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Si se remonta a su niñez nos habla de sus súper héroes, ninguno llevaba capa ni antifaz, sino su característico «toque blanche» ese sombrero de altura kilométrica que corona como chef a quien se lo merece.
También le valió para marcar su rumbo el hecho de estar en constante contacto con las cocinas y con el mapa turístico que bullía en aquella época, gracias al trabajo de su padre, así que no le supuso esfuerzo hacer las maletas y formarse en la Escuela Superior de Hostelería de la Universidad Autónoma de Barcelona.
Años de intensa formación dual, donde la teoría y la práctica iban de la mano y donde, nos reconoce librara batallas consigo mismo en las cocinas hasta que todo estuviera perfecto.
Siguiente destino, País Vasco, para formarse con y entre los mejores como Arzak y de aquellos años sobre todo recuerda cocinar durante 12 horas al día y dormir las que restaban.
«Cuando eres joven te pierdes muchas cosas y lo que sacrificas es muy grande, pero yo soy muy cabezón y mi mayor orgullo era y sigue siendo, ser cocinero».
De cocina lo aprendió todo, recetas, producto, técnica y un gran etcétera porque para él es un mundo apasionante y, desde entonces no ha dejado de formarse porque «siempre hay algo nuevo que aprender».
Siguiente parada, Madrid, dónde también creció entre los mejores y donde empezó a trazar su presente formando parte del símbolico restaurante Jockey que por aquel entonces prestaba servicios de catering, nada más y nada menos que a la Casa Real española.
Regresó a su Gran Canaria natal con un objetivo en la cabeza y en el corazón: hacer las mejores papas arrugadas y, gracias a manuscritos de su padre, Mario Hernández Bueno, Premio Nacional de Gastronomía y pasar a formar parte del mítico restaurante El Cucharón o hacer equipo con Fernando Navarro, hoy la gastronomía canaria no tiene secretos para él.
Muchos seguro que recuerdan la fama que, durante un tiempo coronó al restaurante del Colegio de Médicos como la mejor oferta de «menús» que existía en Las Palmas de Gran Canaria y precisamente Mario fue el artífice de aquella revolución.
«Me empeñé en ofrecer menú de mediodía desde el punto de vista de la alta cocina y aquello fue todo un éxito». Muchos años diseñando menús con rotación semanal y con escalado de precio entre los 10, 15 y 20 euros y, para quien algo sepa de cocina, la labor se advierte complicada.
Mario, lejos de acomodarse no ha parado de formarse y de trazar, de principio a fin, todas las materias que engloba la gastronomía. Una especie de efecto dominó, porque una cosa lleva a la otra y para él, lo más importante es tener la agilidad mental y una visión absolutamente global: formación, cocina, servicio se han convertido en un solo mandamiento y, a todo ello se dedica hoy desde su empresa, Ágape Catering y Eventos.
Desde aquí, imparte cursos de formación, tanto en la rama pública para el Servicio Canario de Empleo donde forma a futuros cocineros y desde donde recibe muchas satisfacciones, como la que reporta enseñar a personas a labrarse una profesión, como también con carácter privado.
También asesora a profesionales del mundo de la hostelería, diseñando, probando, ejecutando y ayudando a que los negocios prosperen y den la mejor versión.
Y, por supuesto, sin abandonar la cocina, elaborando él mismo y su equipo catering para todo tipo de eventos, un amplísimo abanico de servicios: cocina tradicional, cocina canaria y española, cocinas del resto del mundo, como la asiática, por cierto, su favorita y sin dejar atrás la cocina casera.
Versatilidad, sabor y creatividad, desde un riguroso servicio porque Mario solo sabe hacer las cosas bien o como él diría: «las cosas salen bien cuando uno quiere que salgan bien» y ese es su principal empeño en cada servicio.
Un pasado, un presente y se prevé un futuro lleno de trabajo, no exento del pago de un alto sacrificio, pero, nos confiesa que no quiere ni puede parar, la cocina es su adrenalina, su obra de arte poque para Mario, un chef es un artista, con la dificultad que conlleva repetir el mismo arte, todos los días y que siempre guste al comensal.
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