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miguel pérez
Sábado, 9 de abril 2022, 23:08
Ucrania fue creada por los rusos». «Los rusos étnicos en Ucrania son como nuestros manifestantes del 6 de enero. El Estado profundo quiere aplastarlos». «Creo que deberíamos ponernos del lado de Rusia». Comentarios como los realizados por los 'profetas' de la ultraderecha Candance Owens, Stew Peters y Tucker Carlson, unidos a la frase que repiten muchos acólitos ultraconservadores estadounidenses «Russian Lives Matter», la hiriente versión prorrusa del «Black Lives Matter» antirracista, indican que algo muy extraño sucede para que la capacidad de seducción del presidente Vladímir Putin llegue a Estados Unidos, máxime en estos momentos en que tiene la reprobación general de Occidente por las brutalidades cometidas en el país vecino.
Las referencias a favor de Rusia expresadas en inglés en las redes sociales y otros medios digitales aumentaron un 2.580% en marzo respecto a la última semana de febrero. Es decir, en plena invasión de Ucrania. Y se explica fundamentalmente por el tipo de público que el jefe del Kremlin tiene en una sociedad americana aferrada a internet y muy alejada de los clichés de la Guerra Fría: organizaciones fanáticas como The Patriot Voice, la conspiranoica QUanon -defiende que la guerra en Ucrania combate realmente el tráfico sexual internacional- o movimientos delirantes como el que sostiene que la ocupación la dirigen Vladímir Putin y Donald Trump al unísono.
Otro sitio, War Clandestine, es más partidario de la tesis de que Moscú quiere acabar con unos supuestos laboratorios en Ucrania desde los que Washington fabrica y disemina patógenos como el coronavirus. Todo ello un fantástico universo digno del más salvaje LSD, donde lo inquietante es que millones de personas consideren al líder ruso como un dirigente poderoso, valiente, que no se arredra ante nadie ni sufre la menor mancha por imágenes atroces como las reveladas en la masacre de Bucha. Es una mezcla de teorías conspirativas, discordia -sembrada en abundancia durante la anterior legislatura de Trump, con la inclusión de hackers rusos interfiriendo en la política doméstica- y fantasía la que parece sostener en pie la imagen de Putin en estas cabezas que, por fortuna, representan a una minoría, aunque peligrosa: este tipo de organizaciones, que reunirían a unos 50 millones de seguidores en un país con 329 millones de habitantes, aún piensan que el asalto al Capitolio está justificado.
83% de apoyo ciudadano registra el jefe del Kremlin semanas después de ordenar la ofensiva.
81% de los rusos defiende las «acciones de las Fuerzas Armadas en Ucrania».
71% de aprobación cosecha el primer ministro, Mijaíl Misuri.
Pero si la aceptación del presidente ruso en EE UU se puede explicar en gran medida por la alienación, la cuestión es diferente en su propio país. En Rusia nadie cree que los asesores de Putin tienen un aparato que, solo con pulsarlo, le impide hablar y así evitar que cometa errores, como sucede con Biden en opinión de los más iluminados. O que en realidad nunca llegó a la presidencia sino que todo es un montaje televisivo. Ni siquiera la oposición dispone de tanta imaginación. Al revés, ahora mismo se da el caso de que el 32% de los detractores de la política del Kremlin defiende la invasión.
La última encuesta realizada sobre la opinión de los ciudadanos ante la guerra, publicada el pasado día 31, arroja datos como que el 83% de los rusos aprueba la gestión de Putin y una cifra pareja, el 81%, apoya «las acciones de las Fuerzas Armadas en Ucrania». Solo un 15% muestra su rechazo. La opinión de los ciudadanos también es positiva respecto al ministro de Defensa, Serguéi Shoigú, y el primer ministro, Mijaíl Misuri, que cosecha un 71% de respaldo.
En un país donde no responder a una encuesta puede traducirse en una sospecha de ocultación, contestar en contra del Gobierno supone un riesgo de castigo y criticar la guerra está penado con hasta 15 años de prisión, lo lógico es decir que 'sí' a todo y a otra cosa. Los expertos asumen que este esquema pesa sobremanera en el resultado de los sondeos, al igual que la formidable maquinaria propagandística del Kremlin, que por ejemplo califica de «montaje» -en contra de las evidencias reales- la apocalíptica imagen de los cadáveres diseminados en las calles de Bucha.
