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Miguel Pérez
Sábado, 29 de marzo 2025
Algunas imágenes resumen la terrible angustia de lo que sucede estos días en Myanmar y Tailandia. Una pierna desnuda asoma por una fina rendija entre ... dos láminas de hormigón mientras un socorrista intenta el rescate. Por encima hay siete pisos de ruinas compactas. Lo que era una torre de oficinas antes del terremoto. Es la imagen del terror profundo y resume la dura labor de los rescatistas en una búsqueda a contrarreloj de los supervivientes del movimiento telúrico que el viernes azotó el sudeste asiático con una fuerza apenas conocida.
La sensación de congoja y miedo es máxima allí donde al principio se escuchaban los múltiples gritos de los atrapados y ayer solo quedaba el ruido de las excavadoras, las grúas y las ambulancias. Llas autoridades han contabilizado más de 1.700 muertos y 3.400 heridos. El registro, sin embargo, sigue en ascenso. «Cada hora se añaden nuevos cadáveres», explicaba este sábado Zin Mar Aung, ministro de Asuntos Exteriores del denominado Gobierno de Unidad Nacional formado por opositores prodemocráticos al régimen militar que dirige el país. El Servicio Geológico de Estados Unidos calcula que el número total de víctimas mortales puede superar las 10.000 dada la magnitud del terremoto y el área devastada, Otras estimaciones apuntan a que se tardarán meses hasta tener una idea clara del desastre. Muchas aldeas remotas y poblaciones incomunicadas se hallan atrapadas en el manto de la destrucción y nadie conoce cuántos ciudadanos permanecen desaparecidos bajo los escombros y los corrimientos de tierras.
La emblemática ciudad de Mandalay, la segunda de la antigua Birmania y el centro neurálgico del comercio en todo el país, ha quedado pulverizada. Arrasada. La mayoría de muertes se han producido en este enclave de 1,5 millones de habitantes. Hasta anoche se habían rescatado 649 cadáveres y más de mil heridos de la que ya comienza a ser conocida oomo «la ciudad muerta». «La situación en Mandalay es muy dura. No sabemos exactamente la cifra de fallecidos, pero la ciudad acoge a muchos desplazados internos de otras regiones. Por lo tanto, será muy elevada», apuntó en las redes sociales el movimiento de desobediencia civil surgido tras el golpe militar de 2021.
El epicentro del terremoto –de 7,7 grados en la escala Ritcher– se situó a 9,6 kilómetros de profunidad y solo a 17 de la mítica y literaria Mandalay, cuyas mezquitas y monasterios no resistieron la onda de choque inicial. Luego se produjo un segundo temblor de 6,4 grados que termino de hundir las infraestructuras. Y el pánico continúa. En la mañana de ayer se registró una nueva réplica de 5.1 grados, a unos veinte kilómetros de Nay Pyi Taw. Superficial, estruendosa y agitada. Miles de personas huyeron a la carrera hacia zonas abiertas.
El temblor original, ocurrido a mediodía (sobre las 6.20 hora española), disparó una ola sísmica que llegó al suroeste de China, donde derribó unas 800 viviendas, y Tailandia. A 700 kilómetros del epicentro, hizo caer un rascacielos en construcción en Bangkok como un castillo de arena. Causó la muerte de una decena de personas y ayer se buscaba a medio centenar de desaparecidos. Las autoridades investigan cómo el edificio, encargado a un contratista chino, pudo desmoronarse mientras decenas de obras a su alrededor continuaron en pie.
El fenómeno resultó especialmente infernal para todo aquel que vivía lo largo de la falla de Sagaing, que divide Myanmar de norte a su por el centro. Se trata de una franja de especial riesgo sísmico en la que residen veinte millones de personas y, aun así, el del viernes será el episodio más letal que han conocido en los últimos dos siglos. Naipyidó, la capital y sede de la junta militar, se convirtió en la segunda ciudad más afectada.
Aeropuertos destruidos, estaciones de tren transformadas en una tabla rasa, carreteras agrietadas, tapones de tierra, montañas de ruinas a cada paso, el personal de rescate se encuentra con grandes dificultades para avanzar. Tampoco ayuda la saturación de unos hospitales que ya estaban al límite después de casi cuatro años de guerra. En la región de Mandalay los médicos tuvieron que realizar intervenciones quirúrgicas en plena calle mientras cientos de heridos fueron acomodados a las puertas de los centros sanitarios o en sofocantes carpas improvisadas bajo un sol de justicia. Los cementerios también se atascaron. Miles de familias se afanaban en localizar un pedazo de tierra libre donde sepultar a sus allegados.
La catástrofe ha roto el aislamiento internacional que la junta militar impuso a Myanmar tras el golpe de Estado. Los servicios nacionales de rescate colapsaron en cuestión de horas. Un efecto de la asonada. Muchos de los departamentos del Gobierno se quedadon apenas sin personal ni medios en 2021 cuando miles de empleados renunciaron a trabajar para los golpistas, salieron del país, acabaron detenidos o se alistaron con la milicia armada opositora. El régimen ha desmantelado además en estos cuatro años todo rastro de ONGs. El viernes por la noche, un país aterrado y necesitado de manos se topó con que no había apenas especialistas formados en grandes desastres.
China y Rusia, aliados naturales, fueron ayer los primeros en trasladar la ayuda humanitaria al terreno. Entre los dos movilizaron más de 150 rescatistas de alto nivel, El Gobierno de Modi se volcó asimismo con su vecino. Dos buques de la Marina india zarparon con varias toneladas de material de socorro y hoy está previsto que otros dos navíos repitan la operación. Además, ha desplazado a 87 miembros de la Fuerza Nacional de Respuesta a Desastres y 118 médicos.
