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Lunes, 4 de abril 2011, 01:00
Se va pero se queda. Hasta marzo del año que viene, José Luis Rodríguez Zapatero se mantendrá en su cargo salvo que convoque elecciones anticipadas, una decisión a la que quizás se vea abocado si la economía española sucumbe a los envites de los mercados y si el rescate de Portugal -cada vez más evidente- termina por fastidiar la regulación de un sistema financiero, cada vez más lento y más opaco. Su anuncio de retirada ha sido tortuoso y ha debilitado la estrategia defensiva del PSOE hacia las críticas de la ciudadanía, defraudada con tasas de paro del 30% (en Canarias) y la pérdida abultada de poder adquisitivo, una veces por la subida de los combustibles y otras por el repunte de la inflación hasta el 4%. Zapatero deja tras de sí un reguero de pólvora que dilató hasta la extenuación. Su salida es por la puerta falsa, con la cabeza baja y un endeudamiento del 11% en el PIB que dificulta los próximos test de solvencia de las finanzas hispanas. Es, ante todo, una caída económica que les pasará factura en las elecciones del 22 de mayo y del que barones y candidatos socialistas van a tener que explicar muy clarito por qué el tejido laboral y productivo está tan deteriorado. Su credibilidad ante las autoridades monetarias tampoco está para tirar voladores y ahora se comprende (con algo de imaginación) el salvavidas que le arrojó hace una semana Emilio Botín, cuando le imploró que no abandonase la nave. ¿Quería anticipar su adiós a la Moncloa o quería dimitir en plena tormenta financiera? El desconcierto ha sido la nota dominante en un presidente que no se ha creído su credo, con revoluciones insaciables que se quedan en el camino por inanición y que no han podido satisfacer a nadie, como la reforma laboral o la reestructuración del modelo bancario y de cajas de ahorro. Su desgaste institucional es proporcional al sufrimiento de la población con la crisis. Es el presidente que nos empobreció, el presidente que nos hizo pasar de la euforia a la tristeza y aunque en su chistera no hay varitas mágicas, sí ha incurrido en un pecado capital que no se perdona en política: la falta de liderazgo para generar entusiasmo y confianza. Creó un fortín en Moncloa, anclado en un think-tank de cien cabezas pensantes que, después, en la práctica, se alejaban del día a día más doméstico. Rehuir durante dos años la crisis, por miedo a las protestas sociales, narcotizó a la sociedad para emprender una de las batallas más duras desde la Democracia. Ahora, sus herederos (ya sea Rubalcaba, Chacón o Rajoy) se encuentran con una caja quebrada, con un modelo de negocio con fisuras sistémicas que obligan a reflexionar sobre un dato que la ministra de Economía y Hacienda, Elena Salgado, no nos ha dicho aún: ¿quien está comprando el papel emitido por el Tesoro? ¿China o los Emiratos Árabes? Algo esconde este Gobierno de tribulaciones; una mañana nos desayunameros con una delicada exposición a grupos de interés que pululan más allá de nuestras fronteras, en lugares remotos donde se decidirá el futuro de empresas con arraigo territorial pero sobre las que apenas tendemos capacidad de influencia. Será el fin del sueño ZP.
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