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Mikel Ayestaran
Enviado especial a Pavlohrad (Ucrania)
Domingo, 23 de febrero 2025, 15:46
Ucrania entra hoy en el cuarto año de guerra con un ataque masivo de drones y la nueva amenaza que supone para el país el ... acercamiento entre Donald Trump y su mayor enemigo, el líder ruso Vladímir Putin. El presidente Volodímir Zelenski, apartado del encuentro que mantuvieron rusos y estadounidenses en Riad para debatir el futuro de Ucrania y tildado de «dictador» por Trump, movió ficha y mostró su disposición a abandonar el cargo si esto sirve para abrir las puertas de su país a la OTAN. «Si significa paz para Ucrania, si realmente necesitan que deje mi puesto, estoy listo (…) Puedo cambiar esto por entrar en la OTAN, si esa condición existe, de inmediato», declaró un dirigente que cada día es también más cuestionado dentro de su propio país.
El reloj corre en contra de Zelenski y de un ejército ucraniano exhausto y temeroso de perder el apoyo militar estadounidense y de quedar a expensas de sus aliados europeos. El presidente dijo que quería reunirse con Trump cara a cara antes de que este organice la cumbre con Putin y le ofreció ser un «socio» más que un mero mediador. El problema para Zelenski es que los planes de la nueva Casa Blanca pasan por una normalización con el Kremlin más que por mantener la estrecha relación que mantenía Biden con las autoridades de Kiev.
Mientras en los despachos de la capital ucraniana tratan de adecuarse al nuevo escenario surgido tras la llegada de Trump, en el campo de batalla la guerra golpea cada día a nuevos lugares y las evacuaciones de civiles se multiplican.
En estos tres años el país ha asistido a traslados masivos como fue la de Mariúpol. El caso del Donbás es diferente porque el avance ruso es lento pero constante, el goteo de salidas no cesa, se mantiene en el tiempo y se está intensificando en los últimos meses. El enemigo ha puesto Pokrovsk en su punto de mira y las autoridades piden a los civiles que quedan allí que vayan al centro de evacuación de Pavlohrad, a unos 100 kilómetros.
Los ucranianos han convertido un antiguo centro cultural en punto de acogida para quienes escapan de los combates. En estos dos primeros meses de 2025 han llegado 1.700 personas, la mayoría ancianos. Aquí trabajan más de una decena de organizaciones no gubernamentales, locales e internacionales, y agencias de la ONU, y se ofrece abrigo, comida, apoyo psicológico y refugio temporal a los recién llegados. Aquí también les buscan reubicaciones en el oeste del país, la zona más segura de Ucrania.
«Tengo 73 años y mi único deseo es vivir hasta los cien para poder reconstruir mi casa y tener de nuevo mi jardín lleno de flores. En una noche cambió mi vida, pasé de ver la guerra en las noticias a tenerla en las calles, hasta que llegó a mi casa y me tuve que ir», relata Rumin Ludmila, que acaba de llegar desde Minograd, a las puertas de Pokrovsk.
Tatiana, funcionaria del Gobierno de Donetsk, es la responsable del centro y ella misma se ha visto forzada en dos ocasiones a trasaldar a toda su familia. «La recomendación desde hace tres años es evacuar antes de que sea demasiado tarde, pero muchos se resisten», apunta al tiempo que eleva a 9.000 el número de evacuaciones registradas en Pavlohrad desde 2022. «Otros muchos salieron sin pasar por aquí y se fueron directos al extranjero o a casas de familiares y amigos. Aquí llegan quienes tienen problemas para buscar una salida», añade.
Los evacuados llegan en autobuses amarillos de línea, ahora dedicados a realizar esta ruta salvadora. Cuando suena el rugido del motor, los trabajadores de las ONGs presentes dejan sus ordenadores y salen disparados porque no saben cuántos llegarán. Esta vez es un grupo de siete vecinos de la periferia de Pokrovsk, entre ellos Larisa y Nikolai Dementievi, ella de 87 y él de 90 años, casados desde hace 67. «Estamos tristes porque no podremos regresar, todo está destruido. Los últimos días los pasamos en el sótano, hasta que no aguantamos más y pedimos socorro para escapar. Esta provincia es especialmente peligrosa porque vivimos sobre pozos de minas y con cualquier explosión nuestra casa temblaba», apunta Larisa, que ha tenido la suerte de que sus hijos han venido a recogerles al centro de evacuación para llevarlos a Dnipro para comenzar una nueva vida lejos del frente.
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