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José Javier Esparza
Lunes, 21 de enero 2008, 13:46
Este domingo dio la campanada "Aida", en Telecinco, con una cuota extraordinaria del 33,2%, que equivale a 6,2 millones de espectadores. Es una de las cifras más altas de su historia. También fue uno de los episodios más groseros y salvajes de esta serie, abundante por otra parte en ese tipo de alardes. Decía Sócrates -esto lo cascó Platón, como casi todo- que a las sociedades podemos imaginárnoslas como al cuerpo humano: hay una cabeza donde reside la recta razón y el pensamiento, hay un pecho donde residen el coraje y la fuerza y la pasión, y hay un vientre donde residen los instintos más elementales de supervivencia, que son el buen yacer y el yantar, como sabía el de Hita. A cada uno de esos órganos correspondía una función en la República: a la cabeza, el gobierno, la justicia y la religión; al pecho, la defensa y la guerra; al vientre, la producción y la reproducción. A alguno le parecerá que todo esto son metafísicas, pero reparemos en que así ha sido el orden -estamental- de las sociedades europeas desde la prehistoria hasta la revolución francesa. La gracia de la tripartición socrática está en que el modelo vale para muchas otras cosas; entre ellas, para clasificar los productos de la imaginación y de la cultura, desde la literatura hasta la televisión. Así, hay historias de cabeza (las que ponen el acento en el espíritu), historias de pecho (todo el cine épico, bélico o de acción, por ejemplo) e historias de vientre, que son las que convierten en argumento central los instintos más elementales. La cultura popular está atiborrada de historias de vientre desde el principio de los tiempos, y basta pensar en Rojas o en Rabelais. Hoy las series de televisión transitan por el mismo camino. "Aida" es un perfecto ejemplo, porque es un relato donde sólo hay vientre y nada más que vientre, incluido el bajo vientre (ya sé que comparar "La Celestina" o "Gargantua" con "Aida" es como comparar a Homero con Santiago Segura, pero ya entiende usted lo que quiero decir). Que las historias de vientre sean vulgares, soeces y tremendistas forma parte de su propia naturaleza. Cuanto más 'de vientre' es una sociedad, más vulgar es el relato, y la nuestra lo es en grado sumo. Tal vez esto no lo podamos cambiar. Ahora bien, sería de agradecer que los guionistas de televisión pensaran de vez en cuando en la cabeza o en el pecho (y me refiero al pecho socrático, no al de "Sin tetas no hay paraíso"). Uno ve la tele y, si aplica el modelo del viejo Sócrates, lo que le aparece es un ser deforme con la cabeza del tamaño de una mandarina, un pecho reducido a explosiones de efectos especiales y, dominándolo todo, un descomunal vientre de paquidermo que avanza rodando y arrolla la tierra a su paso. Nuestro mundo camina sobre el vientre. Así andamos todos de escocidos.
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