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Volodímir Zelenski reconoce que al menos 46.000 soldados han fallecido en el bando ucraniano desde que Rusia lanzó la invasión a gran escala, hace casi tres años. Pero no todos tienen la nacionalidad de ese país: varios miles han viajado a Ucrania desde otros lugares para apoyarla en su lucha contra Rusia. Llanero llegó desde Colombia. «Quería aportar mi granito de arena a la causa de Ucrania porque fue invadida injustamente», explica este exmilitar curtido en la guerra contra el narco que ahora se entrena en los helados bosques de la región de Járkiv, a pocos kilómetros del frente. «Llevamos un mes y medio aquí y compaginamos las misiones con este entrenamiento, porque el entorno operacional es totalmente distinto», cuenta.
Para su compatriota Benis, Ucrania es el primer contacto con la guerra. «He cumplido mi sueño de ser militar», comenta. Lleva ya siete meses en el país, ha ascendido al rango de sargento y comanda la unidad Guajiro, que cuenta con unos 50 hombres. Por eso, supervisa los entrenamientos. «Si uno no tiene confianza no debe ir al frente», señala, respondiendo así a quienes critican que ambos bandos de la guerra envían a soldados poco preparados a combatir. «Tenemos todo el equipamiento y la formación necesarias», zanja.
A su alrededor, otros colombianos aprenden a orientarse por las interminables llanuras ucranianas. Sus instructores ucranianos les ponen a prueba constantemente: lanzan granadas aturdidoras y bengalas para que simulen diferentes escenarios, les enseñan medicina táctica que les puede salvar la vida, y ponen a prueba su forma física haciéndoles cargar con pesadas cajas de munición que hacen las veces de un compañero herido al que hay que evacuar.
La comunicación, eso sí, no siempre es fluida porque depende de una intérprete cuya voz a veces no llega con claridad. También hay un choque cultural. «A veces los ucranianos son difíciles de entender y tienen un carácter un poco tosco que choca con nuestro sentimentalismo latino, pero acabamos entendiéndonos», afirma divertido Benis.
A estos colombianos les acompañan soldados de otras nacionalidades. Hay estadounidenses y sudafrícanos, blancos y negros. Todos ellos forman parte de la Brigada Khartia, creada al inicio de la guerra e integrada en las filas ucranianas como la 13 brigada de la Guardia Nacional. Su objetivo es formarse siguiendo los estándares de la OTAN y servir así de ejemplo para el resto de las Fuerzas Armadas.
No obstante, a muchos de sus integrantes los llaman mercenarios. «Desafortunadamente, sucede. Pero nosotros pertenecemos a las Fuerzas Armadas de Ucrania, por lo que no somos mercenarios sino soldados ucranianos», responde Llanero, que aún confía en la victoria de Ucrania. «El desenlace es incierto, pero la guerra acaba siempre para quien muere», apunta Benis.
Es lo que le sucedió al militar cántabro Miguel Ortiz Lavín, conocido como 'Abuelo', cuando el 22 de noviembre de 2023 fue abatido en Avdiivka. Tenía 43 años. «Había estado en Malí y en Afganistán y el combate era su pasión. No era un mercenario, fue por sus principios», recuerda su cuñada Carmen, que ha reconstruido los últimos momentos de su vida con los testimonios de varios compañeros y superiores. «Un dron lanzó un proyectil y le reventó un pie. Un compañero le hizo un torniquete y lo refugió debajo de un tanque. Desde allí estaba en contacto por radio, y por esa vía un sargento le ordenó que saliese a pesar de que apenas podía moverse. En cuanto lo hizo le pegaron un tiro en la cabeza», cuenta.
El cuerpo no ha podido ser recuperado porque yace en territorio ocupado por los rusos. Y, por esa razón, Ortiz consta como desaparecido. «A través de este caso hemos visto que hay algunos que se lucran con el salario –entre 800 y 3.000 euros dependiendo de sus funciones– de los soldados que se encuentran en esa situación, porque lo sacan y se lo quedan», afirma Carmen, que ha abierto un proceso judicial en España para que le puedan dar por muerto y que así su mujer y sus dos hijos puedan pasar página y cobrar la pensión de viudedad que les permita vivir.
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