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Un nuevo año y por aquí la vida sigue igual. Igual de bien, afortunadamente. Ángel y su equipo lo empiezan como terminaron el otro, cantando, riendo, compartiendo con sus clientes, aunque ya pocos se pueden denominar como tal. Aquello es un grupo de amigos que acude a casa de otro amigo a disfrutar. Y ese es su gran secreto.
Cuando alguien que viene de visita a la capital grancanaria y me hace la típica pregunta de: «Oye, ¿dónde puedo comer algo por Las Canteras?», la respuesta ya está dada antes de que la cuestión finalice. Ese sitio es La Bodega Extremeña. Este local es como ese coqueto apartamento en primera línea de mar, un objeto de deseo en el que todo el mundo quiere estar.
Su barra es tan pequeña como agradable. Aunque cuenta con una terraza exterior con vistas al mar (calle Franchy Roca), la magia está dentro. Y aunque cuenta con pequeñas mesas donde disfrutar de ese acogedor lugar, a mí lo que me gusta es la barra. Y precisamente allí tuve una de mis últimas comidas del año que ya se fue. Y allí seguiré teniendo todas las que pueda en este 2023. Lo mío no es vicio, apreciado lector, que también. Es placer. Y cuando uno encuentra un lugar que se lo ofrece, debe agarrarlo con el entusiasmo de la primera vez.
En la bodega de Ángel, natural de Alcuéscar, en Cáceres y orgulloso vecino grancanario, todos los días son fiesta. Como en el París de Hemingway, pero con más gracia. Su oferta no tiene trampa, ni genera mucha confusión. Un gran surtido de embutidos de primera, una notable oferta de vinos, una generosa selección de montaditos para abrir boca y una serie de platos ya emblemáticos en la zona. A la célebre ensalada de tomates, ventresca, aguacates y aceitunas -con un fantástico aliño-, hay que sumarle otros clásicos como las carrilleras, rabo de toro o unos callos con chorizo.
Todo muy castizo y muy sabroso. Las cañas, por cierto, perfectamente tiradas. Asignatura obligatoria para cualquier barra de bien. Pero aquí hay un plato que es el verdadero rey de la casa, -con el permiso de Ángel-, y ese no es otro que la tortilla de ibéricos. Jugosa, potente, sabrosa, perfecta. Rara es la mesa que no la tenga. Y pobre de ellos, por cierto. El gran Gerardo te la llevará y te la cortará con la misma rapidez con la que el comensal la devora. Hay muchas tortillas, y muy buenas. Pero como la de la bodega, pues ninguna.
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Cristina Cándido y Álex Sánchez
Lucía Palacios | Madrid
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