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Olatz Barriuso
Jueves, 6 de febrero 2025, 11:37
Cuenta el propio Andoni Ortuzar en el perfil autobiográfico colgado en la web del PNV que su «secreta ambición» es jubilarse trabajando «en una bodega», como buen apasionado del vino. Un sueño dorado que, quién sabe, podría hacer realidad tras anunciar que, tras doce años ... en uno de los cargos de mayor responsabilidad de Euskadi –timonel del hasta ahora primer partido del país y socio leal de Pedro Sánchez en Madrid–, se retira de la primera línea política. La decisión, tras semanas de una pugna inesperada con Aitor Esteban que podía emborronar su trayectoria al frente del partido, es la definitiva prueba del pragmatismo de un líder que, como su némesis Arnaldo Otegi, es ya parte del paisaje político contemporáneo del país.
Casi todas las semblanzas que sobre él se han escrito, sobre todo a raíz de su desembarco en la primera línea política con su llegada hace ya doce años a la presidencia del PNV, destacan su carácter 'jatorra' y «campechano», su estilo llano y sin contemplaciones – «sólo le ha faltado llamarme gordo y calvo», ironizó cuando Pablo Iglesias le afeó su talante «machirulo y arrogante»– y su compromiso político mamado desde niño en su familia y en su casa del barrio de Sanfuentes en Abanto, al abrigo del Serantes y frente a las minas de Triano «para que recuerde el pasado de este país», apostilla él mismo.
Una alusión nada casual a su carácter combativo, a los desvelos de su madre por sacar adelante a la familia –Ortuzar y otras tres hermanas– vendiendo leche y carbón con un carro, a su desenvoltura en los ambientes de izquierdas ya desde sus tiempos en la facultad de Periodismo de Leioa a la que llegaba cruzando el Puente Colgante en su 'mobylette' roja o como delegado sindical de ELA en 'Deia', donde llegó a ser jefe de Política en los 80 pero también presidente del comité de empresa.
Esa dualidad entre el sindicalista de puño en alto, el activista, y el hombre con poder -con mucho poder- explica ya desde entonces la trayectoria de Ortuzar. Los afiliados más críticos con su gestión interna le siguen reprochando todavía hoy que nunca haya roto el carné de ELA, convertida desde hace años en bestia negra del PNV o que diera alas a la central –y a LAB– cuando llegó, en 1999, a la dirección general de EiTB. En cambio, quienes se batieron el cobre con Ortuzar entonces en la mesa de negociación siempre le han reconocido su capacidad de adaptación y su cintura pero también le han afeado su modelo de gestión. En esta misma línea, sus socios socialistas recuerdan una anécdota de 2018, cuando el PSE decidió que sus parlamentarias hicieran huelga feminista el 8 de marzo, que, a su juicio, demuestra que el olfato político que siempre se ha atribuido al personaje tiene parte de leyenda. Ortuzar llamó a la entonces líder del PSE, Idoia Mendia, su socia de gobierno, para convencerla de que desconvocara la protesta y la cambiara por un paro parcial: «Idoia, ¿cómo vamos a hacer huelga? Si somos la patronal del país». El PSE mantuvo sus intenciones y aquella manifestación del 8-M marcó un antes y un después, e incluso motivó una de las decisiones más polémicas internamente del líder, la de dar entrada a un 50% de mujeres en las cabezas de lista de las últimas elecciones municipales y forales.
Esa es, sin embargo, la esencia del Ortuzar político, un ejemplo de ductilidad para amoldarse a las circunstancias de cada momento por encima de las esencias ideológicas que casa con el carácter pendular históricamente atribuido a los jeltzales. El Ortuzar que, en su época en el Gobierno de Ardanza, donde llegó a ser secretario general de Acción Exterior –pese a no dominar el inglés; es, en cambio, un euskaldunberri de verbo vivo y fluido–, trabó amistad con nacionalistas moderados como Juan Ramón Guevara o el exburukide Iñaki Goikotxeta. «El pragmatismo lo ha aprendido en casa. Siempre ha vivido en el partido. Es, a la manera de Agirre, Ajuriaguerra o incluso Arzalluz, un líder formado en la tradición oral. No es de grandes teorías», analiza un antiguo integrante de aquel Gabinete.
