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Mario Hernández Bueno
Sábado, 20 de julio 2024, 23:04
Fue un feliz encuentro con doña Gloria: nuestros «pomos» ya se habían colocado en sus sitio y estábamos, los cuatro, listos para un desayuno en Guenther House. Antigua harinera con la casona de sus propietarios, alemanes, convertida en restorán, salón para pequeños banquetes…
Y tras el copiosísimo desayuno en tan pinturero lugar: el más lujoso barrio con chalets y mansiones, la mayoría de ricos descendientes de alemanes y anglosajones, fuimos al modesto de Freddy. Vimos la tiendita de comestibles que poseyó su abuelo y donde vivían sus tíos. Por eso la calle lleva su apellido; muy probablemente el primigenio: Bustillos. Cosa de algún escribano descuidado.
Está en el extrarradio y salpicado de sencillas casas unifamiliares, pero con unos jardines que se hacen eternos porque se funden con una campiña verdísima. Debió de ser maravilloso: muchos niños viviendo cerca y jugando ajenos a los peligros urbanos. Compañeros, entre los que debieron de haber hijos de inmigrantes mejicanos pues tanto Freddy como Gloria -que también es descendiente de canarios- tienen acento de «Al Sur de la frontera». Freddy nos mostró la casa de sus padres y las de sus primos. Y apareció uno. Compartimos con él. Y continuamos el recorrido por aquel barrio tranquilo. Nuestro anfitrión saludaba a parientes y amigos de la infancia al tiempo que nos explicaba la historia de algunos de los hogares; los había deshabitados y otros ya abatidos, por lo mismo
Y llegamos a la, perfectamente conservada, Misión de San José tras visitar un museo, magnífico, sobre la colonización de la zona. Y hasta se exponen fotos de la familia de un orgulloso Freddy. Entramos a lo más parecido a un fuerte de películas del Oeste; pero, en lugar de troncos terminados en punta, el largo perímetro defensivo se constituyó con piedras y adobe. Fue ciudadela. Pegadas a una de las paredes se sitúan, una pegada a la otra, las viviendas de los colonos: pequeños habitáculos con dos oscuros cuartitos. Freddy nos mostró la que ocuparon sus antepasados: una de las dieciséis familias canarias que llegaron en 1731 y la única que fue destinada allí.
Existen otras misiones. El área de la de San José -que no hay que dejar de visitar- ocupa varios estadios de futbol. Había huerta, escuela, pozo, campo de entrenamiento militar… Y en la pared opuesta, las viviendas de la soldadesca y dependencias administrativas. Y lo más destacado, la iglesia. Allí -nos contaba Gloria- tuvo lugar su boda. Después salimos por una pequeña puerta y accedimos a la primigenia acequia construida por los isleños.
Concretamente, un Rodríguez. Y también al molino de gofio movido por agua como el de Guía, Gran Canaria... En fin, una lección de etnografía y de cómo transcurrió la vida de aquellas míticas familias canarias durante los primeros y durísimos años en una de las tantas «tierras prometidas».
Y regresamos a la pura urbe. A un área de reciente construcción. Fue el gran complejo fabril cervecero Pearl, del que toma el nombre el barrio: The Pearl. Pero, a pesar de lo grande, la patente se la tragó otra firma mucho mayor. Y se construyeron modernos edificios de apartamentos y abrieron selectos comercios, restoranes… La fábrica, en sí, fue reconvertida en el más lujoso hotel de la ciudad, Emma. Y allí Freddy nos tenía reservada una mesa para una cena temprana. Pero antes nos acercamos al bar y, al atravesar los salones, aluciné con las decoraciones utilizando antiguos elementos fabriles. Una obra singular, como para ilustrar un libro de decoración. Y tras un Fernet Branca, que ahora alucinó a Freddy, pues se prestó a probarlo, dimos cuenta de una Ensalada César, un enorme filete de lomo alto de black angus…
Y nos despedimos de la encantadora pareja. Continuaban las fiestas de la ciudad y, al día siguiente, tendría lugar el desfile de diversas instituciones. Freddy y Gloria se levantarían a las 5 a.m., pues pertenecen a la organización. Nosotros, algo después. Pero no mucho, porque habrían dificultades para que los taxis pudieran acceder a la zona: el barrio elegante, pues decenas y decenas de miles de personas, se apostarían desde muy temprano y congestionarían varios kilómetros de calles. Y nos encontramos con Freddy. Nosotros vestíamos unas camisolas azules con el escudo de la asociación de los descendientes canarios que nos habían regalado nuestros amigos. Freddy nos condujo hasta el lugar donde estaba nuestro grupo. No me lo podía creer: hombres y mujeres luciendo con orgullo coloristas trajes típicos canarios. Y cada familia portaba un sencillo estandarte con el apellido; estaban los Rodríguez, los Curbelo... Seguía yo asombrado y emocionado, Freddy nos presentaba a todos y todos nos acogían con alegría. Estaban encantados y sorprendidos de ver a auténticos canarios, que habían venido a conocerles. Y así, saludando y hablando con cada uno, llegó el momento al que la policía dio la salida al desfile.
A nosotros nos situaron tras una asociación de mejicanos. Y comenzaron las rancheras. Freddy y Gloria, no dejaban de sorprendernos: su generosidad nos llevó a que Tania y yo ocupásemos la cabecera de la asociación y portásemos la pancarta alusiva. Así que nuestros amigos renunciaron a su derecho y honor, pues es Freddy el presidente.
Durante dos kilómetros y medio, a través de calles de casas y mansiones, nos la pasamos saludado con la mano derecha abierta y haciendo ese movimiento de muñeca propio de reyes. Miles y miles de personas, a ambos lados de las calzadas, nos saludaban con gritos y aplausos; algunos tenían que ver algo con Canarias, pues lo hacían constar a gritos. Y los niños más que felices. Fotógrafos de prensa y camarógrafos de televisión. Y Tania y yo teníamos que gritar todo el tiempo: «¡¡Viva fiesta!!». Y la muchedumbre nos contestaba «¡¡Viva Fiesta!!»
Tras llegar al final acompañamos a nuestros anfitriones a desayunar en un popular y grandote restorán mejicano. Gloria pidió un guiso que me interesó: fideos, judías, papas… aromatizados con cilantro. Me lo dio a probar y, sencillamente, me encantó.
Entonces le comenté a Freddy que no había podido comer cocina tex-mex y me dijo que no existe. «Solo hay mejicana». Es más: me dijo que muy probablemente el famoso Chili con carne sea de origen canario. Y ya estábamos Tania y yo tristes: por la tarde abandonaríamos a Freddy y Gloria y todos aquellos emocionantes escenarios.
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