¿Qué pulsión nos empuja a escalar montañas? Hará frío, sentiremos miedos, no hay garantías de éxito, y sin embargo seguiremos adelante. De las distintas ... disciplinas posibles, boulder, escalada deportiva, big-wall, alta montaña, solo por nombrar algunas de las muchas posibles, el alpinismo es la que figura en el ideario colectivo como la que presenta el desafío mayúsculo, donde lo épico, irrepetible, y por supuesto lo trágico, sucede. De algún modo, aunque habría que hacer muchísimas matizaciones, en las grandes montañas es donde se han forjado las historias más icónicas. Una de las grandes gestas de la historia del alpinismo, que con los medios de la época fue un asunto superlativo, fue la que protagonizaron los alpinistas británicos Chris Bonington y Doug Scott.
Ambos lograron ascender por primera vez, la tarde del 13 de julio de 1977, la mítica cumbre Ogro, ya sólo el nombre debía atemorizar hasta al más valiente. Una montaña; enclavada en la remota cordillera Karakorum, de más de siete mil metros, también conocida como Baintha Brakk. Una ascensión muy técnica y comprometida a uno de los grandes desafíos pendientes de la alta montaña de aquel momento. Lo que ocurrió una vez hollada la cumbre, es lo que es digno de ser recordado. Tras coronar la cumbre, y en el primero de los rápeles para descender, Scott sufre una caída y se fractura las dos piernas.
Superación
¿Pueden imaginarse bajar de una montaña de 7.000 metros con las dos piernas rotas y solo? Lo dejo a su imaginación. Scott consiguió la hazaña de descender en semejantes condiciones al campo base, dos mil metros por debajo del punto de caída, donde lo pudieron asistir. Como curiosidad, cabe decir que, cuando Scott llega hasta donde estaba el resto del equipo, al que había llegado Chris Bonington con la certeza de la muerte de su compañero, lo recibieron como a un fantasma y nos sabían si estaban todos alucinando por mal de altura o era cierto que Scott lo había conseguido. Por supuesto, Doug Scott se recuperó y continuó escalando montañas. Y, en el 2011 se le entregó el Piolet de Oro a toda una vida dedicada al alpinismo.
Con este telón de fondo, y salvando la aventura que sólo los elegidos Doug Scott y Chris Bonington podrían afrontar, escalar una montaña es un reto mayúsculo. Piensen por ejemplo en el Cervino, montaña icónica de Los Alpes, de una altura de 4.478 metros; la pueden reconocer en el envase del chocolate Toblerone, una aventura que abarca muy diversos factores para tener en cuenta. Los grandes desafíos para abordar son múltiples: psicológicos ¿seré capaz llegado el momento de avanzar progresando por una maroma congelada? El físico ¿cómo responderá mi cuerpo por una altitud superior a 4.000 metros?
Hay que tener en cuenta que el mal de montaña puede empezar a sentirse a partir de los 3.000 metros por encima del nivel del mar, los logísticos ¿cuántos recursos económicos tendré que invertir?, entre otros muchos factores a tener cuenta. De este modo, hay que reflexionar, teniendo en cuenta la sucinta lista anterior de factores que invitan a quedarse en la seguridad que nos brinda el hogar, el porqué de ir a las montañas. ¿Qué sentido tienen los esfuerzos sin parangón por algo tan aparentemente inútil como progresar por una montaña en busca de una cima que nos sabes si conseguirás pisar? Quizás la respuesta no sea única e inequívoca, y que se fundamente en insondables anhelos de cada individuo que se aventura a los ignotos desafíos propios.
Pero a buen seguro lo que es cierto es que el camino hacia las níveas cumbres lejanas, igual que la gran travesía que es la vida, con sus peligros inherentes, con los miedos que nos abruman, afrontando a cada instante un nuevo riesgo, es un ejercicio inútil e intenso, pero que sin la menor duda vale la pena afrontar.
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