso roba la existencia sin que queramos darnos cuenta. Así pues, en un intento de mejorar mi espacio vital, la mejor decisión que podría tomar para lo que resta de este año 2018 es precisamente dejar a un lado teléfonos inteligentes, tablets, ordenadores... Aunque no va a resultar nada fácil. La tecnología manda en nuestro espacio vital y son pocos los que se pueden permitir el lujo de ser analógicos.

Entonces, ¿qué hacer? Reducir el tiempo que malgastamos –que malgasto– en visualizar, que no leer, noticias absurdas, en repasar qué hace la gente en redes sociales y cómo presume de vidas flamantes es una buena manera de empezar a disfrutar del tiempo propio sin que haya interceptaciones tecnológicas que no llevan ningún camino.

Y si para uno es difícil resistir el asedio, ¿cuánto más debe serlo para jóvenes y niños? Leo que «los niños deben pasar los seis primeros años de su vida sin tecnología» (Álvaro Bilbao). El neuropsicólogo y psicoterapeuta de moda entre padres y madres de pequeños hoy en día en nuestro país afirma que antes de entregar a los infantes a la tiranía de las pantallas hay que enseñar al cerebro «a pensar, a estar atento, a imaginar». El pensamiento se esfuma con las tablets, la imaginación se estanca, la atención se evapora y con ello se evidencia la escasa comprensión lectora de los niños, la falta de sueño, los problemas de concentración... una forma de tantas de hacer que la niñez quede atrás a pasos agigantados e innecesarios.

Es ardua la tarea a la que debiera enfrentarse la sociedad en peso, no solo unos pocos educadores que por ahora claman en el desierto. Es más, se ha empeñado el sistema educativo en enseñar a nuestros niños y niñas mediante la tecnología, haciendo creer que es más atractivo leer un cuento pasando pantallas-hojas con un solo dedo, que las sumas y las restas son más llevaderas en pizarra digital. Puede ser. Pero no está demostrado. Así que no estaría mal disfrutar nuestro tiempo sin injerencias luminosas.

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