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Vea la portada de CANARIAS7 de este miércoles 2 de abril de 2025

Hace ahora algo más de dos años asistí a unos debates sobre el presente y el futuro de la Constitución española. La misma que este día 6 de diciembre cumple cuarenta años. Y que, para su desgracia (y, en mi opinión, para infortunio de la mayoría), cuenta por un lado de la balanza con detractores acérrimos que solo detectan en ella elementos negativos que han impedido, señalan, construir un país mejor, con mayor equidad y con mejores servicios públicos. Y, por el otro lado, con apasionados defensores acríticos que, con su inmovilismo, con su negativa a una actualización necesaria, a una reforma razonada y consensuada, no le hacen ningún favor, más bien todo lo contrario.

Entonces, en esas discusiones entre primeras espadas de la intelectualidad de izquierdas, se señalaba abiertamente lo próximo que nos encontrábamos de un proceso constituyente que posibilitaría un nuevo marco constitucional mucho más avanzado, superando las limitaciones del actual. Lo que tendría consecuencias en el modelo autonómico, facilitando su ampliación, incluyendo el derecho a decidir, y hasta en la propia concepción de la jefatura del Estado, allanando el camino hacia la república.

Pensé entonces que yo era víctima de mi pesimismo, de mi falta de confianza en el avance inexorable de las fuerzas que, tras el 15M, habían dado un giro importante al país y que se apresuraban a asaltar los cielos; lo que, se puede comprobar en mis artículos de entonces, nunca me creí. De alguna manera, daba la impresión de que no me estaba enterando en modo alguno del cambio profundo que se estaba generando en la sociedad.

Reconozco que me quedé inicialmente bastante desorientado. Mis impresiones, subjetivas lo sé, eran bien diferentes. Pero si tan sesudos y cualificados analistas no albergaban la menor duda sobre la inminencia del proceso constituyente, cómo las iba a tener yo, ciudadano y periodista de a pie alejado de las excelencias de los politólogos y expertos constitucionalistas. Algo, de forma evidente, fallaba. No manejaba bola de cristal alguna, pero no me sentía identificado con los pronósticos de tan profundos e inmediatos cambios.

Político institucional

Tras el shock por planteamientos que suponían una transformación político institucional que, como señalaba, en absoluto percibía, han pasado muchas cosas en España. Han sido unos años de profunda crisis política. Una conmoción territorial e institucional. Lo que ha trastocado la realidad y dibujado nuevos parámetros. Pasando del bipartidismo al pentapartidismo, con dos partidos de la órbita progresista y tres conservadores, uno de ellos de la extrema derecha homologable al Frente Nacional (ahora Reagrupamiento Nacional) de Marine Le Pen u otras formaciones europeas de similares características.

Desde 2015 hemos vivido dos procesos de elecciones generales que acabaron por cerrar una ventana de oportunidad y que mostraron las contradicciones y miserias de las izquierdas. El referéndum catalán del 1 de octubre de 2017 y la posterior aplicación del artículo 155 de la Carta Magna, con la suspensión de la autonomía hasta las elecciones celebradas el 21 de diciembre del mismo año. La triunfante moción de censura a Rajoy, en medio del fango de la Gürtel, y la llegada de Pedro Sánchez a La Moncloa. Y las muy recientes elecciones en Andalucía, tras el adelanto electoral propiciado por la ahora biderrotada, en el partido y en los comicios autonómicos, Susana Díaz.

Lejos de cumplirse los pronósticos de aquellos conferenciantes, el proceso constituyente se convierte, como mucho, en una especie de horizonte, que se ve a lo lejos, pero al que no nos acercamos; más bien todo lo contrario. Y lo que sí está encima de la mesa, perceptible, palpable, son los avances de la extrema derecha y del nacionalismo españolista más rancio, posibilidades de un retroceso en las libertades, en los derechos de las mujeres y en las competencias de los autogobiernos.

Con una mayor presencia político electoral y social de quienes, de forma abierta y sin complejos, alientan el racismo, la xenofobia, el machismo, la intolerancia, el odio al diferente y el imperio de la mentira/post verdad, en sintonía con lo que viene ocurriendo en Estados Unidos, con Trump, en Brasil con el recién llegado Bolsonaro o con distintos dirigentes y organizaciones en varios estados europeos. Y que lleva, además, a que las otras derechas radicalicen también su discurso.

Orden inverso

No sé si todavía estamos a las puertas de un proceso constituyente, pero en su caso sería de orden inverso: un retroceso en toda regla, con un marco más cerrado, centralizado y conservador que el que ha posibilitado esta Constitución. Con ella tenemos uno de los estados más descentralizados del mundo, hemos sacado adelante una Ley de Sanidad que nos ofrece un sistema público de los más avanzados y con mayores prestaciones de manera universal. Hemos conseguido avances significativos en los derechos de las mujeres, aunque la plena igualdad esté aún lejos.

Claro que no hemos resuelto todos los problemas. No lo hace ninguna Carta Magna. Están luego las políticas que aplican los distintos gobiernos. Que suponen avances y retrocesos sociales. Que satisfacen necesidades de la ciudadanía y dejan pendientes otras. Que responden, a veces, a intereses ciudadanos y en otras a los de los bancos o las corporaciones multinacionales. Las sociedades son dinámicas y no caminan en línea recta. Hay curvas y sobresaltos.

Este 2018 que enfila este mes sus últimos pasos se va a convertir en un año bipolar. Por una parte, muy esperanzador por el tsunami feminista que vivimos en el mes de marzo, mostrando la consolidación y extensión social de uno de los movimientos sociales más transformadores, con mayores implicaciones en todos los ámbitos de la vida. Pero, al tiempo, decepcionante y preocupante con la irrupción político electoral de la ultraderecha que nos homologa, en lo peor, al conjunto de Europa. Y que tiene a las feministas entre sus principales enemigas a batir.

Las primeras reacciones de las izquierdas, en Andalucía y en las sedes centrales de sus partidos, me parecen decepcionantes, complacientes y poco democráticas. No ha habido la menor autocrítica de los errores que han llevado al abandono de cientos de miles de votantes del PSOE y Adelante Andalucía, y a una derrota incontestable. Y lo sustituyeron en la misma noche electoral por anuncios de movilizaciones contra Vox, cuestionando lo que la gente decidió libremente en las urnas y no investigando las razones de ese voto a la ultraderecha y sus propias responsabilidades. En la misma línea que análisis tan finos, con perdón, como los de Echenique («Vox son ‘los perros de presa del Ibex-35’»), que seguro que explican los votos en El Ejido y en el conjunto de Andalucía. Malas reacciones y pésimos análisis que, mucho me temo, solo conseguirán engordar a los de Abascal. A peor la mejoría.

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