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Si hay algo que aborrecen los partidos de poder –quizás excepción hecha del PSOE de Pedro Sánchez– es la incertidumbre. Y temen como un nublado ... las fracturas internas. En 2026 se cumplirán 40 años de la escisión del PNV que derivó en la traumática salida del entonces lehendakari Carlos Garaikoetxea y en las elecciones vascas que los socialistas ganaron en escaños, aunque la sigla capitaneada por Xabier Arzalluz retuvo el Gobierno. Dos décadas después, en medio de la fractura política y social suscitada por el 'plan Ibarretxe', con ETA aún matando y la izquierda abertzale ilegalizada, los peneuvistas ganaron en las urnas pero perdieron la Presidencia a manos del PSE. Este fin de semana de marzo de 2025 en el que la geopolítica mundial empequeñece las cuitas domésticas, el nacionalismo gobernante en Euskadi y clave en el sostenimiento de Pedro Sánchez muda de liderazgo –Aitor Esteban sustituye a Andoni Ortuzar– erosionado por unas rencillas intestinas que han revivido viejos fantasmas y por el empuje de una airosa EH Bildu.
Esteban, Ortuzar y el exlehendakari Iñigo Urkullu, todos ellos hijos de la briosa generación de dirigentes nacidos en los 60 y de un peneuvismo vizcaíno cuya ejecutoria está intrínsecamente ligada al continuado ejercicico de la manija institucional, forjaron una entente en la que la militancia se engrasaba con la complicidad personal. Pero el relevo de Urkullu por Imanol Pradales, bajo los sudores fríos a sufrir el sorpaso de los de Arnaldo Otegi en las autonómicas de hace 11 meses –Bildu empató a 27 escaños y se quedó a un puñado de votos de su rival–, y la inesperada disputa por el liderazgo entre Ortuzar y Esteban han agrietado un partido que solo se entiende a sí mismo desde la unidad en la diversidad de sus estructuras territoriales y en la hegemonía en el poder.
El partido que le entronizará este domingo en San Sebastián tiene que «ponerse las pilas», ha urgido un Aitor Esteban Bravo (Bilbao, 1962) curtido en las entrañas de una sigla que opera casi como un sacerdocio; casado con alguien con tanto pedigrí como la expresidenta en Vizcaya, Itxaso Atutxa (los Clintos vascos, les motejan algunos); hijo de una soriana a cuyo pueblo –Cañamaque– siempre vuelve; doctor en Derecho y profesor de Constitucional en la Universidad de Deusto; muy fan del rugby; y tan amante de la ancestral cultura norteamericana como para chapurrear el dialecto de los siux. Son retazos de la biografía más íntima de quien ha sido la reconocida voz del PNV dos décadas en el Congreso, donde ha dejado para el diario de sesiones la templanza de su oratoria y algún cruce memorable como aquel de «Si bien me quieres, Mariano, da menos leña y más grano» al que el entonces presidente Rajoy replicó, socarrón: «Si quieres grano, Aitor, te dejaré mi tractor».
'Alderdia gara', 'Somos el partido', reza el lema del cónclave de los nacionalistas, que siempre han escrito partido con mayúscula. Pero la sociedad vasca post-ETA ya no reconoce como antaño esa preeminencia del PNV. Su nuevo presidente deberá ahora recoser una sigla que cumplirá 130 años este julio, mientras persevera en un aval a Sánchez cuestionado por sus votantes más 'de orden', calibra la hoy arisca relación con el PP de Feijóo y se dispone a dar batalla ideológica a Otegi para levantarse del diván.
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