Vuelve a aparecer por aquí Luis Buñuel (don Luis, por méritos propios) y lo hace porque no se puede hablar de cine y gastronomía sin ... recordar una de las escenas que aparece por derecho propio en toda antología que se precie sobre el cruce de caminos entre la comida y el celuloide. De la misma forma que 'Viridiana', que es la película en cuestión, está igualmente en todos los libros sobre lo más destacado del séptimo arte en España. Y en medio mundo.
En 1961 el cineasta aragonés le metió un gol por toda la escuadra a la censura franquista con la historia de una Viridiana casi monja que acababa en una finca donde el fetichismo sexual se mezclaba con la caridad mal entendida (o como la entendían los pudientes de entonces).
Cuesta entender cómo el censor al que le llegó el guion no se dio cuenta de lo que se iba a rodar, como tampoco se entiende que franquismo permitiera que la cinta se enviara al Festival de Cannes, y menos aún que, al ser premiada, subiese a recoger el galardón el representante del régimen franquista.
A la vuelta, el hombre fue enviado a galeras, sobre todo cuando la Iglesia vio la película y se encontró, además del contenido sexual nada disimulado, con una cena de los pobres que era un calco del cuadro de Leonardo, con la diferencia de que donde estaban Jesús y sus apóstoles, aquí había unos indigentes que acaban zampándose las natillas que había preparado Enedina. Y no solo eso, la cena derivaba en una especie de orgía de sexo y destrucción.
La película merece ser vista una y mil veces. Y a la censura hay que agradecerle también su final abierto, porque iba a ser otro pero al inquisidor le pareció que era demasiado explícito en materia sexual, de manera que Buñuel volvió a tomarle el pelo con un remate a modo de partida de cartas a tres que suena bastante a 'menage a trois'.
Además de degustar la cena con ese postre de natillas, para el anecdotario queda el pequeño papel de Teresa Rabal cuando era una chiquilla y el hecho de que en Madrid estuvo abierto hasta finales de 2023 el restaurante Viridiana, donde más de uno pedía natillas pensando que eran las de Enedina.
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