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La melancolía es, por sí misma, una sustancia destinada a perderse entre las grietas del tiempo. Cuestión aparte es la memoria. Ella está hecha de ... otra materia, sobre todo cuando de ella emergen los pilares de la identidad, que nos sirven además como atalaya para divisar el futuro. Y como acicate para avanzar con paso firme hacia el horizonte, respetando el pasado sin repetir sus errores.
La nostalgia navega por los lugares más lejanos e insospechados, aunque en este caso deberían resultarnos cercanos y comprensibles. Lo hace por ejemplo entre los canales de aguas frías y oscuras de uno de los grandes distritos financieros de Londres, el Canary Wharf, el 'Muelle Canario', el puerto comercial más transitado del mundo en los albores del siglo XX y cuyo nombre revela la importancia del comercio marítimo entre el Reino Unido y las Islas Canarias, con protagonismo del tomate canario.
La historia, si se olvida, se convierte en ese papel que amarillea olvidado en las hemerotecas, como la fotografía tomada a principios de la pasada centuria en Hamburgo que muestra a un carro de transporte tirado por caballos para proteger los frutos del frío y hacer publicidad del producto: 'Tomates canarios: son los mejores'. O como la nota suelta del ejemplar del 28 de febrero de 1885 con la que un comerciante británico afincado en Liverpool subrayaba las bondades del tomate canario ante un público y una sociedad británica que se afanaba en cultivar la hortaliza en jardines y en pequeños invernaderos particulares, con un éxito casi siempre tan exiguo como el sol inglés.
Esta nota está considerada la primera evidencia escrita de la exportación de tomate canario a tierras británicas. Este hecho define el inicio histórico de la gran aventura del tomate canario y de la revolución económica y social que supuso para las islas y muy en particular para Gran Canaria, a día de hoy la isla en la que se produce la mayor parte de las 30.000 toneladas anuales que se cosechan en la comunidad autónoma. Supone diez veces menos que en su apogeo, en los años sesenta. A lo largo de varias décadas, el rojo del tomate tiñó las cifras económicas isleñas. Fue antes de las dificultades y de los números rojos que, por distintas circunstancias, fueron mermando el cultivo, declive simbolizado en crecientes mares de plástico abatidos por el viento y el olvido. Pero la rama de la memoria es demasiado fuerte y orgullosa para caer al suelo sin más. Y también se mantiene firme la voluntad del sector para seguir adelante. A pesar de todo. He podido comprobarlo este mismo viernes con motivo del 140 Aniversario de la Exportación del Tomate Canario (1885-2025), programa organizado con tanto cariño como acierto y oportunidad por la Federación de Exportadores de Productos Hortofrutícolas de Las Palmas (Fedex). La visita a los cultivos y almacenes de empaquetado me ha permitido corroborar que el tomate canario se mantiene en pie por sus raíces históricas y porque es un emblema de Gran Canaria. Pero sobre todo por la convicción, el esfuerzo, la voluntad permanente de innovación y de adaptación, y la visión de futuro que demuestran en sus palabras y sus acciones las personas que dan vida al tomate canario en nuestra isla en la actualidad. Todo ello nos hace confiar en el porvenir del tomate canario, especialmente del que se produce en Gran Canaria, y da alas y justifica el apoyo del cabildo a lo que es mucho más que un sector económico. Nos guían la estrategia y la emoción. Según comprobé también, el tomate canario desprende aún, junto a su característica fragancia, un aroma de recuerdos que resume una parte esencial de nuestro devenir como sociedad moderna. El tomate ejerció de salvador porque llegó en un momento trascendental, cuando se descosían las costuras de la industria de la cochinilla y el fantasma de la emigración masiva sobrevolaba de nuevo los cielos canarios. La arquitectura comercial ideada y desarrollada por los británicos, con el Puerto de La Luz como elemento clave, la implantación de nuevas técnicas de cultivo posteriormente adaptadas y perfeccionadas por la proverbial resiliencia de los agricultores y agricultoras de nuestra tierra y las extraordinarias condiciones climáticas,que hacían posible su producción mientras Europa tiritaba, lo que abría de par en par una amplia ventana comercial, catapultaron el cultivo hasta niveles nunca vistos.
