Los amigos

Aula sin muros, por Paco Javier Pérez Montes de Oca ·

Últimos estudios realizados demuestran que la carencia de amigos puede resultar tan nociva como los factores de riesgo producidos por la obesidad, la hipertensión, el desempleo, la falta de ejercicio físico o el tabaquismo

Resulta curioso y significativo que la palabra amistad tenga el mismo origen etimológico que la de amor, amma, madre, origen del primigenio apego, el afecto en la cría de los humanos clave para a la aparición de la amistad en el mundo. Para el filósofo griego Epicuro la verdadera felicidad no consiste en los placeres de la comida, la bebida o el sexo sino en la amistad a la que consideran como el mejor tesoro que hay que guardar y mantener. Ufano de sí mismo, Aristóteles decía que solo podría ser amigo de alguien tan bueno como él mismo. También que lo ideal sería tener pocos amigos, de donde el consejo de la gente de antes a los que éramos jóvenes: «amigos pocos y buenos». Platón fiel a su idealismo aconsejaba algo que hoy, harto se olvida, cuando «a ver si quedamos», «no dejes de llamarme» y pasan meses y si te vi o prometí, no me acuerdo. «No dejes crecer la hierba en el camino de la amistad», aconsejaba el filósofo. Los romanos fueron menos románticos respecto a la amistad que los griegos, que la tenían en las más altas cotas del valor humano. Tenían una clase de amigos a los que acogían en sus casas, otros a los que acudían con un fin recíproco de beneficio y otros muy similares a los nuestros, ocasionales, con los que se coincide en una farra, una noche de copas en la que se despotrica del clero, los políticos y se reconocen a parientes lejanos. Y San Agustín, el doctor de la gracia contra la maldad, entró en una profunda melancolía ante la muerte de un buen amigo porque, escribió: «la angustia envolvió en tinieblas mi corazón (…) Mis ojos esperaban verlo en todas partes, sin encontrarlo y odiaba a todo el mundo porque no lo poseía». Shakespeare hablaba de que la amistad es ficción. Uno de los ideales de la adolescencia que por eso duele más cuando se siente que un amigo de plena confianza ha sido desleal. Una de las primeras y más importantes señas identitarias y valoradas por los adolescentes. Más que el descubrimiento de lo erótico y sexual vinculado al despertar biológico de las hormonas. Es la clase de amistad, la de la niñez y adolescencia, que se vincula a razones de vecindad, temporal pero que a veces, dura y de la que se anhela volver a disfrutar en momentos de desencanto. Al respecto, Schopenhauer sentenció algo que destila amargura de desengaños de propios y extraños: «amigos los de la infancia y adolescencia, el resto son competidores».

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Alguien que lea esto se sentirá, seguro, concernido. Cierto que hay amistades instrumentales, utilitaristas. Permanecen fieles, agradecidos, mientras duren los favores. En este apartado se encuentran los que presumen de tener amigos que les quitan las multas de tráfico, funcionarios que aligeran un papeleo o sanitarios que les adelantan un turno de consulta o los reciben fuera de hora en un hospital público. Para esta clase de favores existe un aforismo tradicional, en boca de todos, «hay que tener amigos hasta en el infierno» o «el que no tiene padrino se muere sin bautizar». La inveterada costumbre hispana de «tener cuña». Y luego están «los amigos, ¡ah los amigos!», conseguidores de contratos, coimas, que alcanzan a cotas bajas, medias y altas de cualquier estado o institución, y traspasando los límites de la decencia de moralidad pública, han hecho saltar las alarmas de probos jueces, constantes denuncias de medios de comunicación y gente del pueblo llano que, además de la cárcel piden que devuelvan lo robado. Otra derivada (hay encendidos debates) de si un hombre y una mujer pueden ser grandes amigos sin que lleguen a encamarse. Hay quienes afirman que lo impiden la presión social y la cultura tradicional. Pero también los hay que su propia experiencia les dice que con un buen amigo o amiga pueden expresarse más libremente y hablar con la franqueza que no hacen con sus parejas. Los antropólogos han descubierto que existen tribus africanas donde la amistad entre mujeres y hombres dura toda la vida.

Es más, que la amistad continua después del matrimonio y hay amigas o amigos que intervienen en disputas y conflictos matrimoniales. El árabe Ibn Battuta, uno de los más intrépidos viajeros de la historia que partió en 1325 a los veintidós años y no regresó a su ciudad natal de Táger hasta 1349, cuenta la sorpresa que le causó ver en Malí como hombres y mujeres disfrutaban de mutua compañía sin las limitaciones que imponía el matrimonio. Incluso en países europeos, como Holanda e Inglaterra, en el siglo XVII, se permitían las caricias entre amigos y amigas sin que este grado de intimidad supusiera un preludio para irse a la cama. El tabú contra las caricias ha sido una imposición moderna trufada de represión moral por miedo a que terminara en copulación. El valor de gozar de buenos amigos, no de esos que te abrazan y que, a las primeras, sacan la daga de la traición o los de la sentencia gaucha, argentina que advierte de que «te libres de aquellos que son muy lisonjeros cuando están con vos porque es fácil que de te den cuero en tu ausencia», lo corroboran datos actuales. Hay encuestas que confirman el alto valor que se le otorga a la amistad, independiente del sexo y la edad. En una macroencuesta realizada por entidades europeas, en el año 2019, se informa que Finlandia es uno de los países más felices del mundo. Entre las razones que aducen los encuestados se encuentran la confianza en sus políticos y gobernantes por su honradez y buena gestión de lo público (igual que aquí, pensaran muchos con tremenda ironía) y la certeza de tener amigos en los que confiar en momentos de infortunio. La movilidad geográfica de los hijos provoca posos de tristeza en los padres por no tenerlos cerca y más aún si hay nietos y, en el otoño de la vida, cuando se adolece de menos capacidad de movimiento se añora la presencia de amigas y amigos de otros tiempos.

Ya hay asociaciones de voluntarios y personal contratado por entidades publicas cuyo cometido es hacerles compañía con lo que, en parte, se suple una de las pandemias de la modernidad: la soledad. Últimos estudios realizados por neurocientificos y psicólogos demuestran que la carencia de amigos puede resultar tan nociva como los factores de riesgo producidos por la obesidad, la hipertensión, el desempleo, la falta de ejercicio físico o el tabaquismo. Por último, están los amigos de las redes sociales de los que muchos presumen tener por millares como miles son los «me gustan» que en, algún momento, pueden elevar el nivel autoestima que, por su superficialidad virtual, no llegan del todo a la química del cerebro social porque lo que importa es la mirada, la piel, contacto de lo cercano, «saber que están ahí», a las duras y a las maduras. Ese amigo del que la actriz y cantante Marlene Dietrich, empedernida noctámbula, dijo que «puedes llamar a las cuatro de la madrugada». El 20 de julio se festeja el Día mundial del amigo.

Aula sin muros, por Paco Javier Pérez Montes de Oca

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