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P. ¿Qué le motivó a escribir Un largo sueño en Tánger?
R. La idea de la mujer en coma me vino cuando yo estaba en el mismo hospital de Tánger donde está ingresada la protagonista de la novela. Mi madre estaba ingresada y también estaba en coma. Mis hermanos, cuñados y amigos hablábamos entre nosotros como si ella no nos escuchara. Con esa certeza, ya que es lo más habitual entre las personas que se encuentran en esa situación clínica. En un momento dado, mi cuñado me dijo: «¡Oye! tengan cuidado con lo que hablan delante de ella. Mi padre estuvo en coma y cuando se recuperó me habló de cosas que yo había hablado delante de él». Así me vino la idea de que se trataba de una buena vía para una novela. Yo le estaba dando vueltas desde hacía tiempo a hablar en una novela de la doble moral, de cómo se vivía las relaciones entre los españoles y los marroquíes en el Marruecos de mi niñez. Reconozco que se trata de una novela personal, en el sentido en el que todo lo que yo vuelco en la novela lo viví desde pequeño y hoy sigue vigente en Tánger. Con la independencia marroquí de 1956 no se terminó el espíritu colonial. Sigue vivo.
P. ¿Qué población española vive hoy en Tánger?
R. Es mucho menor que antes. Habrá en torno a un millar. La mayoría son españoles que han llegado recientemente. No son los españoles que vivían a mediados del pasado siglo allí, ni siquiera sus hijos, aunque quedan algunos, que son una minoría. Son trabajadores de empresas españoles instaladas allí, profesores de los institutos y del Cervantes, funcionarios del Consulado... La tónica general es la misma. Nosotros aquí y ustedes [los marroquíes], allí. Eso lo vivía en mi casa y en la de mis amigos europeos. Los «moros» por un lado y nosotros, por otro. Los de mi generación lo vivíamos de otra forma...
P. Su generación sería la de los hijos de Isabel, la protagonista de Un largo sueño de Tánger...
R. Efectivamente. Hemos nacido y vivido en Tánger y después nos fuimos de allí. Pero mamamos toda esa situación. Éramos diferentes. Teníamos amigos marroquíes. En muy pocas casas de europeos recuerdo haber visto entrar un amigo marroquí de los dueños. Había una criada marroquí y poco más. Considero una vergüenza personal no hablar árabe, cuando he vivido 27 años de mi vida en Marruecos.
P. ¿Era algo que ni se les pasaba por la mente a aquellos españoles o europeos?
R. Para nada. Ni se les pasaba por la cabeza que sus hijos aprendieran árabe. Si desde pequeño no te lo enseñan... nunca lo aprendes. Tienes amigos marroquíes, pero te comunicas con ellos porque son ellos los que han aprendido español, francés o inglés. Es una situación inconcebible. ¡Imagínate un inglés que lleve treinta años viviendo en España y que no hable ni una palabra en castellano!
P. ¿Vivían en Tánger, pero en el Tánger español?
R. Bueno, en el Tánger europeo. Nos movíamos en una zona limitada de la ciudad. Una zona que no era pequeña, ya que Tánger es una ciudad grande, de un millón de habitantes. Había barrios que ni se pisaban. Yo cuento en un momento de la novela que la familia española protagonista visita por primera vez la casa de la criada, en uno de esos barrios que para ellos eran otro mundo. Es un ejemplo más de ese espíritu colonial que tanto me ha molestado siempre. Se resume en esa frase que estoy tan harto de oír: «Es que Tánger ya no es lo que era, está llena de moros». Son frases y comportamientos execrables, de menosprecio hacia los marroquíes.