La Unión Europea y la ONU ordenaron sendas partidas de emergencia. En el caso de la UE, envía un paquete de 2,5 millones de euros, a repartir por unos autócratas a los que sancionó en su día. Estados Unidos atraviesa, finalmente, la primera prueba de fuego tras los drásticos recortes aplicados por Donald Trump al servicio de asistencia exterior.
La incertidumbre se centra ahora en la calidad del reparto humanitario y la reconstrucción del país. Aparte de las trabas que pueda aplicar el Gobierno, las poblaciones con mayor nivel de castigo –como Sagaing, Mandalay, Magway, Shan, Naipyidó y Bag– se asientan sobre una endemoniada encrucijada de terrenos cuyo control se disputan el ejército, los rebeldes prodemocracia y las minorias étnicas.
La violencia está tan enraizada que el Gobierno del general Min Aung Hlaing bombardeó el mismo viernes algunos de los bastiones de la oposición solo unas horas después del terremoto. Los aviones de combate irrumpieron en el norte del Estado de Shan y lanzaron su carga sobre la aldea de Naung Ling, sin que los rebeldes informaran de víctimas.
Se da la circunstancia de que Shan limita con la región de Mandalay, la más devastada por el seísmo. Y aun así la acción militar no se detuvo. «No puedo creer que hayan realizado ataques aéreos al mismo tiempo que el terremoto». señaló una vecina de la aldea. El bombardeo causó estupor entre las agencias internacionales humanitarias, convencidas de que la magnitud de la catástrofe natural hubiera detenido la guerra
A las dificultades logísticas que la violencia imprime a la labor de las agencias humanitarias, se añade la imprevisión sobre si el régimen permitirá llevar el auxilio hasta los feudos de los opositores, que en anteriores desastres naturales ha vetado sin contemplaciones. La ONU ha advertido que necesitará un «acceso total» para aliviar las penalidades de millones de personas que ya carecen de agua potable y alimentos.
Los birmanos reaccionaron como sabían ante un terremoto. Pero todo se quedó corto. Una profesora de un colegio próximo a Mandalay recuerda que ella y otros profeores se encontraban en el centro cuando ocurrió el temblor. «Al principio fuimos a escondernos debajo de la mesa, pero después todo se nos cayó encima». Los docentes pudieron huir al exterior mientras el «edificio se sacudía y las paredes se resquebrajaban. Fue muy fuerte y yo estaba muy asustada», le contó a la BBC esta mujer que, al regresar a su casa, la encontró llena de grietas mientras un hotel y varios edificios a su alrededor se habían desplomado.
Las torres de Mandalay y otras ciudades se curvaron y derrumbaron. La antigua mezquita Shwe Pho Shein estaba llena de gente. «Apenas nadie logró escapar. Toda la mezquita se derrumbó y no hay nada que salvar. Hay muchos muertos y desaparecidos», comentó un testigo a la emisora británica.
Unas madrugadas saturadas de muertes han espesado la búsqueda a la desesperada. La frustración alcanza a los rescatistas birmanos y tailandeses que han escarbado con las manos entre los escombros en busca de supervivientes. No hay material de salvamento suficiente. Nada es bastante ante un seismo de proporciones tan poderosas que ha causado una destrucción ináudita e inédita. «Me quedaré hasta tener noticias, hasta que encuentren a mis padres o sus cuerpos», explicaba a 'The Telegraph' un joven que pudo escapar de la tragedia mientras sus padres quedaban atrapados en una torre de cristal en Tailandia.
Una joven de 29 años que logró huir de su casa manifestaba cómo «me siento culpable por estar a salvo» mientras sus allegados y conocidos han sufrido un peor destino. «Estamos haciendo todo lo posible para rescatar a los sobrevivientes. Pero donde anoche oímos gritos, hoy todo es silencio», declaró, por su parte, al mismo diario Yan Naing, rescatista destinado a buscar víctimas bajo el frágil esqueleto de una torre de apartamentos de lujo en Mandalay.
El terremoto ha devastado un país ya de por sí arruinado después de cuatro años de luchas intestinas tras el golpe que acabó con el Gobierno de Suu Kyi en 2021. «Solo tenemos esperanzas, es lo único que queda», afirma un habitante de la periferia de Mandalay. Médicos Sin Fronteras ha informado que la situación es «complicada» y existen «importantes cortes de comunicaciones en algunas de las zonas más afectadas». En los hospitales las urgencias han sido instaladas en los patios y los vestíbulos. «El tiempo es especialmente crítico en situaciones como ésta, sobre todo para quienes necesitan atención inmediata», alerta la ONG.
La situación del país raya con el precipicio. Los enfrentamientos entre los militares y la insurgencia han dejado miles de muertos. El Gobierno del general Min Aung Hlaing es frágil. En estos años ha perdido el control de buena parte del país y su ejército sufre constantes deserciones. Pero es la población civil la más afectada. La ONU registra 3,5 millones de desplazados por la guerra y se calcula que 20 millones de ciudadanos necesitarán ayuda para sobrevivir este año.
El terremoto ha impacto en algunos de los territorios más castigados por los combates: Sagaing, Mandalay, Magway, Shan, Naipyidó y Bago. En todos ellos el Gobierno ha declarado la emergencia nacional. Incluso tras el desastre, la junta militar tiene destinados a importantes contingentes en estos enclaves, sobre todo en los rurales, escenario de los combates más intensos con las milicias prodemocráticas, que luchan con distintas guerrillas pertenecientes a las minorías étnicas.
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