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John Shurna cae en la disputa de un balón durante la final de la Eurocup. EFE
El camino más largo estaba lleno de obstáculos

Final de la Eurocup

El camino más largo estaba lleno de obstáculos

Al Dreamland Gran Canaria se le hizo muy larga la final de la Eurocup, un hito que ganará prestancia cuando el dolor de la derrota tome distancia

David Ojeda

Las Palmas de Gran Canaria

Viernes, 11 de abril 2025, 23:04

En la celebración de la Eurocup de 2023 que el Gran Canaria preparó para abonados y patrocinadores en el Náutico, Sitapha Savané dijo en su discurso que los que restaban mérito al título porque todas las eliminatorias, incluida la final, se habían despachado en el Arena tenían primero que destacar cómo el equipo se había matado semana a semana para ser primero de grupo en la fase regular y así poder tomar el camino más corto. Justo lo contrario que esta temporada, en la que a la final se ha llegado por el recorrido más largo y eso, se ha comprobado ante el Hapoel, estaba lleno de obstáculos.

El apagón que el Gran Canaria tuvo en la segunda etapa de la fase de grupos lo hizo todo más difícil. Más eliminatorias, más viajes al perder el factor cancha, y haber perdido ese privilegio ante un Hapoel Tel Aviv que fue un gigante para los de Lakovic en muchos momentos de esta final.

No es cuestión de afilar el acero para un equipo que llegó a la final a la que no pudieron llegar otros con más presupuesto y ambiciones, y no es cuestión de señalar, aprovechando, que el dinero de Mercadona no puede con todo. Este hito se recordará con más afecto cuando pase el tiempo y sirve para coronar una década que merecer ser revisada con gozo: tres finales de la Eurocup, una Supercopa y aquel difuso recuerdo de un año entre los mejores de Europa en la Euroliga.

Pero es verdad que perder siempre deja un poso amargo; sensación extremada este viernes en las gradas de un Arena que no volvió a vestirse con el lleno de la noche del Turk Telekom y que sintió en todo momento la superioridad israelí.

Es ese momento en el que se revisa el camino más reciente y se vuelve a notar aquel tramo entre diciembre y enero en el que empezaron a desdibujarse las ambiciones. El Gran Canaria se hundió en esa fase de competición y se salió de las dos primeras plazas del considerado grupo de la muerte a la vez que encadenaba dolorosas derrotas en la Liga Endesa en su feudo contra Breogán o Andorra.

Aquellos días tormentosos trajeron un pronóstico peor, el del fin de un ciclo. Hubo una respuesta incontestable pese a tener que jugar una ronda más, aquellos octavos en los que Ngouama parecía la reencarnación de Penny Hardaway ante Venezia, la solvente victoria en cuartos ante el otro Hapoel, el de Jerusalén, en Belgrado y la vibrante eliminatoria de semifinales ante el Bahcesehir, con su canasta y adicional de Homesley sobre la bocina y su partido perfecto en Estambul.

Es verdad que esa forma de recomponerse tiene mucho mérito. El Gran Canaria recuperó crédito e independientemente del final que tenga el balance de la temporada en curso ya supera al de la anterior, que sí estuvo salpicado de decepciones como la de abandonar esta competición por la vía rápida en octavos.

Pero también es cierto que queda de esta final la sensación de que no había para más. El Hapoel Tel Aviv juega en la liga de las finanzas y jugadores como Jonathan Motley están fuera de los rangos de mercado a los que puede aspirar el Gran Canaria. Eso dejó durante todo el partido del Gran Canaria Arena la sensación de impotencia que el propio equipo rubricó casi desde el salto inicial.

Al Gran Canaria se le pusieron todos los obstáculos posibles para empatar la final y devolver la serie definitiva a Bulgaria. La superioridad del rival, el mayor kilometraje en las piernas, esos errores tan característicos y dolorosos de sus jugadores claves en los momentos más indeseables. Hasta ese doble rasero insultante que los árbitros usaron durante gran parte del partido, en algún momento especialmente clave.

Pero es que el camino más largo es el más difícil y ese es el que escogió en esta ocasión el equipo dirigido por un Jaka Lakovic que por cuarta ocasión en la temporada fue superado por Itoudis, su antiguo maestro en Atenas.

Ahora toca recomponer los pedazos que siempre deja una derrota de estas características. Reconectar con jugadores franquicia que lo son solo en la nómina y no en los momentos es lo que se les debería exigir el doble. Y llevar de nuevo a este equipo con nombre de isla de nuevo hasta una serie de eliminatorias por el título, el mínimo exigible por su estatus en la ACB.

Aunque es injusto cobrar facturas tras una derrota en la final, a este Gran Canaria le sobrevuela cierta atmósfera de reeconstrucción. Sobre dos parámetros ausentes en los momentos más importantes de la temporada, altura y liderazgo. Eso se paga caro y el mercado es hostil, pero se trata de crecer. En la pista y en prestigio.

Faltó casi un tercio

La final de la Eurocup congregó 7.941 espectadores en el Gran Canaria Arena. El ruido israelí fue menor del anunciado y la grada, los que estuvieron, tuvo momentos estimulantes que silenciaron el sonido hostil de la esquina manchada de roja. Solo hay que mirar dos años atrás para recordar el Arena a punto de reventar en las semifinales con el Joventut y en la final con el Turk Telekom. Es triste que una final de la segunda mejor competición continental de equipos no sea capaz de llenar el pabellón del Granca.

Muchos se llevaron las manos a la cabeza cuando tras la final de 2023 se renunció a participar en la Euroliga. Pero también es verdad que allí se estuvo hace siete años y las gradas estuvieron vacías casi toda la competición. Y que en una final que podría haber devuelto al equipo a esa cita mayúscula tampoco se rebosó el amarillo en el palacio multiusos de Siete Palmas. Es difícil empujar para conseguir el mejor baloncesto cuando no se da el paso adelante para demostrarlo.

Este derrota duele ahora, mucho, pero con el paso de los años será incorporada al archivo de los grandes momentos del club con nombre de isla.

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