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Selección de sashimi, acompañado de ostras. J.L.R.
Restaurantes

La vida sigue igual (de bien) en Kabuki Gran Canaria

El excitante restaurante japonés, de situación privilegiada y poderosa sala, continúa su particular idilio en el sur de Gran Canaria con una propuesta ya consolidada

José Luis Reina

Maspalomas

Lunes, 20 de noviembre 2023, 22:52

Uno afronta el trayecto a Costa Meloneras con una vitalidad desbordante, sabiendo que el destino final es un local en el que casi abrazar al mar y al Faro de Maspalomas desde la mesa. No ha sido un mal año en Kabuki, desde la entrada en la Guía Michelin como uno de sus recomendados hasta algunos cambios en cocina y sala, lo cual ha supuesto un salto de calidad en términos generales.

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Si bien en una de mis últimas visitas, en verano y para un almuerzo, pude comprobar cómo el joven y ambicioso restaurante pasaba a ser un proyecto maduro y sólido, recientemente Kabuki, con la sala llena, me demostró que su gran estado de forma no es algo temporal, afortunadamente. Al gran equipo de sala, liderado por Efraín Rebole, autoridad en el mundo del vino y gran anfitrión, le acompaña gente como Jonathan del Valle, un excelente profesional que abarca la sala con soltura y criterio, además del resto del equipo en cocina.

Lo de esta vez fue una cena, donde el restaurante se pone el traje de gala y ofrece una estampa idílica. La mesa, justo frente a la gran cristalera que da al mar, al paseo y al icónico faro, es de por sí una experiencia. La noche le sienta muy bien a Kabuki, y la noche nos sienta muy bien a todos los que por allí paramos. Nada puede salir mal.

Una gran selección de nigiris. J.L.R.

En su oferta gastronómica pura, el comensal puede optar por menú degustación o carta. Se agradece ambas opciones, pues contenta a todos. Hay una tercera vía, no oficial, pero quizás la más inteligente, para adentrarse dentro de las posibilidades y apetito de cada uno: dejarse llevar por las recomendaciones del personal. Sólo así te puedes encontrar con sorpresas tan agradables como la croqueta japonesa de jamón Joselito ibérico 100% bellota. Es evidente que hay opciones innegociables, teniendo en cuenta que aquí no titubean con el producto.

En la parte líquida, una enorme oferta de vinos canarios, nacionales e internacionales, además de los siempre sorprendentes sakes -una bebida tan desconocida como apasionante para el que escribe- y, por supuesto, un buen surtido de champagnes, cavas y espumosos de toda índole.

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A destacar, es evidente, la precisión de los cortes. Vitales para disfrutar -de verdad- de la cocina nipona, el corte es casi tan sagrado como la calidad del producto. Kabuki ofrece una gran selección de sashimis (es mejor lanzarse a por el Moriawase, de atún, salmón, pescado blanco y mariscos), usuzukuris (el de carabinero con el jugo tibio de su cabeza es brillante) y nigiris sushi (especial mención a la trilogía Kabuki; con huevo de codorniz, hamburguesa y pez mantequilla; y al Gyutaki Ponzu, de lomo alto madurado con gel de ponzu).

En esta ocasión, en el apartado de carnes, y tras haber disfrutado la otra vez del magnífico lomo bajo de vaca madurada a la parilla, optamos -a sugerencia del encargado de sala- por la carrillera a baja temperatura, con una salsa de curry casero indonesio y arroz gohan.

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Usuzukuri de pescado blanco con mojo verde y papa. J.L.R.

Un apunte de interés. Los enamorados del atún, como un servidor, encontrarán aquí un pequeño paraíso para disfrutarlo plenamente. La parte más grasa de la ventresca, la denominada como toro (la que se localiza más al costado recibe el nombre de chutoro) es adicción, hedonismo y uno de esos excesos siempre justificados.

En la parte dulce, por cierto, un viejo conocido: cremoso de chocolate blanco y gelatina de yuzu. Aquí me faltó, por despiste justificado, acompañarlo de algún vino dulce, donde Canarias ofrece grandes opciones.

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Cremoso de chocolate blanco. J.L.R.

Puede alargar el postre en su acogedora terraza, para cerrar la noche con algún cóctel sin perder la esencia, en ese ambiente tan íntimo alejado de todo. Y al salir, un último paseo, placentero paseo. El entorno invita a ello, desde luego, y se hace difícil marcharse de allí. El silencio imperante, solo roto por el sonido del mar, hace que todo vuelva a su sitio, siempre con el faro observando. Una noche especial.

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