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Nació en Las Palmas de Gran Canaria y con orgullo y énfasis sube el tono cautivador tono de su voz para contarnos que, concretamente, en el barrio marinero de San Cristóbal, pero también siente que nació en el barrio capitalino de Arenales y en La Garita, así que estos son sus tres puntos cardinales, de partida y de regreso.
Si le pedimos que cuente cuando y por qué empezó todo, Mingo recuerda, sin esfuerzo, que fue a los 17 años donde se lanzó de pleno y a por todas y se formó en Artes Escénicas, comenzado por la danza para continuar con Arte Dramático.
Terminada esa etapa en su isla natal, tocaba dar el salto a Madrid, donde fueron varios los postgrados que terminó, entre ellos, el de la Fundación Shakespeare.
Pero no todo eran estudios, en paralelo y de forma simultánea, Mingo, ya se subía a los escenarios, sobre todos a los de los hoteles y el Scala en el sur de Gran Canaria, porque la expresión, estarse quieto no la entiende ni la lleva a la práctica. Aunque él, a todo esto, prefiere llamarlo curiosidad e inquietud por aprender, porque sencillamente, le encanta y le fascina.
En 2003 ya había dado el salto a nivel nacional y el desarrollo de su carrera no ha dejado de crecer desde aquellas 17 primaveras. Lo mismo un texto, que una canción, lo mismo pisar unas tablas que bailar y saltar sobre éstas. Lo mismo meterse en la piel de otros que dirigir a actores para convertirlos en quienes no son. Lo mismo un micrófono que una escaleta, pero siempre sobre o frente el escenario. Porque Mingo es de teatro; para actuar, para bailar, para cantar o para dirigir, o como él mismo dice, para enseñar todas esas capas que tiene y contarle al público, todo lo que siente.
Él es plenamente consciente de que llevar este ritmo lo saca de la media, pero, de todo ello responsabiliza a papá, panadero de profesión, de quien aprendió la intensa capacidad de trabajo y a mamá, que le regaló en su ADN la tenacidad y la fuerza para llevarlo todo y, además, ser feliz haciéndolo.
Pero si hay algo por lo que suspira, su toma de tierra como a él le gusta llamarlo, es su escuela Danza Las Palmas, porque se debe a sus alumnos de quienes considera que realmente, es él quien aprende de ellos. «Mis alumnos tienen su luz y su purpurina y de eso va la vida, de enseñarles que la tienen y la muestren y yo, aprendo y crezco con ellos».
Hoy por hoy podemos encontrarle, para no variar, en varios proyectos casi de forma simultánea porque Mingo, también tiene el don de la ubicuidad, lo mismo está en la península actuando, dirigiendo o bailando que en las islas, haciendo lo mismo y en la misma semana.
Sus proyectos actuales como Protocolo del Quebranto, su propia adaptación y por cuarta temporada de los Cuentos de Navidad o siendo César Manrique, en el musical César Manrique. El musical.
Entre tanto preguntamos cuando para y disfruta y lo hace en su isla, Gran Canaria y más concretamente con un baño en la playa de La Laja al que él denomina, su espacio vital. Y si aprovechamos ese paréntesis, también nos lleva, como solo él sabe hacerlo, de forma intensa, expresiva y sincera, por los lugares en donde saborea la tierra que lo vio nacer y, a la que siempre quiere volver, así tenga que coger dos trenes y un avión.
Lo primero que nos cuenta es que no es capaz de comer nada tan pronto como se levanta, se prepara un té y continúa. Se considera más de media mañana y lo cotidiano, tanto cuando está en casa como fuera, es prepararse un café y un sándwich y a la calle, a por las mil cosas que normalmente tiene que hacer.
Pero cuando hay tiempo y el sosiego lo visita no perdona un café hecho por Massimo en Antico Caffe, para Mingo, el mejor café de la ciudad y acompañado de la espectacular tosta que preparan de tomate y aguacate.
Otro lugar en el que le gusta este momento medio mañana es La taberna del Monje y los domingos, siempre que puede, le encanta ir a comer churros a la Churrería Los Ángeles.
Eso sí, cuando viaja y cambia el escenario, no perdona, si las horas lo permiten, un bocata de pata en el Yazmina.
No diferencia si en los lugares que nos enseña prefiere almorzar o cenar porque en todos ellos, le gustan ambas cosas. Lo que si nos queda claro es que su ruta, tiene tantos registros y es tan polifacética como Mingo.
Se confiesa enamorado de las hamburguesas de la La Quícara y no es para menos. Otro de los platos por el que suspira y se le nota son las tortitas de camarones de Triciclo a las que también se confiesa adicto y va a comérselas cada vez que puede.
La Bikina Cantina, en el Paseo de Las Canteras y sus particulares y deliciosas versiones de comida mejicana, en donde disfruta, además, del marco incomparable de la ciudad de Las Palmas de Gran Canaria, la Playa de las Canteras.
Nos invita a vayamos a almorzar o a cenar a La cantina de la casa de El Hierro y no dejemos de probar las croquetas que hacen. Espectaculares.
Cuando le entra la vena cosmopolita tiene claro donde alimentarla, en Borneo y su irresistible y auténtica comida filipina y, tan pronto como lo nombra, ya suspira por un Nasi Goreng.
Tampoco pasa por alto el restaurante mejicano Gallo Negro, además muy cerquita del Teatro Cuyás, un lugar más que frecuente en su ruta. Le chifla su comida mejicana.
Es sí, cuando actúa o acude como público al Teatro Guiniguada, siempre lo encontraremos en La Tasca La Picadita, «porque para mí, no es un restaurante, La Picadita, es estar en casa» y nos apura para que probemos sus empanadillas. Son lo más, según Mingo.
Y como lugares especiales y que categoriza, sin género de dudas como exquisitos, nos lleva en su ruta hacia el sur y hacia el centro de Gran Canaria: Asador Las Lilas y el Restaurante del Parador de Tejeda.
Pero Mingo se niega a cerrar esta lista sin decirnos toda la verdad, que no es otra que su lugar favorito y destacado entre todos los demás y ese es la cocina de su madre y de sus tías. Mientras nos lo cuenta pasa directamente a la ensoñación acordándose de sus tres platos favoritos: el hígado, el rancho canario y el potaje de lentejas.
Nos cuenta que no es de salir de copas, en el ritmo de su día a día ceder este espacio le resulta complicado además de no considerar que disfrute con ello, pero, si hay ganas y tiempo, le encanta ir a La Azotea de Benito, un lugar donde siempre se encuentra súper a gusto.
Como cierre y despedida nos confiesa que le encanta cocinar porque le relaja y le hace conectar consigo mismo y, viniendo de él y aún sin haberlo probado, estamos seguros de que lo hace de diez.
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