Siempre ha presumido Ortuzar, de hecho, de forjar relaciones de camaradería con correligionarios pero también con adversarios políticos y de ahí le viene el viejo apodo de 'El mago', por el cuadro de Iñaki García Ergüin que decora su despacho y que le regalaron sus compañeros al finalizar su etapa en el ente público como símbolo de su capacidad para inspirar confianza. De aquella primera etapa conserva algunos amigos –otros se han ido quedando por el camino–, como el consejero Bingen Zupiria o quienes han ejercido de guardia pretoriana en el EBB, singularmente Joseba Aurrekoetxea y Koldo Mediavilla, ambos integrantes con Ortuzar y Aitor Esteban, entre otros, de los célebres 'jobuvis' (jóvenes burukides vizcaínos) que escalaron a la cima del partido. Quizás el más ilustre de los integrantes de aquel grupo de dirigentes sea Iñigo Urkullu, amigo personal hasta hace no tanto, hasta el punto de que a Ortuzar se le vio emocionarse y sacar el pañuelo la primera vez que el anterior jefe del Gobierno vasco tomó posesión como lehendakari, en 2012. Él estaba entonces a a punto de coronarse como gran timonel del EBB.
«No es de pedernal. Diría que es de lágrima fácil, sobre todo cuando la fibra se le toca desde alguien cercano», desvela Mediavilla, una de las personas más próximas al líder, que reconoce que se le cae la baba con sus dos hijas, Garazi y Maddalen, y hasta se ha dejado entrevistar para el canal de Youtube de la mayor, conocida influencer para disgusto inicial de Ortuzar, que nunca intentó sin embargo disuadir a su primogénita para que no se expusiera en redes. La amistad con Urkullu, sin embargo, no ha sobrevivido a la abrupta salida del exlehendakari en noviembre de 2023 ni a la mutua impresión de que ambos intentaban culpar al otro del declive electoral del PNV, especialmente acusado tras la pandemia. No es que la relación se haya enfriado, es que es prácticamente inexistente, y en nada se asemeja a la interlocución frecuente que mantenía con el exlehendakari Ardanza, recientemente fallecido, o con Román Sudupe.
Aquel episodio, que requirió de Ortuzar nervios de acero, ha dejado heridas. Pero no impide que casi todos en el partido reconozcan como su mayor éxito el haber llevado al PNV a sus mayores cuotas de poder institucional. Fue justo tras su llegada a la presidencia del EBB cuando los jeltzales lograron liderar al mismo tiempo el Gobierno vasco, las diputaciones y las tres capitales. También se le aplaude el haber logrado apaciguar las disonancias internas que amenazaron al PNV con una nueva escisión en los tiempos de la pugna entre Imaz y Egibar, gracias a un acuerdo de no agresión, de conveniencia pero eficaz, con el sector soberanista que controla Gipuzkoa.
«Si algo es Andoni Ortuzar es un puente. El interlocutor cercano que sabe sintonizar con los propios y con los extraños. Un político que es bien recibido hasta por sus adversarios más acérrimos. Su gran virtud en todos estos años en la ejecutiva del partido ha sido tejer complicidades con mucha gente. Desde La Moncloa hasta la izquierda abertzale», corrobora Mediavilla. Un «facilitador de acuerdos», según muchos de los dirigentes consultados, a los que ha recibido en innumerables reuniones discretas en el txoko de Sabin Etxea. Sus detractores internos alertan, en cambio, sobre el dirigente «duro y sin concesiones, con malas pulgas» que, creen, se oculta tras ese Ortuzar afable que cuenta chistes en las campas de Foronda o se disfraza de Obélix o de surfista en Carnaval y le afean «incapacidad para integrar» y para atajar la imagen de «amiguismo» que lastra a la sigla. El líder del PSE, Eneko Andueza, que ha protagonizado más de un choque agrio con su socio desde que llegó al cargo, hace tres años, destaca, sin embargo, su «cercanía personal», su «lealtad» y su habilidad para reconducir las diferencias «con ADN vasco, en torno a la mesa de un txoko», donde ambos han echado horas mano a mano para resolver discrepancias. «Siempre dice con sinceridad lo que piensa, es realista. Un posibilista».
Andueza no es el único que disecciona a Ortuzar como un capitán dispuesto a virar el rumbo si es necesario para alcanzar el «éxito» o a flexibilizar los principios en pos de un bien superior. «Más que apuntalar un proyecto ideológico, se ha centrado en defender una cuota de poder, aunque eso le haya supuesto adecuarse a las exigencias de sus socios y abandonar los principios que el PNV había defendido en otros tiempos y con otros presidentes», analiza un dirigente político rival que, como tantos otros, ve su trayectoria marcada en los últimos años por otro nombre propio: el de Pedro Sánchez. Los desvelos para lograr que el presidente cumpliera sus compromisos, en ocasiones con poco éxito, y la competencia de Bildu por el papel de conseguidor en Madrid son las sombras que algunos de sus compañeros de filas le reprochan. Su cabeza de periodista, y su habilidad para generar titulares redondos, como aquel en el que acusaba al presidente de usar al PNV «como un 'kleenex», no le han evitado los aprietos por una alianza no siempre bien engrasada. Está por ver si, desde su retiro, sea o no entre caldos y barricas, sigue dando que hablar.
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