Gilberto y Chela

Qué cosas tiene esta vida perra. El mismo día que se conoce que la FAPE, la federación que agrupa a más de 13.000 periodistas españoles, concede su máxima distinción al periodista Gilberto Alemán, va Chela y se nos muere. Se quedó ahí, de repente, delante de muchos y de los que desesperadamente querían hurtarle esta marcha tan pública que seguro ni él quería. Ocurrió en mitad de la calle, que tanto pateó y de la que tanto husmeó en busca de noticias, inspiración, una nueva receta, un frío güisqui o una animada conversación. Yo por ambos siento una profunda admiración, porque ellos cimentaron la profesión que me da de comer, cuando ejercerla significaba mucho más que arrancarle un cabreo al político, mando militar o empresario de turno. Que si hoy entrevisto a Dios, pumba: al talego. Que si no todo está tan en orden: al talego, que si tosía: al talego Ambos acumulan un enorme y valioso legado para nuestra generación. Miles de afinados artículos y columnas de opinión, en el caso de Chela una producción audiovisual única y respetuosa con los guisos y el yantar tan desprestigiado de estas islas, mucho de cuyo respeto actual se le debe a él, Hernández Bueno, Marrero, Iglesias, Millares (Yuri y Michel) y otros (pocos) más.

Repasen ahora sus libros, cocinen en su honor un cherne, un potaje, un conejo en salmorejo, unas papas o una buena leche asada, tomen un humeante café y rematen con una parra. En una profesión tan caníbal como ésta, que para ambos sólo haya ahora buenas palabras sólo puede significar dos cosas: dice mucho de lo buenos que son o de lo hipócritas que seguimos siendo. Ésta es una vida de perros. Bien alimentados (por ahora y la mayoría), pero de perros. Por eso le di ayer a Gilberto un abrazo fuerte. No se lo dije, pero no le felicitaba por la distinción de la FAPE, ni por su legado de cómo se construyó Santa Cruz, ni por sus muchas anécdotas, tantas sonrisas y algo de mala leche e irreverencia. Simplemente le pedía que no se fuera jamás.