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Arrancó España el Mundial de México´86 con un partido de los que ponen a un país completo frente al televisor. El 1 de junio debutó ante la potentísima canarinha de Zico, y Sócrates, en el Estadio Jalisco de Guadalajara. El último partido de Brasil en un Mundial había sido el del descarrile ante la Italia de Paolo Rossi, en una calurosa tarde barcelonesa, sobre el césped del estadio de la carretera de Sarriá.
Para España y Brasil el partido era clave: el ganador tendría mucho andado para quedar primero de grupo, coger moral y evitar algún cruce incómodo en la siguiente fase.
España le compite a Brasil, se llega al minuto 51 con empate a cero. Córner a favor de España, el balón despejado le cae a Míchel, fuera del área, lo baja con el pecho y dispara, la pelota toca primero en el larguero y en el piso después, por el efecto que llevaba o por algo del suelo el balón vuelve al campo y no se va a la red. El árbitro australiano, Mr. Bambrige, dice que siga el juego, que no hay gol. Los españoles protestan, pero no hay nada que hacer. A los pocos minutos Sócrates marca para Brasil y con ese 1-0 termina el partido.
Al día siguiente la indignación patria ocupa todas las crónicas del partido, las fotos aclaran la jugada, picó dentro, era gol.
Ese no gol al final no tuvo excesiva repercusión, incluso permitió a España cruzarse como segunda de grupo con Dinamarca y que Butragueño hiciera historia, en Querétaro, con sus cuatro goles. Ya saben aquello de que lo que sucede conviene.
Caso distinto es cuando la polémica se produce en una final del campeonato del mundo, eso ocurrió en Inglaterra´66.
Orgullosos del juego que hacía felices a millones de personas, o al menos le hacía sus vidas más llevaderas, los inventores del fútbol recibían en casa a las mejores selecciones del planeta.
Era un campeonato con todos los alicientes, el Brasil de Pelé, la Portugal de Eusebio, la Alemania de Uwe Seeler, sin olvidar a los anfitriones con los dos Bobby, Charlton y Moore -el capitán-.
El partido definitivo estaba programado para el día 30 de julio de 1966 en el mítico Wembley Stadium. Un duelo con todos los sacramentos, los anfitriones contra los alemanes -como una representación de aquellos años de horror y muerte de la década de los cuarenta-. En el palco, presidiendo, Her Mayestic Elizabeth Queen II, que llevaba en el trono ya 14 años, deseando que, al finalizar el partido, alguno de sus súbditos subiera los 39 escalones que separaban el césped del palco.
La escalera más famosa de un estadio, la que cualquier futbolista soñaba con ascender algún día.
El partido, competidísimo y emocionante, llegó al minuto 89 con ventaja local pero enfrente estaba esa Alemania que jamás se rinde, y en el último instante tras un barullo, después de atacar por tierra, mar y aire durante un buen rato, Weber envió al fondo de la portería el balón de cuero color naranja logrando el empate a dos.
Por primera vez en la historia una final se iba al alargue.
Y llegó el minuto 101: Inglaterra ataca por la banda derecha, Hurst -el ariete inglés- que entraba al remate recibe el balón y chuta a puerta. El balón golpea en la parte baja del larguero, pica en el suelo y vuelve al campo, el defensor alemán Weber, que llega a la carrera, despeja a córner. Hunt, pareja de ataque de Hurst, canta gol. Los jugadores miran al linier, el soviético Tofiq Bakhramov. Con el banderín en la mano arranca a correr hacia el centro del campo pero se para, la mirada del árbitro y la reacción de los alemanes le hacen dudar. El árbitro suizo, Geoff Dienst, se va hacia él. Hablan un momento y Bakhramov sube y baja la cabeza afirmando, para él es gol, ha visto entrar el balón.
El suizo Dienst señala el centro del campo, da gol. Ventaja para Inglaterra. Luego marcaría otro gol más llevando el marcador al 4-2 y permitió que Moore hiciera lo que cualquier niño sueña, subir los 39 escalones de Wembley para recoger el trofeo de campeón.
Ustedes podrían pensar que todo termina aquí, pues no. Durante años a los alemanes no les hacía ni pizca de gracia que se hablase del gol de Wembley -seis subieron al marcador, pero cuando alguien nombra el gol de Wembley todo el mundo en Alemania entiende cuál de ellos es, o mejor dicho el que no es-. Transcurridas muchas décadas ya empiezan a permitirse bromas sobre el asunto, pero también puyas para los ingleses, a resultas del Brexit, el popular Bild Zeitung intentó convencer a los ingleses para que votaran quedarse en la Unión Europea comprometiéndose los alemanes, entre varias cosas, a dejar de hablar de las orejas de Carlos de Inglaterra, buscar un malo para las próximas películas de James Bond y reconocer como válido el gol de Wembley.
Los ingleses no deben tener muy claro que el balón entrara, asunto confirmado cuando un estudio de la Universidad de Oxford, en 1995, demostró con meridiana precisión, con tecnología de la época, que el balón botó en la raya y que incluso el balón al volver hacia el campo llevaba una mancha de cal muy visible.
Pero volvamos a nuestro protagonista, el soviético Bakhramov. Un hombre seguro de su decisión a juzgar por la firmeza de sus movimientos de cabeza. Nacido en Azerbayán, en aquellos años era una de las repúblicas de la URSS.
Tenía cierto nombre como árbitro internacional, el mejor de su país. Un tipo con buena planta. La FIFA lo llamó para el siguiente mundial, México´70, lo que indica que no se le tuvo en cuenta aquella polémica decisión. Para el de Alemania´74 pensaron en otro soviético, no era cuestión de pasarle al anfitrión por los morros más el gol de Wembley.
Cuando se retiró del arbitraje tuvo cargos importantes: durante años fue presidente de la Federación de Fútbol de su país, e incluso levantaron una estatua en honor a su memoria a las afueras del estadio olímpico de Bakú. Falleció en 1993 a la edad de 63 años, dos años antes del estudio de la Universidad de Oxford.
Quizás el equipo investigador podía haberse ahorrado el trabajo si alguno de sus miembros hubiese visitado al afamado referee cuando cayó enfermo.
El exárbitro fue un hombre que practicó deporte muchos años, pero su cuerpo tenía acumulado el desgaste de sus años de juventud y es que estuvo luchando en el frente durante la II Guerra Mundial.
Formó parte del Ejército Rojo para defender a su país cuando las tropas alemanas del insaciable Hitler invadieron la Unión Soviética. El hambre, el frío y las cruentas batallas dejaron en su físico una profunda huella, pero también en su mente, y ahí está la llave que resuelve el misterio de la controvertida jugada.
Cuentan que en sus últimos días de vida le volvieron a hablar del gol de Wembley, que le preguntaron sobre si el balón había entrado o no, Tofiq Bakhramov solo respondió con una palabra: «Stalingrado». Si podía ayudar a que Alemania perdiera una batalla, aunque solo fuera deportiva, él pondría su granito de arena.
España no tuvo, hasta ahora, conflicto bélico con Australia, me lleva eso a descartar una venganza personal de Mr. Bambrige en el chut de Míchel, ¿no?
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