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La mayoría de los países desarrollados publica una guía con recomendaciones de viaje para que sus ciudadanos puedan decidir con conocimiento de causa si van ... a un determinado destino o no. Es evidente que algunas advertencias son de sentido común: por ejemplo, el Ministerio de Asuntos Exteriores de España aconseja «no viajar bajo ninguna circunstancia» a Afganistán, Ucrania o Sudán.
En situaciones menos obvias, estas informaciones pueden ser de ayuda para identificar áreas geográficas o ámbitos sociales en los que se debe tener cuidado. Así, España subraya que en Arabia Saudí «la homosexualidad está penada con la cárcel, e incluso con la pena de muerte», avisa de que en Bangladés «se ha experimentado un gran incremento en el número de casos de dengue», recuerda que Tailandia «prohíbe la exportación de imágenes y representaciones de buda» o recomienda «evitar las regiones noroeste, sudoeste y extremo norte» de Camerún.
Estas guías se actualizan constantemente y pueden servir también para reflejar una mejora en las condiciones de un país concreto. Por ejemplo, El Salvador. «Se ha reducido significativamente la criminalidad en el país, sobre todo la de grupos criminales denominados 'maras' que operaban en todo el territorio e hicieron que el país tuviera uno de los índices de homicidios más altos del mundo», escribe Exteriores en su web.
Normalmente, los países desarrollados aparecen «sin restricciones específicas». No obstante, desde que Donald Trump regresó a la Casa Blanca, cada vez son más los Estados que introducen advertencias sobre la superpotencia americana. De momento, España se limita a señalar los problemas de seguridad «en los barrios marginales de las grandes ciudades» y recalca que «permanecer en Estados Unidos más allá del período de tiempo autorizado es una violación de las leyes de inmigración del país, y puede traer consecuencias graves, como no poder volver a los Estados Unidos o ser detenido y/o deportado».
Otros países europeos, y Canadá, van más allá y ven otros peligros en el giro conservador y autoritario que está imprimiendo Trump al país. El contundente rechazo del presidente a las políticas de igualdad y diversidad –al grito de «solo hay dos géneros: hombre y mujer»– ha llevado a que Dinamarca advierta del riesgo que Estados Unidos puede suponer para las personas transexuales. «Al solicitar una ESTA o un visado, hay dos designaciones de género para elegir: masculino o femenino. Si su pasaporte tiene la designación de género X –el preferido por la población no binaria– o ha cambiado de género, se recomienda que se comunique con la Embajada de los Estados Unidos antes de viajar para obtener orientación sobre cómo proceder», recomienda.
Finlandia, cuyo pasaporte no incluye la opción X en el sexo, también aconseja a la comunidad trans. «Si el género actual difiere del de nacimiento, es recomendable preguntar de antemano porque las autoridades de Estados Unidos pueden denegar la entrada al país». Por su parte, el Reino Unido y Alemania también han modificado la redacción de sus advertencias para remarcar que «no se garantiza la entrada al país» ni siquiera con un visado válido «ya que la última palabra la tienen siempre las autoridades fronterizas». Ambos gobiernos se hacen eco de las numerosas denuncias de viajeros que se han sentido maltratados antes de ser deportados.
Algunos pasajeros incluso han visto denegada su entrada por haber publicado mensajes críticos hacia Donald Trump. Le sucedió a un científico francés cuyo móvil fue escrutado por los agentes fronterizos hasta que encontraron mensajes críticos con el presidente en sus chats. Otros viajeros también aseguran que se les ha exigido que muestren sus cuentas en redes sociales para poder verificar que no hayan publicado ningún material sospechoso, por lo que es recomendable borrar cualquier trazo de crítica si se quiere lograr el sello americano en el pasaporte.
Y la deportación no es lo peor. En las últimas semanas tres alemanes han sido detenidos en la frontera a pesar de tener todos los papeles en regla y la madre de uno de ellos, Fabian Schmidt –residente permanente en Estados Unidos–, ha denunciado que su hijo fue «violentamente interrogado» durante horas, forzado a desnudarse y a recibir una ducha fría por dos agentes. Durante cuatro días no tuvo noticias de él, hasta que colapsó y fue ingresado en un hospital.
El caso ha provocado tal indignación en Alemania que Berlín está monitorizando la situación y conmina a la UE a que pregunte oficialmente a Washington «si ha habido alguna modificación en la política de inmigración». Por su parte, dudas similares han surgido en el Reino Unido tras la deportación de una mochilera galesa, Becky Burke, que antes de su regreso forzado a casa pasó nada menos que 19 días detenida en las tristemente famosas instalaciones del Servicio de Inmigración y Control de Aduanas (ICE) en la frontera con Canadá.
«Le va a llevar tiempo recuperarse de esta traumática experiencia», afirmó su padre a la BBC, que preguntó a las autoridades competentes sobre el caso. «Los oficiales de fronteras tratan a todos los viajeros con integridad, respeto, profesionalismo y de acuerdo con la ley», respondieron desde el servicio esradounidense de Inmigración, detallando el proceso de deportación.
«Si se rechaza la entrada de un viajero en primera instancia se le brinda la oportunidad de regresar por sus propios medios a su país de origen. Si el extranjero no puede hacerlo, será custodiado por el ICE hasta su repatriación». Y los funcionarios no tienen por qué dar razones sobre la deportación. «Prohibir los viajes a quienes puedan representar una amenaza o violar las condiciones de su visado es fundamental para proteger al pueblo estadounidense», zanjan desde el Departamento de Estado.
Más difícil tienen explicar lo sucedido a Rumeysa Ozturk, la estudiante turca que ha visto revocado su visado y se enfrenta ahora a la repatriación por haber firmado un artículo en contra de financiar a empresas israelíes en una publicación de la universidad. No solo porque no ha cometido delito alguno, salvo que la libertad de expresión haya sido revocada, sino por la forma en la que fue detenida. Un vídeo recoge cómo varios agentes enmascarados la abordan en la calle, se identifican con sus placas y proceden a esposarla antes de llevársela detenida.
«Esto sucede en Venezuela o Irán, pero no debería suceder en Estados Unidos», es uno de los mensajes más repetidos en la red social X, donde muchos afirman que Trump ha dado a las fuerzas del orden un sentimiento de impunidad que convierte al país en un destino de riesgo.
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