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Mikel Ayestaran
Enviado especial. Beirut
Sábado, 28 de septiembre 2024, 09:27
Hasán Nasrala nació en el barrio armenio Burj Hammud del sur de Beirut hace 64 años, pero su familia se trasladó a Bazorieh, en la ... zona austral del país en 1975. Nasrala tenía apenas 15 años cuando empezó su carrera política y religiosa. Primero en el movimiento chií Amal y más adelante en Hezbolá, donde pasó a convertirse en secretario general en 1992 tras el asesinato a manos de Israel del anterior líder, Abbas al-Musawi. Era una mezcla entre el Che Guevara, por su carácter revolucionario, y Jomeini, por el peso clerical que tiene entre los suyos, tal y como le definen algunos medios de la región.
Sus estudios religiosos le llevaron a las ciudades santas chiís de Nayaf, en Irak; o Qom, en Irán; pero siempre mantuvo a su familia en la región sur del País del Cedro, zona donde vive la mayor parte de la población chií del país.
Nasrala estaba casado y tenía cuatro hijos. Un quinto, Mohammed Haddi, el primogénito, falleció en 1997 luchando contra Israel en la localidad fronteriza de Jabal al-Rafaei. El hecho de que el joven fuera un mártir era muy apreciado por sus seguidores, que seguían sus intervenciones televisivas con devoción, decoran el salpicadero de los coches con sus fotografías, usan su imagen de salvapantallas en los ordenadores y ponen fragmentos de sus discursos como melodía para móviles. Persona muy próxima al Líder Supremo de Irán, Alí Jamenéi, bajo su mando Hezbolá pasó a convertirse en una organización que ya funciona como una especie de Estado dentro del Estado, con todo tipo de servicios para su gente, y con un brazo político omnipresente en la caótica escena libanesa.
Nasrala alcanzó su cota máxima de popularidad tras la guerra de 2006 contra Israel, en la que durante 33 días la milicia plantó cara a un enemigo que entró por tierra a Líbano. Algunos le veían entonces como un héroe por su firmeza ante Israel, pero esa imagen sufrió un deterioro importante en parte del mundo árabe cuando acudió en auxilio de Bashar al-Assad y sus milicianos fueron claves para mantener al presidente al frente del régimen sirio.
Quien recoja su testigo al frente del Partido de Dios tendrá un trabajo muy complicado para intentar alcanzar su carisma y, sobre todo, mantener la unidad interna en un momento en el que el grupo está totalmente infiltrado por los servicios de inteligencia israelíes.
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