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La igualdad de género está cada vez más lejos. A pesar de ser un derecho humano fundamental y el eje sobre el que debería rotar un mundo más justo y sostenible, la brecha entre hombres y mujeres no deja de crecer. La crisis económica ha sido un factor clave del aumento de la desigualdad en un mundo en el que las mujeres soportan las mayores tasas de pobreza, el paro, los menores salarios y las pensiones más bajas, además de la mayoría de los empleos de solo cuatro horas, que se ven obligadas a aceptar para poder hacerse cargo del cuidado de hijos y mayores. A pesar de ser ellas mayoría en el mundo universitario y tener carreras brillantes, ganas y talento, sólo unas pocas consiguen colocarse en puestos directivos, reservados en su mayoría a los hombres. Y da igual el campo de la vida que se analice: la universidad, la ciencia, la investigación el mundo de la empresa, la administración pública, el ámbito político, los sindicatos, la sanidad... Ellos los controlan. En el mundo de la empresa las mujeres en puestos de dirección y responsabilidad apenas llega al 15%. En las grandes corporaciones la situación es similar. Basta con echar un vistazo a las empresas del Ibex 35: de los 461 puestos que hay en los distintos consejos hay 84 mujeres (que ocupan 92 asientos, algunas repiten). Apenas llegan al 20% a pesar de que la Comisión Nacional del Mercado de Valores (CNMV) recomienda que las mujeres ocupen el 30% de los asientos (sólo 10 empresas del selectivo cumplen con este porcentaje y hay una que no tiene ni una sola mujer en su consejo de administración). Entre 2016 y 2017 el avance de las mujeres en las empresas del Ibex fue de un 1% frente al 13% del año anterior. Completamente desalentador. La responsabilidad de esa desigualdad es tanto de los hombres como de las mujeres. En un entorno en el que ellos controlan los puestos directivos cuando contratan suelen elegir a personas de su sexo. Además, sobre ellas pesan muchas barreras socioculturales y perjuicios que conforman el denominado techo de cristal. La maternidad es uno de esos lastres que obliga a muchas mujeres a tener que elegir entre seguir adelante con su carrera profesional o tener hijos. La compatibilidad de ambas es imposible en un mundo diseñado por los hombres y en el que las reuniones se alargan hasta la noche (salvo los días de fútbol), algo de lo que se quejan la mayoría de las directivas. Las administraciones públicas tampoco hacen demasiado y utilizan la conciliación únicamente como discurso político y electoral. El techo de cristal es difícil de romper porque en teoría no existe. No hay leyes ni códigos establecidos que discriminen a la mujer pero existen tácitamente. La mentalidad y el machismo que impera en nuestra sociedad es otro elemento a tener en cuenta. Esta misma semana un eurodiputado polaco defendió ante la Eurocámara y con absoluta tranquilidad que las mujeres debían ganar menos porque son «más débiles, más pequeñas y menos inteligentes» que los hombres. Al techo de cristal se suma el techo de cemento, que son las barreras que se autoimponen las propias mujeres y que derivan de su perfeccionismo e incluso de los estereotipos que tiene asumidos. Nuria Chinchilla, profesora del IESE lo refleja perfectamente, «cuando hay un nuevo puesto de trabajo y dicen que hacen falta cuatro competencias, la mujer no se presenta porque solo tiene tres y el hombre lo hace aunque solo tenga dos». Un estudio de las universidades de Nueva York, Illinois y Princeton, y presentado hace unos días en la revista Science confirma la existencia de ese techo de cemento desde que la infancia. Según detalla, a partir de los seis seis años las niñas se consideran menos «brillantes» que los niños de su edad y eso condiciona sus aspiraciones profesionales a futuro.
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