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Blas Sánchez es una incontenible fuerza de la naturaleza. A sus 85 años no hay quien le pare, dispara vivencias como un arma por repetición y solo se detiene para hacer sonar las cuerdas de algún instrumento o endulzar la garganta con una de esas 'alertas amarillas' que le reposicionan. Estos días, este hijo predilecto de Gran Canaria, está algo más inquieto de lo habitual. Está a punto de ver la luz su 'Rapsodia canaria', un disco a diez cortes que condensa sus vivencias musicales y localiza las raíces en las que el árbol genealógico de la música popular de las islas se da la mano con otros sonoridades tradicionales del mundo.
La rapsodia es un viejo anhelo. Hace años que está entre sus manos la idea y distintos procesos para culminarla acabaron durmiendo el sueño de los justos por razones que a esta inasible maestro le duelen cerca del corazón. Pero ya está hecho, gracias a una alianza inesperada con uno de aquellos niños que aprendieron con él a acariciar cuerdas de instrumento y que hoy es un nombre propio de la música en las islas: Misael Jordán.
La aparición en escena de Jordán permite a Blas Sánchez completar este disco que será publicado en breve. Así quedará culminada una obra clave para un músico que desde su Ingenio natal sigue enseñando gratis a mucha gente a aprender a tocar la guitarra, recién editados, además, los diez tomos que condensan su método.
Y así se cierra también el círculo de un virtuoso de la música. Violinista y guitarrista, exiliado en París durante los años del yugo franquista, y profesor durante más de cuatro décadas en la prestigiosa escuela musical francesa de Vitry. Una vida de película.
La 'Rapsodia canaria' se forma con diez movimientos compuestos por Sánchez y arreglados por Jordán para timple y cuarteto de cuerdas. Un trabajo en el que Sánchez indaga y establece conexiones entre los salmos ortodoxos que conoció en las sinagogas de París con los ranchos de ánimas de las islas y otros parentescos similares.
Es complicado sintetizar lo que representa para 'Papá Blas' la publicación de este cancionero. Su memoria, intacta, funciona como un cronograma en el que hay que atravesar todas las fases de su vida para comprender las razones que hacen de este trabajo algo tan especial para él. «Todo comenzó cuando con seis años robé una guitarra al maestro de música don José Suárez, aquí en Ingenio. Vino a casa a buscarla y yo primero le dije que no la había robado y cuando me dijo que me habían visto con ella por la calle ya me puse a llorar y le confesé que la tenía debajo de la cama escondida. Él me llevó después a la escuela y dijo que cuando un niño roba una pistola en el futuro será un policía, un militar o, tal vez, un asesino. Pero cuando roba un instrumento seguramente acabará siendo músico», recuerda Sánchez con un brillo contagioso en los ojos.
Y el diagnóstico del que fuera director del grupo Campos del sur, y referencia vital del municipio cochinero a través de sus enseñanzas, estaba en lo cierto. Sánchez ha vivido para la música toda la vida, como demuestra que las únicas pertenencias que llevó en sus alforjas cuando cruzó Hendaya en tren huyendo de la Brigada Político Social del franquismo eran un violín, una bandurria y aquella guitarra que robó a José Suárez y que todavía guarda en su museo en Ingenio.
Sánchez es música. No hay otra forma de entenderlo. Por su mano docente han pasado infinidad de alumnos, y es raro el caso de alguno de los grandes de la música insular de este tiempo que no estuviera aprendiendo con él ya fuera en Vitry o dónde fuera: Javier Cerpa, Víctor Batista, Domingo Rodríguez 'El Colorao'...
«Me llevaron al internado de San Antonio, en Las Palmas de Gran Canaria, pero ya allí siempre estaba escribiendo música o tocando y los curas decían que desde luego no tenía ninguna vocación religiosa», explica con uno de sus violines acomodado en su regazo.