Varias generaciones crecieron entre tomateras, en medio de latadas, socos y cucañas, sorribando las fanegadas de tierras, abriendo surcos, plantando las semillas, arrastrando las malas hierbas, cargando los frutos de las faldiqueras a los ceretos para después trasladarlos a los almacenes de empaquetado… Se vivieron épocas muy duras, de inmigración interior y de otras islas hacia Las Majoreras, Las Puntillas, Montaña de los Vélez, Las Rosas, Cruce de Arinaga, Cruce de Sardina, Doctoral, El Tablero o El Castillo del Romeral. Épocas de condiciones precarias de vida, de cuarterías, de sangre, sudor y lágrimas, de regímenes laborales casi feudales, de luchas sociales que consiguieron democratizar la producción hasta lograr que a los dinámicos empresarios iniciales, primero extranjeros y después canarios, se sumaran, con los años, pequeños y medianos emprendedores locales, en su mayoría hijos de aparceros, que poblaron el paisaje de cooperativas agrícolas pujantes…
El tomate fue un motor de arrastre que lo movilizó prácticamente todo. La escasez de agua alentó las soluciones más ingeniosas, dando un nuevo impulso a la gestión hídrica insular. El sistema de bancales o terrazas escaló el terreno para aprovechar cada palmo. Las cuarterías, según nos recordó el experto de la FEDEX Gustavo Rodríguez, entre otras tantas historias, estadísticas y curiosidades, se convirtieron en núcleos sociales donde se forjó una identidad compartida. Al predominar la mano de obra femenina, fueron espacios de transmisión cultural, donde fructificaba también el sentimiento de pertenencia. Además, el primer gran embajador del archipiélago en el extranjero no vestía con levita: fue el tomate. Nacer, crecer y desaparecer. Es el duro sino de los monocultivos canarios, aunque el tomate se niega a cumplir con el tercer supuesto. No lo han tenido fácil. La competencia de terceros países como Marruecos -con costes laborales muy inferiores-, el incremento de los costes de producción, los insumos, el transporte y las plagas han chupado gran parte de su savia, aunque la mayor de las calamidades no han sido los insectos, sino los estragos causados en despachos oficiales por la reducción de las ayudas, la falta de planes de auxilio adicionales estatales y canarios y otros desastres naturales y burocráticos que han convertido en papel mojado muchos de los instrumentos y mecanismos para garantizar la viabilidad del sector, corroído por la desidia y la inoperancia.
¿Qué nos queda? Lo dije al principio. Nos queda convertir la nostalgia en memoria y la memoria en futuro. Queda viajar atrás en el tiempo, desempolvar las revistas y los periódicos repletos de anuncios que glosaban las maravillas del tomate canario -el mejor, trotando sobre el adoquinado de Hamburgo, de Londres y de media Europa-. Queda aferrarse a la calidad, al avance tecnológico, a la investigación, a la cooperación entre entidades privadas, cooperativas e instituciones públicas para realzar su valor y apostar decididamente por la calidad como elemento diferenciador en mercados cada vez más competitivos y saturados. Queda presumir de tomate, cuidarlo, fomentarlo y proyectarlo como lo que es: un tesoro culinario y un reflejo de lo mejor que podemos hacer colectivamente como entidad social.
El tomate canario merece hechos, una correspondencia entre las declaraciones y los actos tan auténtica como su sabor. El cabildo, a través de su Consejería Sector Primario, Soberanía Alimentaria y Seguridad Hídrica, tramita el distintivo europeo Indicación Geográfica Protegida Tomate Canario, en una estrategia conjunta con el sector. Uno de los principales objetivos de esta IGP es evitar el fraudulento uso del término «canario» en tomates producidos fuera del archipiélago y así poder valorar adecuadamente un producto que, si bien ha descendido en sus cantidades anuales, tiene potencialidad para estabilizar sus volúmenes de comercialización e incluso diferenciarse de otros por su excelente y acreditada calidad y producción sostenible.
Esta iniciativa encaja dentro de nuestra decidida línea de acción insular de defensa del sector primario, de nuestras tradiciones y de la diversificación económica. Desgajar al tomate de Gran Canaria sería prescindir de una parte vital de la isla. Y es perfectamente compatible con el cultivo de otros frutos tropicales para así aprovechar sus canales de comercialización. El interés cada vez mayor por los productos de kilómetro cero, por los mercados agrícolas locales y por experiencias vinculadas a la etnografía en destinos que respeten su historia y su forma de ser y de hacer nos abren ahora otra ventana en la que se transparentan a la vez lo que una vez fuimos y lo que podemos llegar a ser de la mano del tomate canario.
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