Indulto

Ole tus bemoles, Carlitos Fabra. Ole, y ole con ole. Así se saca pecho, llevando las virtudes democráticas hasta sus últimas consecuencias. Sólo te falta gritar que viva el partido que te parió. Que para algo debe servir la mayoría absoluta. No sólo en la economía; también vale todo en la justicia. Hasta en la forma de burlar la justicia, es decir. O por lo menos su aplicación inmediata.

Detrás de esas gafas oscuras se adivina un tipo burlón, que mira al mundo a una cierta distancia a sabiendas de que la suerte sólo sonríe a quien se la trabaja. Nadie puede negar que en eso, pocos pueden hacerte sombra. Sin ser el único; también en Canarias se conocen casos de agraciados a los que la fortuna visita con frecuencia, y descarga sobre ellos sus maletines de billetes. En cuentas cercanas o territorios lejanos, que más da. Todavía quedan zonas de América por descubrir.

Claro que el dinero no lo es todo en la vida, pero en ese momento del día en que repasas la figura ante el espejo, seguro que no puedes callarte. Con lo que tú has hecho por los demás, y ahora te pagan así. De eso va la cosa, del precio. Tú, que entiendes bien el mecanismo, sabes que en la práctica estás amortizado, sólo que esperabas otra cosa, un destino más blanco, tal vez una playa. Después de levantar ese aeropuerto único, deberías tener al menos un vuelo disponible, una salida. Por eso acudes en súplica al Gobierno, con tal de preparar la retirada. A ser posible, que parezca una jubilación antes que la cárcel.

Tiene su guasa que te condenen por fraude fiscal sostenido cuando eras «un ciudadano ejemplar», como te dijo Mariano cuando ya todo funcionaba así. Ay, qué frágiles son las palabras, qué torcido el destino cuando los amigos te fallan. Y qué ingrata la política. Mira a Pujol.

Deberías contar lo que hiciste con todo el dinero. Entonces valdría la pena el indulto.

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