A Blas Sánchez se le asocia siempre a la guitarra. Y a esa característica Guitarra arpa que le construyó un gitano en París por primera vez. Pero él es violinista, y así destacó como concertino de la Orquesta Chica de Gabriel Rodó.
Tras esos años de formación Sánchez continuó formándose en Madrid. Allí coincidió con otros canarios vinculados a la resistencia franquista y e integrados en el entorno del Partido Comunista. Un día accedió a repartir unos folletos en el metro en los que se pedía derecho a la libertad de opinión. Y poco después, al regresar a la habitación en la que residía, encontró todos sus títulos académicos hechos pedazos y a sus instrumentos con las cuerdas arrancadas. La mujer que cuidaba la casa, a la que le fascinaba escucharle tocar, le advirtió que frente al edificio se encontraban dos policías de la secreta apostados y, como en el cliché cinéfilo, embutidos en gabardinas. Le dijo que tenía que marcharse y le entregó un sobre con un billete de tren con el trayecto Madrid-París.
Otro giro del destino trufado de anécdotas y de casualidades como encontrarse en el tren con unos policías vascos, descontentos con el régimen, que al darse cuenta de que estaba huyendo le dieron las señas de familiares suyos en París para que le ayudaran al llegar a la ciudad.
Y a la ciudad de la luz llegó Sánchez. Sin saber una palabra de francés y sin un franco en el bolsillo. Dormía bajo un puente junto a otros sin techo que le obligaban ir a tocar a la calle para ganar dinero con el que alimentar a aquel grupo de hombres sin fortuna. Tocó en una pizzería donde los estudiantes iban a verle tocar y de la que fue despedido porque su público, pobre en recursos, ocupaba las mesas sin apenas consumir para disgusto del propietario italiano.
Y llegó aquella audición en Vitry, donde sin saber una palabra de francés consiguió la plaza por la forma en la que consiguió que un niño rasgara sus primeras cuerdas comparando la delicadeza del instrumento con las manos de una madre.
Cuatro décadas y miles de partituras después Sánchez, ya jubilado, regresó a Canarias. Entre El Cotillo y su Ingenio natal, municipio con el que mantiene una intensa relación de amores y odios, pero donde allí sigue. Dentro de las paredes bicentenarias de una casa de piedra en la que tiene su museo y las obras de su vida. Porque Sánchez es un artista de mirada amplia. Su galería de esculturas hechas con sus manos, en las que está la memoria en rostros del municipio en el que nació y reside, y otras figuras universales como el poeta Pablo Neruda, con el que intimó e incluso ofreció recitales tras conocerle en París de la mano de Luis Doreste Silva.
Hace muchos años que Sánchez buscaba culminar la rapsodia. Sus composiciones llegaron a trabajarse e incluso a ser llevadas al directo, pero a aquel proyecto le faltaba el empuje para canalizarlo en la grabación. La pandemia, curiosamente, le dio el impulso que necesitaba. Sánchez levantó el teléfono y contactó con otro músico hiperactivo, Misael Jordán, al que con 13 años envió a Polonia a aprender guitarra. «Cuando me entregó la cantidad de partituras que contenía la rapsodia me vi abrumado. Pero al final ha valido la pena tirar para adelante, montamos el cuarteto de cuerdas y aquí está el resultado», señala en presencia de un artista agradecido por la mano amiga del músico de Guía.
'Tanganillo', 'Endecha', 'Tajaraste', 'Muerte del tambor', 'Saltonas de El Cotillo', 'Polkita de El Cotillo', 'Aies', 'Divertimento canario', 'Ranchos' y 'Variaciones sobre las folías' son las diez piezas de esta obra en la que Sánchez ha encontrado el apoyo del Cabildo de Gran Canaria.
Un disco que casi cierra una trayectoria musical inabarcable, pero que no despega de las cuerdas al músico del sureste. Cada tarde suena la puerta de su casa para recibir a alumnos que cruzan ese umbral casi mitológico, entre bustos, instrumentos y partituras, para recibir una nueva lección gratuita de la mano de un genio inclasificable.
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