P. ¿Pero la convivencia era buena o los miraban como si fueran ciudadanos de segunda clase?
R. No había un Apartheid. En absoluto. Menos aún después de la independencia. Se relacionaban, pero por lo general no tenían amistad con ellos. Bueno, pasaba con ellos, aunque también es cierto que en mi generación algunos mantenían intactas las ideas de sus padres. Lo mismo ocurría en la generación anterior con algunas excepciones, como el doctor Molina de la novela. Era una relación normal, pero de puertas para adentro no los querían cerca y los despreciaban. Eran seres inferiores, hacia los que no tenían consideración alguna. Los querían como criados. En todo caso, la situación variaba algo si eran marroquíes adinerados, con un nivel social elevado. Los españoles y franceses de Tánger vivían con un nivel social y económico mucho mayor del que tendrían en España con su mismo trabajo. Tenían criadas, todo era más barato, formaban parte de clubes privados. Por ejemplo, existía el Yating, en plena playa de Tánger. Una alambrada separaba una parte de la playa para los socios. Incluso, un guardián con un palo impedía que los marroquíes pasaran a la parte de los socios desde el agua. Por eso se creían los amos y así se comportaban. Por eso, en la novela busco radiografiar aquella mentalidad colonialista. Que no se ha extinguido tras la independencia del país. Lógicamente, en la calle no se dice nada, pero de puertas para adentro, los siguen tratando igual. También quería hablar de cómo esa mentalidad se ha ido transformando y de temas colaterales, como las relaciones matrimoniales y la realidad sociopolítica, cómo era el franquismo en Tánger, la guerra entre España y Marruecos que consiguió ocultar de forma sorprendente el régimen, tanto aquí como allí. En la novela también intento desmontar esa idea falsa de que Tánger era un ejemplo de convivencia entre personas de distintas nacionalidades y religiones. Es cierto que no se mataban entre ellos.
P. Pero cada uno por su lado...
R. Los judíos iban a su sinagoga y no les pasaba nada. Los cristianos, a su catedral ,y los musulmanes, a sus mezquitas. Sí, había tolerancia, sobre todo por parte de las autoridades marroquíes. Pero yo conozco a gente que ha dejado de hablar a miembros de su familia por casarse con un judío. Y para un español casarse con un o una marroquí era poco menos que una traición. Lo mismo pasaba entre los judíos y los musulmanes.
P. Convivencia sin mezcla...
R. Sí. Teníamos amigos musulmanes y judíos, pero mezclarse ya era otra cosa.
P. Ante todo esto, ¿podemos decir que Un largo sueño en Tánger es una ficción compuesta a partir de pequeñas realidades cotidianas?
R. Es ficción, pero los detalles son reales, vividos por mí o que me han contado personas de allí. Lo grueso es ficción. Lo que más hay de mí es la reflexión y la visión crítica de las relaciones coloniales entre europeos y marroquíes. Toda esa hipocresía, cómo Tánger era una ciudad muy de aparentar de puertas para afuera.
P. Isabel es una mujer buena, que gracias a su estado de coma descubre que su forma de actuar y de pensar sobre los marroquíes no era correcta. ¿Estoy en lo cierto?
R. Sí. Está imbuida en esa mentalidad y despreciaba a los «moros» y en concreto a su criada. Gente respetable que después actuaba así. Por eso, la figura de Amina, la sirvienta, creo que es fundamental en la novela, porque es determinante en la transformación de Isabel. Le habla, para lo bueno y lo malo, con la mayor sinceridad y le cambia la mentalidad.
P. Después está el machismo y los malos tratos de ese matrimonio.
R. Sí, se trataba de una realidad muy extendida en aquella época y que me interesaba abordar, porque parece que está reviviendo entre nuestra sociedad. Sorprendentemente, entre los jóvenes. Aparentas tratar muy bien a tu mujer en la calle, pero en casa después eres un machista, un cabrón y un violento.
P. Del tono y del estilo narrativo qué nos puede decir. ¿Fue complicado, con ese constante cambio de voces y los monólogos interiores?
R. Mandaba el monólogo interior de la protagonista y cada tres o cuatro capítulos le pasaba la voz a la sirvienta. Entre una y otra sí que hay que cambiar de registro. El objetivo era lograr un equilibrio entre lo oral y lo literario. Me obligó a cambiar de estilo.
P. ¿Es su novela más íntima?
R. Sí. Sin duda. Tenía muchas ganas de escribirla, pero a su vez me costaba mucho ponerme a ello. Implicaba volcar mucho de tu propia vida. Era y sigue siendo doloroso. Me avergüenza. Me avergonzaba escuchar a los de la generación de mis padres hablar de esa forma. ¡Era una vergüenza ver cosas como que llamen a las sirvientas con una campanita!.
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