Pero los analistas también encuentran bastante certidumbre, si no en los porcentajes, sí en la tendencia. El análisis procede del instituto Levada, un centro que debido a su independencia se ganó en 2016 la designación de «agente extranjero» por las autoridades rusas. La empresa realizaba entonces un análisis electoral que arrojaba una caída del partido gobernante, Rusia Unida, del 39% al 31% de votos. Sin embargo, según el Kremlin, eso influyó en la sanción.
El segundo indicio de que Putin tendría una base detrás más que aceptable -aunque seguramente bastante más baja de lo que resuelven los análisis- reside en la sucesión sostenida de incrementos de popularidad registrada en los últimos años. Todos los centros de demoscopia, oficialistas o aparentemente más neutros, coinciden en esa tendencia. El líder ruso ganó en 2000 las elecciones con un 53% de sufragios. Cuatro años después lo hizo con un 71% y a partir de 2014 vivió momentos especialmente dulces con niveles de aprobación del 80%, intercalados con otros de bajada vinculados a cuestiones de gestión doméstica.
Diferente concepto. Hay un rechazo general a la guerra, pero un 43% cree que la invasión solo trata de proteger a Rusia
En cambio, los conflictos territoriales le benefician. Así quedó demostrado en 2014, durante el referéndum de anexión de Crimea, y en 2015 con la intervención militar en Siria. Se posicionó en niveles entre el 80% y 90% de apoyo ciudadano. Sus polémicas con la OTAN también le han proporcionado sustento popular y, en la actual guerra, su ascenso ha ido del 70,2% hace un mes al 83% de la última encuesta.
Paradójicamente, los rusos rechazan la guerra. Una postura que reflejaría cómo en Ucrania ha funcionado la terminología del Kremlin en cuanto a que se trata de una «operación especial» destinada a eliminar a «nazis» y extremistas de derecha de la exrepública soviética. La prueba es que cuatro de cada diez encuestados dice estar convencido de que la invasión persigue «proteger» al pueblo ruso y no aprecia que exista una batalla por el territorio o por evitar la instalación de bases de la OTAN al otro lado de la frontera.
El pilar fundamental donde se agarra el dirigente ruso es la población mayor que vive fuera de las ciudades. Y los tradicionalistas. Los nostálgicos de la URSS. Los defensores de que el país siga siendo una superpotencia con gran capacidad de decisión en el ámbito internacional. Con los jóvenes su política no conecta. Ellos conforman el grueso de los detenidos durante las manifestaciones antibelicistas. Solo en los primeros doce días de protestas las fuerzas de seguridad arrestaron a 13.500 personas. Uno de cada dos menores de 25 años expresa su deseo de vivir en el extranjero. En este colectivo prevalece el apoyo al encarcelado Alexéi Navalni.
También es verdad que Putin se ha convertido en el propietario del poder absoluto en Rusia, cosa que quizá cambie en el futuro debido a un eventual desgaste propiciado por la guerra y la frustración que pueda generar el aislamiento del país respecto a Occidente. El presidente ha despejado su camino de opositores de una manera u otra (el propio Navalni, preso y superviviente de un envenenamiento, es la prueba). La escala de aprobación en las encuestas se reparte entre la cúpula del Ejecutivo, el partido gubernamental Rusia Unida y la oposición blanda del Partido Comunista y del LPDR hasta esta semana dirigido por el ultraderechista Vladímir Zhirinovski, el hombre que pidió reducir el precio del vodka y soliviantar a EE UU y Japón con la amenaza de un ataque nuclear. Zhirinovski falleció este miércoles pasado a causa de las complicaciones del coronavirus.
En 2007, el Kremlin editó un libro de texto que calificaba a Stalin como el estadista de «éxito» que convirtió a la URSS en una superpotencia y supo modernizarla hasta límites comparables únicamente con Putin. Si usó la violencia, y vaya si lo hizo, fue un «medio necesario». Doce años después, un sondeo reveló que la mitad de la población era favorable al sanguinario exdictador.
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