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Mario Hernández Bueno
Sábado, 15 de marzo 2025, 22:56
La Cocina indonesia tiene en España pocas embajadas: restoranes. En Holanda hay muchos. Es prácticamente la cocina nacional, en ausencia de una propia. El primero fue Bali, que se situó en el Tibidabo de Barcelona. Y por esos caminos que nos lleva el Señor, una hija del propietario, un holandés, casó con vecino de Vecindario y juntos abrieron el que, se creyó, fue el primero de la Isla. De las Islas. Y no se volvieron locos, lo bautizaron Bali. Fui muchas veces. Se ubicaba en Playa del Inglés y hace ya unos años lo mudaron a un centro comercial cercano al Faro de Maspalomas. Y no he ido a éste porque, en mis últimas anteriores visitas, las cosas iban proa al marisco. Lo típico: les abandonó el cocinero indonesio y comenzaron las chapuzas. Servían un más que decente Rijstaffel (en holandés Mesa de arroz), tal y como sucede en la Cocina Coreana con el Bachan; en la libanesa con la Mezze, o en la española con aquellos rumbosos carros llenos de aperitivos que hicieron famosos, sobre todo, a los paradores nacionales. Debió de ser, como apuntó el hispanista Richard Ford en «Manual para viajeros por España y lectores en casa» una de las tantas muestras de una orientalización de España.
En 2012 estuve unos días en Yakarta tras una expedición con cuatro periodistas por las islas Celebes, hoy Sulawesi. En concreto en la tierra de la tribu de los Tara Toraya para ver sus insólitos ritos de la muerte. Quizá el viaje más excitante que he hecho. En Yakarta comí la Rijtaffel en un restorán peculiar, Oasis, que fue residencia de un rico hacendado holandés del caucho y el café. Por cierto, no hay en toda Yakarta un edificio, con prestancia, construido en el periodo colonial. Pero holandeses y británicos supieron como denigrar a nuestra ingente obra social, cultural y monumental en América a medio de la Leyenda Negra. Ese restorán también fue residencia del gobernador holandés y durante la II Gran Guerra, y algunos años posteriores, del almirante de la flota del Pacífico de los EEUU. ¡Qué fiestas con artistas de Hollywood se dieron allí!
No me acomodé hasta haber husmeado todas las curiosidades que ofrecía la inmensa planta baja: varios comedores elegantes, una espléndida bodega refrigerada y un lujoso bar. Y las paredes del hall eran un pequeño museo etnográfico: máscaras, armas y demás muestras del arte popular aborigen. Y de uno de los rincones, a modo de santuario, las fotos de la nostalgia, de los personajes que allí comieron: Cliff Richard, los Clinton, nuestros Reyes eméritos… Finalmente, ya sentado, llegó un desfile de muchachas, doce, ataviadas con trajes típicos y dirigidas por una severa maître, cada una portando un cuenco con una vianda. Era mi Rijsttafel. Un servicio inventado por colonos holandeses. Y aparte de algún postre, que mi cabeza no ha retenido, recuerdo haber tomado por primera vez el kopi luwak. Un café que se obtiene de los frutos que han pasado por el aparato digestivo de la civeta.
Por los años sesenta, tras la salida masiva hacia Europa de colonos holandeses, un sueco listo, muy listo, Turbion Biorn, creó una empresa inmobiliaria y comenzó a construir y venderles chalets en unos áridos terrenos conocidos como Playa del Hombre. El viento solía ser tan fuerte que, entonces, Turbion mostraba las parcelas sin dejarles salir del auto a fin de que no se echaran para atrás. Y ganó dinero. Mucho dinero. Y volaba en avión propio. También recuerdo que, a la vista de ese público objetivo, se abrió en la zona de Las Canteras el primer restorán de Cocina indonesia. Y nada más recuerdo.
Hoy tenemos uno pequeñito en la calle Veintinueve de abril, Won Solo Casaari, con buena cocina casera que prepara una señora que no destaca por la simpatía, aunque sirve platos abundantes a precios bajos. Y la última apertura en la capital grancanaria ha sido Bilik Batavia, en el 5 de la calle Albareda. Otro restorán humilde, propio de inmigrantes sin gran inversión, cuyas avalanchas de clientes coinciden con las llegadas de los grandes cruceros. Son las tripulaciones indonesias que llegan ávidas de abrazar comida de la madre patria. Cuatro son los oficiantes del Bilik Batavia y, en concreto, el trato con la camarera, Devita, fue sorprendente. Una joven indonesia que fue profesora en el British School. Un personaje con un humor excepcional y lista como un rayo.
Nos hizo el menú. De primero nos trajo Bakwan, bolas de verduras ralladas y fritas que se presentan con la dulce Salsa de chile. La misma que usan los tailandeses para sus rollitos. Fuimos tres amigos y a los tres nos encantaron.
Después vino Gado gado, que suele ser el desayuno de muchos indonesios: una generosa ensalada de hortalizas cortadas en juliana y trocitos de carne de res aderezada con una salsa de maní. Elemento que une a la Cocina indonesia con la tailandesa. El siguiente fue Laksa: langostinos sobre fideos udon y curry amarillo. Y la consistencia de ese curry, más líquido, es costumbre que también comparten con los tailandeses. Sin embargo, en aquel concursa algo de cardamomo.
Después llegó Opor ayan, uno de los platos estrella: pato frito crujiente. Muy rico.
Seguidamente vino Pollo al curry, muy correcto, y, por último, Mie goreng: un cuenco conteniendo un filete de cerdo perfectamente empanado, fideos de arroz y trigo, gambas, verduras y huevo duro.
El postre fue una cortesía de Devita, Helado de vainilla envuelto en un buñuelo frito muy rico. En resumen: es un sencillo restorán con mesas y bancos rústicos de madera y varias mesas afuera, debajo de un soportal. Los productos empleados no son caros y, por lo tanto, los precios de los platos, casi todos con arroz blanco, son bien bajos. Comimos tres personas, y no pudimos terminar el quinto plato, más aguas y algunas cervezas, 78 euros.
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