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Uno de los vehículos de la UME, en Paiporta, este miércoles, en alerta por lluvias. Virgina Carrasco
Palada a palada, la UME contra el barro

Palada a palada, la UME contra el barro

Paiporta. La Unidad Militar de Emergencias batalla contra el caos en las zonas más afectadas por la DANA, con un despliegue sin precedentes por la gran extensión arrasada en la provincia de Valencia

Miércoles, 13 de noviembre 2024

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Llegaron la noche del ya fatídico martes 29 de octubre. «Todavía diluviaba», recuerda un soldado de la Unidad Militar de Emergencias, más conocida por sus siglas, UME. Dos semanas después siguen desplegados por el territorio, con distintas misiones, según el lugar y sus necesidades: búsqueda de desaparecidos, movilización de coches con maquinaria o extracción de lodo. Incluso a mano. La unidad del capitán Miguel Belenguer trabaja desde hace 15 días en Paiporta, el municipio valenciano que muestra la mayor cicatriz: cientos de coches sin remolcar en columnas de dos y tres; algunos sótanos aún inundados como el primer día, centímetros de barro en la calzada, muebles podridos que siguen dentro de los bajos. «No os imagináis cómo estaba esto hace tres días», comenta Belenguer, que ascendió a capitán hace cinco años y está en la UME desde 2022. «El barro se saca a paladas y con baldes».

En esta ciudad dormitorio la actividad militar se desarrolla junto a la vida cotidiana de los afectados, como la de los dos niños que juegan con un belén roto y enlodado en el hueco de una pared. «La convivencia no dificulta nuestra labor», sostiene Belenguer, que en el momento de la DANA impartía un curso de formación en Emergencias, en Toledo (Castilla – La Mancha) y fue movilizado hasta su unidad. «Tenemos un nivel de empatía muy alto. Comprendemos la situación caótica de una población que siempre intenta ayudar e incluso quiere darnos alimentos. Sabemos que uno de los objetivos más importantes es seguir en las búsquedas de desaparecidos para que las familias velen a sus seres queridos en paz y puedan descansar».

Para enfrentar la avalancha de agua, palos, piedras y tierra, la UME se estructura en unidades de acción, «tipo compañía», dirigidas por un capitán. A cada una se le asigna una zona. Se internan en el terreno, «vamos a ver qué es lo que hay y nos acoplamos a lo que sea necesario para restituir la normalidad». Después de la devastación en Valencia, la labor se centró en la recogida de lodos, el desatasco del alcantarillado, la retirada de vehículos que interrumpían la calzada e impedían la llegada de ayuda. Desde el martes de la tragedia que costó la vida a más de dos centenares de personas, la UME despliega alrededor de 2.200 efectivos y coordina a más de 8.400 de otras fuerzas de seguridad, según las cifras de ayer suministradas por el Ministerio de Defensa.

Larga duración

Paiporta ha sido el eje de sus actuaciones. Los camiones y vehículos rojos de la UME surcan el pueblo estragado, donde los muros han caído y los árboles se han roto. Abren rutas al subsuelo y a las casas. «Lo más duro es escuchar el llanto de una familia desesperada», dice pensativo Belenguer, que intervino en el incendio forestal de Corbalán (Teruel), en las inundaciones de Zaragoza o en la búsqueda de desaparecidos en Abena (Jaca, Huesca). «Lo más bonito es el vínculo tan potente que se ha hecho entre los afectados, el voluntariado y los militares. Lo humano que se entrecruza y se hace un ente único. Se dejan atrás los prejuicios del día a día y todos se vuelcan a ayudarnos los unos a los otros».

El capitán de la unidad de la UME en Paiporta, Miguel Belenguer. Virginia Carrasco

El puesto de mando de Paiporta está instalado en el aula de música del colegio Ausiàs March, con las mesas y sillas escolares como mobiliario militar, donde se coordinan las centenas de camiones y maquinarias, los miles de efectivos y los mandos, y se escuchan constantes direcciones e instrucciones. Hay también catres de campaña, termos de café y enseres personales. «Estamos aquí 24 horas. Tenemos que vivir. Ya son 15 días sin salir», comenta uno que entra y sale, sin despegar el teléfono de su oreja.

«Nosotros movilizamos mucha maquinaria y capital humano», afirma Belenguer. «La emergencia ha cubierto mucha extensión, con un montón de localidades. La recuperación es de larga duración».

Nada comparable

Con el paisaje marrón que todo lo abarca, desde los márgenes de los ríos hasta el centro de los pueblos, contrastan los chalecos rojos y las rayas amarillas de los uniformes e impermeables. «Tengo siete años en la UME y no había visto nada así. Por el despliegue, el destrozo, la extensión y el voluntariado», dice un soldado con 18 años en esta unidad de elite y sacrificio. «Estuve en el volcán de La Palma y no se puede comparar. Allí no murió nadie».

Otro «interviniente» que antes de unirse a esta unidad perteneció al Ejército de Tierra confirma que «supera el terremoto de Lorca». Y reflexiona: «En los desastres siempre hay una parte trágica. Pero, al final, el corazón te lo tocan las personas, las pérdidas humanas; no lo material».

Junto a la abuela que va del brazo del nieto adolescente para no caerse, se estiran un par de gruesas mangueras amarillas, mientras dos soldados abren un sótano que seguía cerrado. «El ambiente está cargado», dice el que aguarda afuera. «Lo primero es valorar si hay gases tóxicos, analizar la estructura y planificar el uso de recursos, como si tenemos suficiente presión para un recorrido largo o para la consistencia del agua que encontremos», explica.

El barro solidificado por los días secos, reblandecidos apenas en su superficie por la lluvia del miércoles, sólo se despega golpe a golpe de pico u otras herramientas de excavación en los sitios donde los tractores no logran arañarlos. Con agua a presión se intenta recuperar lo más posible en el colegio. De mesas de ping pong a mesas, con paciencia, como si el líquido pintara sobre un folio el objeto que fueron. Paiporta revive poco a poco, bajo una lluvia, a veces intensa, que no interrumpe los trabajos.

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