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Ser y sentir la Navidad

Ser y sentir la Navidad

La Navidad isleña, este diciembre del año 2020, en el difícil orbe que la ribetea, debe ser capaz, más que nunca, de aunar tradición y vanguardia, de ser ante todo una fiesta de la expectación, de la solidaridad, del amor

Juan José Laforet

Las Palmas de Gran Canaria

Jueves, 24 de diciembre 2020, 07:30

Si atendemos crónicas concretas y elocuentes, como la de Domingo J. Navarro, la Navidad por esta isla durante décadas, incluso a lo largo de varios siglos, se podía concretar en hogareños nacimientos, que eran incesantemente visitados en los días de Pascuas, en la Nochebuena que giraba en torno a la Misa del Gallo –para la que, a finales del siglo XIX, el Maestro Valle nos dejó una soberbia 'Misa Pastorella'-, en los 'ranchos de cantadores', «…que cantaban romances con panderos, repiqueteo de asadores, sonajas o cascabeles…», en una gastronomía en la que eran inexcusables la «…cazuela de gallina y los pasteles de carne de cerdo…», sin olvidar las truchas de batata, o de cabello de ángel, y el queso de almendras, a la par de los turrones y otras golosinas que llegaron mucho después poco a poco, y en algunas otras costumbres que se vivían en la intimidad de las familias, o de un reducido vecindario.

Sin embargo, en pleno siglo XX, hacia el año 1953, el cronista capitalino Eduardo Benítez Inglott ya sostenía como «Ahora, en los tiempos que vivimos, son bien distintas las características del día de Navidad en nuestra urbe. Antes se almorzaba y se comía; ahora se come y se cena. Son pocos los Nacimientos y hasta los pasteles han cambiado de tamaño, y que de calidad, aunque sí de precio…», para subrayar una transformación de las costumbres, pero no del ser y sentir ante estas solemnidades, que José Miguel Alzola, un cuarto de siglo después confirmaba al sostener que la «…alegre y hogareña austeridad con la que en épocas pasadas discurría el ciclo pascual ha sido desbordada…», repasando todas las características bulliciosas, multitudinarias, multicolores, magnificadas en el orbe de una sociedad donde la comunicación se desborda, en las que se ha conformado la Navidad hasta ahora.

Pero, si observamos detenidamente el acontecer navideño de las últimas décadas, también encontraremos como, llegados estos días de Nochebuena y Navidad, pertrechados de los mejores deseos, pero bastantes despistados de cómo vive, siente y palpita nuestro entorno actual, nos hemos dedicado mucho a mirar atrás, a una ceremonia de la nostalgia más agresiva de lo que ya de por sí el sentimiento navideño impone; y aunque es imprescindible, buena y saludable una mirada al pasado, a la memoria de otros siglos, a lo que conforma una parte de las raíces de lo que hoy somos y sentimos, esa mirada no debe convertirse en una exclusiva actitud retrospectiva –no siempre «todo tiempo pasado fue mejor»-, ni una muralla que nos aísle del presente, de nuestra realidad, de los sentimientos que hoy definen las vivencias navideñas, y más en las circunstancias que atravesamos, pues perderemos la oportunidad de ser parte activa de lo que ya son nuevas, arraigadas y hermosas tradiciones que señalan y resaltan a la Navidad isleña.

Benítez Inglott, en su artículo de 1953 al señalar como «…todavía, al acallarse los repiques, se oye a lo lejos el canto de una isa de las 'de media noche pa el día', o el rasgueo de las guitarras y bandurrias de una comparsa que ha pasado la nochebuena dando serenatas a personas amigas o significadas…», resaltaba con pena como en aquellas serenatas «…el repertorio de los cantos isleños formó peregrino contrastes con valses, boleros y otros aires con los que el afán del modernismo ha desfigurado el clasicismo canario de pasados tiempos, en muchas ocasiones, con marcada ofensa al buen gusto…», significando la trascendencia de aquel viejo aforismo que señala como «todo lo que no es tradicional, es falso»; pero aún entendiendo y aceptando esta idea, no puedo compartirla sin más, pues también en el presente, en la realidad de este nuevo siglo que nos ha tocado vivir, cada año se conforman actos y actitudes que podemos considerar ya como verdaderas tradiciones, como partes inseparables de una forma de ser y de sentir, de ver y de entender el propio entorno, que nos definen y señalan ante la mirada de otros. Aunque, por supuesto, «no es oro todo lo que reluce», y debemos ser cautos con lo que en realidad es ajeno, efímero e insustancial, pues nada surge porque sí, todo es un fluir en el cauce hondo de la idiosincrasia de una comunidad con cinco siglos de historia.

La Navidad isleña, este diciembre del año 2020, en el difícil orbe que la ribetea, debe ser capaz, más que nunca, de aunar tradición y vanguardia, de ser ante todo una fiesta de la expectación, de la solidaridad, del amor, una voz que la señale en su posición estratégica en los caminos que conducen a muy diversos pueblos y naciones de tres continentes. Navidad de esperanza por arenales, medianías y cumbres, donde Gran Canaria tañe campanas de plata.

Juan José Laforet es cronista oficial de Gran Canaria.

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