
Eligio Hernández, de Pollo del Pinar II a Fiscal General del Estado
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Autoridad judicial de máxima relevancia nacional años atrás, tiene su vínculo con los terreros más que presentePedro Reyes
Las Palmas de Gran Canaria
Sábado, 23 de septiembre 2023, 20:29
Con Eligio Hernández se descubre la pasión y el amor por la lucha canaria de un hombre que se hizo a sí mismo y que todavía lo vive de una manera que engancha a sus interlocutores. Sigue trabajando en su despacho y ayudando como puede en temas legales y especialmente al vernáculo deporte.
En 1947 nacía en El Pinar (Hierro) Eligio Hernández, hijo del famoso Yiyo, El Pollo del Pinar I, uno de los mejores luchadores herreños de la época. «Realmente el Pollo del Pinar fue mi padre, yo heredé ese título. A mí me dicen ahora el Pollo del Pinar II».
Desde que nació, tanto en sus juegos como en el deporte, estaba presente la lucha. «Lo único que había en El Pinar era la lucha canaria. Jugábamos desde muy niños desnudos en la calle a la lucha canaria y la practicaba casi desde que me puse en pie. Crecimos con la lucha. No había otra cosa y no era malo haciéndola. De hecho, era considerado en mi pueblo, el mejor infantil de esos años», recuerda.
En El Hierro no había prácticamente nada, ni carreteras asfaltadas, ni aeropuerto, ni instituto. «Con 14 años me tuve que ir a estudiar bachillerato a Santa Cruz de Tenerife. Camurria, que había estado en mi casa en el Hierro, me había ido a buscar para que fichara en los infantiles del Santa Cruz. Como estaba interno, los curas tuvieron que autorizarme para ello. Iba a la Draga a entrenar, un terrero a la derecha de donde está el Hotel Taburiente. Destaqué enseguida ya que conocía bien la lucha, la había practicado bastante desde muy niño», detalla.
Sus cualidades le hicieron ascender rápidamente. «Luché, primero, en el equipo de Tercera y pasé al de Primera con 18 años. Cuando empecé a destacar, me tuve que ir a Madrid con 23 años a realizar la carrera judicial», añade. Cuando relata cómo fue a Madrid se emociona. «Cuando quería irme a Madrid a preparar las oposiciones para juez, estaba a expensas de una beca y el presidente del club me dijo que yo tenía dinero. Le contesté que no tenía, ya que no cobraba de la lucha, y me dijo que mirara en una cuenta mía del banco Hispano Americano y aparecieron 200.000 pesetas. Era parte de las taquillas que hacía el equipo, que me las ingresaba en dicha cuenta, pues era apoderado del banco y con a eso me pude ir», desvela.
En 1976 fue destinado como juez en Telde. «Vine a Telde por ser un municipio donde se vivía la lucha canaria. Tenía otras opciones, pero me decidí por donde hubiera más vernáculo deporte y además vivía Pepito (José Rodríguez, el Faro de Maspalomas), al que mi padre y Pancho Camurria le tenían mucho cariño. Mi padre me dijo que visitara a Pepito, que vivía en El Ejido. Me lleva la Guardia Civil y al llegar a la plaza, estaba llena de gente. Pregunté si había alguna fiesta y me dicen que estaban allí por mí, ya que jamás había venido un juez al Ejido».
Seguía contando entusiasmado esa anécdota. «El Faro de Maspalomas vivía en la parte alta y subí hacia su casa. Yo no lo conocía y me encuentro delante con un hombre con sombrero, sonriente y de dos metros. Nos damos la mano, y de repente nos agachamos como para luchar. No estaba preparado, salió de manera espontanea. Se vino abajo la plaza. El agente judicial que me acompañaba me comentó que se había perdido hacer la foto del siglo».
La figura del Faro la pone en un altar. «Era la persona más importante de Telde en ese tiempo, ya que era un hombre humilde. Era ranchero, el hombre que deriva el agua de las galerías a las plataneras y Telde era una sociedad muy clasista. La gente pobre de Telde acudía al Faro si tenían algún problema, porque era amigo del juez del Hierro. Por cierto, he de decir que los herreños somos unos privilegiados en Gran Canaria. En varias ocasiones en la mañana y en la puerta de mi despacho, estaba el Faro con muchísimos vecinos, los ponía en el patio y le iba tomando notas a todos».
