

Secciones
Servicios
Destacamos
José Martín Santana es de los costeros que pasaron su vida pescando en África desde los 14 años. A sus 86 rememora cómo sobrevivió a un huracán, en el año 50, en Cabo Blanco. Aquel ciclón con mares inmensas y vientos huracanados fue una auténtica tragedia para muchos barcos canarios, que acabaron naufragando.
Aquel huracán con vientos de 200 kilómetros por hora y olas de más de 15 metros se conoció con el nombre de El Rabo del Ciclón y fue una auténtica calamidad para muchos barcos canarios.
José tenía 25 años cuando patroneaba El Bonito, un balandro de 10 toneladas que faenaba en Cabo Blanco, en la frontera entre Mauritania y Marruecos. «Con nosotros pescaban ese 19 de septiembre del año 50 el Sara, la Candelaria, (de la familia de los mudos), El Milagros, un pailebote de Las Palmas y otros dos barcos que se fueron para tierra por la tarde. Escaparon, pero La Carmencita, y el San Antonio, de mi tío Pepe, no tuvieron tanta suerte».
«Faenábamos a media noche y empezó a subir la intensidad del viento. Pensamos que sería un garugón, que pasaría pronto, pero al poco reventamos el cabo que nos tenía fondeados. Intentamos meter el barco en popa, con poca vela para que metiera la proa en la mar y el viento siguió soplando cada vez más fuerte». «A las 4.00 de la mañana el barco rompió la vela y ya no obedeció, arriamos velas, la mayor abajo y empezamos a correr en popa a donde nos llevaba la mar. Teníamos cuatro nasas, botamos dos, aligeramos la botavara y todo lo amarramos. Muertos de miedo fuimos corriendo el temporal con la trinqueta, sola, y todas las demás velas amarradas, deseando que aclarara el día, con olas como castillos. Se nos saltaban las lágrimas. Jamás pase tanto miedo».
«A mi hermano el chico, de 15 años, lo encerramos en la camareta clavando la puerta con clavos para no perderlo, y el resto de la tripulación, éramos tres, aguantamos amarrados como pudimos».
«Cuando el sol iba saliendo venía el huracán y ya no pensamos en escapar. Sobre las 9.00, tras una noche endiablada en la que no paramos de rezar a la Virgen del Carmen, logramos hacer un cabo y que el rosón pegara en el fondo, y el barco afirmó, quedando más seguros. Empezamos a hacer guardias de tres horas cuando empezó a aflojar, pero seguimos muertos de miedo hasta media noche, cuando ya sólo quedaba el rebojillo». Al amanecer, «con gran alegría nos topamos en medio de aquella mar con El Sara y La Candelaria, pero no había más nadie, el resto fueron a pique. Cuando volvimos a Cabo Blanco y vimos la bandera a media asta, supimos que una gran desgracia había pasado». El San Antonio, La Carmencita y El Milagros no aguantaron».
Noticias relacionadas
Publicidad
Publicidad
Publicidad
Publicidad
Sigues a Carlos Sixto De Inza Serrano. Gestiona tus autores en Mis intereses.
Contenido guardado. Encuéntralo en tu área personal.
Reporta un error en esta noticia
Necesitas ser suscriptor para poder votar.