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Más de medio siglo ha pasado desde que abriera sus puertas y más de medio siglo de una parrilla con sus brasas candentes, asando los mejores cortes de carnes uruguayas y otras tantas delicias que forman parte de la memoria del paladar de los incontables comensales que han llenado y siguen llenando El Novillo.
Me sucede que, tan pronto como traspaso su puerta, me empeño en buscar el nombre de mis hermanas y el mío propio porque recuerdo el día en que, a las tres, siendo muy niñas, nos dejaron un rotulador para que formáramos parte de sus singulares paredes y, desde ese día pasamos a formar parte de esa «escenografía» tan peculiar como romántica de El Novillo y ellos, en el mismo paso, nos robaron el corazón.
Desde aquel entonces, la ensalada, el provolone y el pan forman parte de nuestro credo, porque cuando en las brasas y en la cocina se deja el alma, no solo se acierta, sino que también se cautiva.
No entendería sentarme en El Novillo y no arrancar la velada sin darme la bienvenida con su ensalada novillo, su provolone y una parrilla en mesa en la que crepitan las mejores mollejas de la ciudad junto a un auténtico chorizo parrillero uruguayo.
Uno se siente como en casa, porque nada ha cambiado, porque todo es magnífico siempre y porque entiendes que, cuando se dispone de un producto excepcional y la mayor dedicación, desde la honestidad y la humildad, nada podrá ir mal. Ni hace 50 años ni hoy en día.
Pero si hay algo que, desde siempre, El Novillo ha sabido hacer maravillosamente bien, es la recomendación, personalizada, sin prisas, escuchando al comensal, porque sobre gustos y apetencias nada está escrito. Ellos lo saben y fruto de tanta experiencia y de tantos años, el acierto siempre es un pleno.
Una parrilla al centro que por increíble que parezca, no pierde potencia mientras dura el festín. Su carne aparte, desde la más grasa y veteada hasta la más magra, perfectamente organizada, para que el comensal disfrute con todos los sentidos. Es prácticamente imposible que a uno no le invada la nostalgia, porque las cosas buenas siempre se guardan en un lugar muy especial de la memoria. Que no falten las papas, sin son cerilla, inigualables y un buen pimiento asado, jamás está de más. Y que nadie empiece sin que llegue a la mesa el mejor chimichurri que existe a este lado del Atlántico.
Como ellos mismo dicen, los postres han de ser soberbios porque para cuando llegan a la mesa, el comensal ya ha saciado su apetito. Así qué poco más que decir porque prácticamente nadie sale de este extraordinario restaurante sin haber dado buena cuenta de su panqueque o su polvito uruguayo, autoría de El Novillo y replicado más mucho más allá de nuestras fronteras.
De todos estos años se quedan con todo, hasta con lo malo vivido porque pasara lo que pasara siempre tuvieron claro que había que seguir al pie del cañón, haciendo lo que mejor saben hacer, sin trampas, sin restas y sin atajos: producto excepcional, buenas brasas y mantenerse fieles a sus raíces, en un local como no hay otro igual.
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Cristina Cándido y Álex Sánchez
Rocío Mendoza | Madrid y Lidia Carvajal
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