La desaparición de las hormonas es una crueldad que las mujeres llevamos como podemos. Sus efectos son tan extensos y diversos que me da pereza ... exponerlos; mis lectoras me entenderán. Lo digo porque una colega me contaba su aciago descubrimiento en la década de los 50. La pobre había pasado de ser la bella durmiente a sentir, por arte de magia y de las hormonas, un desorden en el sueño que, amén de desvelarla, le proporcionó la oportunidad de comprobar que su fiel compañero, el padre de sus hijos, el hombre con el que quería envejecer, roncaba como el león de la Metro Goldwyn Mayer. No le quise decir que se tarda en descubrir que ese tren desbocado que duerme a tu lado ha estado ahí mientras tú dormías a pierna suelta y desconectabas de la realidad como un adolescente de sus progenitores.
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El descubrimiento suele llegar en torno a los cincuenta, cuando es pronto para renunciar y tarde para poner la vida patas arriba. La consciencia tiene su propia evolución. Comienzas haciendo esos ruiditos que dicen que funcionan y que son inútiles, luego pasas a poner tu delicada mano sobre su espalda y lo mueves con delicadeza, incluyendo incluso un 'cariño, estás roncando mucho'. Eso suele funcionar unos segundos, pero con el discurrir de los días, te das cuenta de que las treguas son insuficientes para retomar el sueño y las palmaditas se vuelven empellones y los pensamientos que te asaltan son de una ira tal, que incluso contemplas el asesinato.
Comprendes que el asunto no tiene remedio, los tapones ayudan pero no solucionan y te levantas tan cansada que te cambia el carácter. Visto lo visto, vas al médico con unas ojeras que te llegan al suelo y le cuentas que se te ha roto el sueño y que estás a punto de cometer un asesinato. Entonces te recetan tu primera pastilla para dormir, un inductor del sueño que cuando lo tomas parece que cayeras a un pozo sin fondo y anestesiada. Y ahí, en ese momento, empiezas a formar parte de esa estadística que dice que las mujeres consumimos hipnóticos o tranquilizantes como si fueran gominolas.
Las alternativas son varias; remedios naturales, otra habitación, la radio bajo la almohada como lo hacía tu madre o el divorcio. Y es entonces cuando alguien te recomienda que te enganches a un 'podcast' susurrante en el que una voz relata los crímenes más espantosos que se cometen aquí y allende las fronteras.
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Medio país duerme arrullado por la narración de un crimen sin resolver. Yo creo que algo nos está pasando.
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