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Un local sencillo, sin pretensiones que desprende los aromas propios de una buena tortilla de papas desde que se suben los cuatro escalones que dan acceso a El Pasaje. La sonrisa de Tere y la de Blas tras el mostrador ya hacen que uno se sienta como en casa y el trasiego propio de los buenos bares es una constante desde que abren bien temprano, de lunes a sábado y cierran desde que llega el mediodía.
No son dados a que contemos lo deliciosa, sabrosa y jugosa que está su tortilla. Ni tampoco los incontables bocatas o pulgas que despachan cada mañana de embutidos ibéricos. Eso sí, cada bocado bien acompañado de un café con leche o de un cortado en su vaso de cristal.
Los dos reciben a cada cliente como si lo conocieran de siempre y las enormes tortillas que se exhiben, de 18 huevos cada una y sus papas «Spunta», certifican las horas de trabajo y cariño que llevan cada una de ellas.
A diario, las básicas, la que lleva cebolla y la que no la lleva, pero, por encargo previo y para llevar las tienen de todos los sabores clásicos que elevan este bocado a la categoría de genuino e imprescindible: de ibéricos, de bacalao, con perejil, cebolla o la de siempre.
Y que nadie salga del local sin probar un pedazo, igual de generoso que su pincho, de su esponjoso queque casero, una delicia más que ayuda comprender por qué este local se llena a diario y durante toda la mañana.
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