Así averiguó el gran afecto que hubo entre el Faro y Camurria: «Antes de venir a Telde, le pregunté a Pancho Camurria sobre el Faro y me dijo que el Faro en su apogeo, no había nadie que lo tumbara. Era imposible, era fuerte, seco. Yo lo tiré una vez en la Plaza de Toros porque le hice un engaño, le di en una pierna, se agachó y aproveché para tirarlo, pero claro, era lucha corrida. En Telde le pregunté al Faro por Pancho Camurria y me contestó que ese era el hombre más grande que ha parido madre canaria».
La intrahistoria de la lucha la sigue hilando con su verbo fácil. «Esto me lo contó, Esteban Sosa, el secretario de mi juzgado, que fue presidente de la federación de las Palmas. García Escámez era el Capitán General de Canarias y el poder económico en las islas. Prácticamente en esos años era un virrey y le gustaba la lucha. Cuando el Corredera mató al carnicero, por el camino y con la pistola escondida, se encontró con el Faro, que era muy ingenuo, y le pidió que lo acompañara, así que cuando se produjo el asesinato, el Faro estaba presente y les condenaron a 30 años de prisión. Además, organizó un encuentro entre Tenerife y Gran Canaria de lucha, pero fue Esteban Sosa a hablar con él a Santa Cruz, porque su selección tenía un equipazo con Carampín, Camurria, el Pollo de San Andrés entre otros y Gran Canaria, sin el Faro, estaba muy debilitada. Escámez preguntó que le pasaba al Faro- él había firmado su sentencia- y le contesta que estaba en la cárcel. Inmediatamente llama al gobernador civil de Las Palmas para que le lleven al Faro a Tenerife. Allí, casi sin entrenar y no muy bien alimentado, él solo ganó la luchada. Cuando García Escámez le dio la copa, después, lo indultó ya que tenía poder para ello».
Tuvo una etapa federativa como vicepresidente de la Federación Provincial de Las Palmas en la época de la división, a principio de los 80. «La Federación Española de Luchas se aprovechaba de la lucha canaria económicamente para las otras luchas como el sambo, la olímpica. Como pensaban que era el independentismo canario quienes estaban detrás, creamos Adelca, como una federación paralela hasta la llegada de la autonomía. Siendo gobernador civil de Tenerife, se aprobó el decreto de la creación de la federación canaria de lucha y de las insulares. Solo falta culminarlo con una norma de rango superior. Intenté que se aprobara una Ley del Deporte Autóctono Canario, pero fracasé. Por ello aspiro al menos, a que haya un Reglamento que sea como la Constitución para la lucha canaria. Es lo único que me queda por hacer, mi ambición, dejarlo preparado con el objetivo que sirva para la promoción económica, social, cultural y educativa del luchador. Que pueda elevar su dignidad y categoría personal al máximo nivel».
Echa de menos un control del peso de los luchadores. «Antiguamente, los luchadores no llegaban a 100 kilos y cuando uno de ellos le ganaba a otro, era porque luchaban. Además, con la lucha corrida se podía dar que el grande le ganara al chico. ¿Cómo luchadores como Angelito o incluso Camurria, pudieron hacer lo que hicieron tumbando a luchadores que le doblaban en peso? Hay que controlar el peso porque incluso es bueno para la salud». receta.
En el año 1989 hizo un viaje a Corea y Japón como Delegado del Gobierno. «En Corea, me invitaron a dar una conferencia, en el aula magna de la universidad de Pusan, sobre lucha canaria y la verdad que me entusiasmé y me vine arriba. En Kioto, Japón, fui a un entrenamiento de Sumo y cuando les digo a los directivos, que eran octogenarios, que la lucha canaria aprovecha la fuerza el contrario, no lo entendían en la traducción al inglés. Me pongo un kimono y me enfrento a una mole de esas que hacen sumo para explicarlo. Se reía el luchador japonés que me agarra para escacharme, me hago el fuerte y cuando me atrae, le quito el hombro y le hago un toque por dentro, que salió disparado y así lo entendieron entre sonrisas».
La única vez que intentaron sobornarlo como juez utilizaron la lucha canaria. «Hubo un par de asesinatos de taxistas, cerré el Puerto a instancias de la policía y los portuarios se rebelaron. Para poder hablar conmigo, hicieron que Remigio Vélez aprendiera cosas de lucha, para ir a donde tomaba café con el comisario, porque sabían que, si me nombraban la lucha, dejaba todo. Me dijo que no era tema de portuarios, sino de droga y en el Puerto no había droga, porque es malo para el negocio que hacían. Abrí el Puerto y a la semana volvía y después de charlar de lucha, me dejó en el bolsillo un papel con el nombre de los dos asesinos».
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