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Una escena de 'Maribel y la extraña familia', en el Cuyás. Alejandro Quevedo/Teatro Cuyás
Atrevida y acertada versión

Crítica de teatro/ 'Maribel y la extraña familia'

Atrevida y acertada versión

Rafael Rodríguez ha montado con su compañía 2RC un juguete cómico tan arriesgado como efectivo

Felipe García Landín

Las Palmas de Gran Canaria

Martes, 26 de noviembre 2024

  • Teatro Maribel y la extraña familia

  • Director Rafael Rodríguez

  • Autor Miguel Mihura

  • Reparto Saray Castro, Miguel Ángel Maciel, Maykol Hernández, Luis O´Malley, Sheila Martín, Yanara Moreno y Rafael Rodríguez

  • Espacio Teatro Cuyás

El teatro de Miguel Mihura está ligado al humor y al absurdo desde que escribiera en 1932 su primera obra 'Tres sombreros de copa'. Mucho antes de que Ionesco estrenara 'La cantante calva' en 1950 y que supuso la inauguración del teatro del absurdo, aunque Samuel Beckett había escrito 'Esperando a Godot' a finales de los años 40. Pero Beckett no la vería publicada hasta 1952, el mismo año en el que Mihura estrenaría 'Tres sombreros de copa' cuando ya habían pasado veinte años. La historia la escribe también el tiempo y la mala fortuna. El pasado 22 de noviembre en el Teatro Cuyás, la compañía 2RC estrenó 'Maribel y la extraña familia' de Miguel Mihura, obra que mantiene muchos de los elementos que sostenían aquel teatro original y renovador: el juego con el lenguaje para provocar situaciones humorísticas y absurdas y mostrar dos mundos opuestos. Uno ingenuo, vitalista e idealista, que mira al futuro, está representado por las encantadoras doña Matilde y doña Paula —interpretada esta, magnífica y sentidamente, por Miguel Ángel Maciel— y el otro lo constituyen Paula y sus amigas, contaminadas por una sociedad plagada de prejuicios que ensucian los sentimientos. La trama gira en torno a Marcelino, un chico retraído y provinciano, que llega a la ciudad con la intención de presentar a su novia Maribel, de la que se enamoró nada más conocerla en la barra de un bar, a su única familia formada por su madre y tía. Desconoce o no quiere ver que Maribel ejerce la prostitución al igual que sus amigas. La joven se verá envuelta en las rarezas de la familia que parece estar fuera de la realidad y enredada en un misterio que la hará dudar de las verdaderas intenciones de Marcelino y su familia. La tesis de esta obra bien pudiera ser somos lo que los otros quieren que seamos y somos lo que quieren ver. Lo prostituido, entonces, es la mirada de una sociedad que se parapeta tras buenas y grandilocuentes palabras para ocultar su corrupción (y esto vale para el trato que se le da a los inmigrantes y a la pobreza o a la diversidad sexual y de género).

Rafael Rodríguez ha montado un juguete cómico tan arriesgado como efectivo. Ha limado el texto para resaltar la bondad, porque esta puesta en escena pone de manifiesto que la generosidad y la tolerancia, que tan mala fama tienen en estos tiempos de desventura, pueden constituir una fuerza transformadora para ser mejores personas y hacer el bien. El director se ha tomado la libertad creadora de actualizar el texto en pos del humor y situar la acción en un lugar indefinido, descontextualizado del Madrid del autor. Los personajes se comunican en un perfecto español de Canarias que acerca al espectador y lo conquista. Así sucedió en el estreno, con unas actrices y actores que se crecen a medida que avanza la trama. La misma libertad se toman los autores de la escenografía y el vestuario, José Luis Massó y Beatriz Suárez, que aciertan plenamente y que evoca cierto aire almodovariano de los años 70. No desentona el anacronismo del abuso del selfi con móvil por parte de una de las chicas, pues aporta humor y el conflicto planteado se nos hace más próximo. La utilización por parte de Mihura de ingredientes del género policíaco, confieren a esta pieza elementos de intriga y de misterio que contribuyen al enredo humorístico. Enredo bien manejado y administrado en los tiempos por parte del director. Esta historia y estos personajes (Marcelino y su familia, Maribel y sus amigas), a pesar del humor y de lo absurdo de las situaciones dramáticas, no pueden ocultar desde que se levanta el telón la soledad en la que viven. La soledad y los prejuicios forman parte también del drama de estos personajes que parecen náufragos. La desconfianza ante un futuro esperanzador provoca las sospechas de Pili, hacia Marcelino y le advierte a Maribel que «los hombres últimamente matan mucho, que están muy sádicos».

Hubo complicidad entre los actores y el público que llenaba la sala del Cuyás. Se certificaba una sospecha, que esta compañía y su director tienen seguidores incondicionales. Y no sorprende, pues Rafael Rodríguez lleva el mundo del teatro en sus entrañas: una sólida formación avalada por la Real Escuela Superior de Arte Dramático y una trayectoria profesional incuestionable que arrancó con su primer montaje como director, 'Cuando los paisajes' de Cartier Bresson, premiado por la Asociación de Directores de Escena. Para ser el estreno pocos e insignificantes errores, como el movimiento de los personajes por el espacio escénico; nimiedades que de seguro se corregirán a medida que la obra vaya rodando. Magnífica Saray Castro como Maribel, con una interpretación creíble en todo momento, haciendo natural la evolución del personaje conquistado por la bondad y el amor de la extraña familia. Toni Báez es Marcelino, el muchacho apocado, que destaca por su versatilidad y se va creciendo en la confrontación. Deslucida la interpretación de Maykol Hernández en el papel de Doña Matilde frente a la tía Paula. Los nervios del estreno. Qué acierto haber desterrado la caricatura y lo carnavalero para no caer en lo grotesco y actuar de forma natural. El resto de actrices estuvieron a la altura de sus personajes. Eficaz Sheila Martín en su personaje de ingenua, la joven Nini. El papel de Pili perfectamente representado por Luis O'Malley que sabe darle a su actuación el descaro definitorio del mal genio del personaje. O'Malley también interpreta al doctor, pero creemos que le faltó convicción en este papel. Destacable la interpretación de Yanara Moreno como Rufi, la amiga de más edad, la más experimentada y madre.

No defraudó esta arriesgada puesta en escena que convenció al público asistente, que supo reconocer el trabajo bien hecho con un aplauso sincero, intenso y admirativo que se prolongó varios minutos. A la salida del teatro el público, concernido y satisfecho, comentaba las incidencias de la representación. Un grupo de mujeres, mientras se felicitaban por la elección de esta obra y esta compañía, se preguntaba por qué los papeles para dos actrices maduras habían sido representados —perfectamente, matizaban— por actores masculinos. Creo que se inició un diálogo sobre las dificultades por las que pasan las actrices a partir de los 50. Y más corrillos y semblantes complacidos. ¿Quién dijo esa frase antigua y manida de que el teatro está muerto? Teatro optimista y humor del bueno como bandera frente a estos tiempos canallas.

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