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Dionisio Rodríguez/ Las Palmas de Gran Canaria
Martes, 10 de diciembre 2019, 10:59
En el transcurso de mis recientes investigaciones sobre las estancias del compositor francés Camille Saint Saëns (1835-1921) en las Islas Canarias y su relación con España y lo español; me he encontrado, dentro y fuera de las islas, con varios personajes que por azar o con razón tuvieron relación con Don Camilo. Pues fue Saint Saëns asiduo visitante durante treinta años de la España peninsular y de las islas Canarias y de Las Palmas de Gran Canaria en particular durante veinte. Valga de ejemplo la historia del periodista, temprano ecologista y prócer del turismo saludable conocido como Jean D’Ardenne. Lo traigo a colación tanto por la actualidad de la movilidad en nuestra ciudad, como por merecer un artículo que contemple tanto sus agudas descripciones de nuestra isla y nuestra ciudad en 1897, como su relación y sus comentarios sobre el antiguo Libro de Firmas del Doctor Chil y Naranjo de El Museo Canario, en relación a una partitura autógrafa e inédita del compositor Camille Saint Saëns de1894.
En los primeros días de enero de 1897 llega desde el puerto de Amberes (Bélgica) a las Islas Canarias el escritor y periodista belga Léon Dommartin (1839-1919), conocido por su seudónimo de Jean D’Ardenne. Son varios los propósitos del viaje, va a tomar relación de sus «aventuras canarias» unas notas de viaje que se van a publicar en la prensa belga y posteriormente durante el mes de abril de ese mismo año de 1897, en el Diario de Las Palmas. Lo conforman una serie de artículos bajo el título de Las Islas Canarias. Notas de Viaje; así lo anuncia el propio rotativo canario en sus páginas: «Comenzamos a traducir hoy y publicar una serie de artículos relativos a nuestro país que ha insertado en Le Chroniqué de Amberes [Nota del autor: se debe referir a Le Chronique de Bruxelles, donde fue redactor jefe desde 1896] el distinguido periodista Mr. D’Ardenne. Llamamos la atención de nuestros lectores sobre ellos muy especialmente».
Nuestro hombre lleva en mente un encargo al que da mil vueltas, el asunto que más le preocupa es otro de los motivos de su viaje. El Touring Club y otras asociaciones de promoción de las bicicletas y velocípedos, le habían encargado esa estancia en Canarias para informar a sus asociados de las posibilidades de las islas. En el barco que le trae se interroga sobre el tema: «Pedal canariens? ... Turing Club de Las Palmas?... Unión Velocipédica de las Islas Afortunadas? Vacilando me hallaba entre estos tres nombres, mientras me apoyaba sobre la borda de estribor, y me absorvía en la contemplación de la estela que se dilataba a través de la inmensa soledad del mar [...] Habréis comprendido que se trataba para mí en tal instante solemne, de bautizar decentemente la institución que esperaba fundar en aquellas islas, respetadas todavía por el ciclo-morbus continental. Con esta mira había partido de Amberes y dicho adiós por breve tiempo a mi ingrata patria. [...]».
Antes de desembarcar en el puerto de Las Palmas de Gran Canaria, prepara adecuadamente su «aparato» velocipédico. «El aparato yacía entre un montón de cuerdas, en el sitio donde le habían relegado los marineros. Era necesario sacarlo de allí para desembarcar convenientemente, [...] Pero es el caso que no bien desembarcados en La Luz, uno de los primeros encuentros que tuvimos fue el de un ciclista, que venía por la polvorienta carretera. No duro mucho mi decepción: el colega inesperado me hizo saber que él era el único centauro de aquellos parajes, en donde hacía poco que se había inaugurado el sistema; fuera de esto, el ciclismo apenas se conocía en Gran Canaria. ¡Respiré! [...]».
D’Ardenne efectivamente parece renunciar a sus iniciales propósitos y se dedica a viajar por la isla en coche, lo que causa gran estupor en algunas zonas más remotas. Sus interesantes descripciones de la isla y sus habitantes merecen la reedición y la lectura de sus textos. «[...] Mi montura de acero, reemplazando a los vehículos locales, llenaba de asombro y de sorpresa a aquellas buenas gentes».
Toma las distintas carreteras que partiendo de la ciudad se adentran en el interior o se dirigen al norte o al sur. En los primeros días visita Telde y Agüimes describiendo el camino, los parajes y las gentes del entorno. En «Ginamar» (Jinámar) se encuentra a gente local que viven muy aisladamente. «[...]Las gentes que vamos encontrando, carreteros, maleteros, campesinos sentados a horcajadas, con las piernas abiertas, a lo Sancho Panza, sobre borriquillos abominablemente cargados, muchachas de rostro atezado, mirada dura, de enmarañado cabello, completan nuestra sensación de soledad en lo desconocido. Sus ojos expresan una curiosidad singular y las palabras que por acaso salen de sus labios nos sorprenden por el tono y el acento [...]».
Habla de la notable influencia inglesa que llega hasta la mendicidad infantil. La chiquillería mendicante considera a cualquier persona con pinta de extranjero un «inglés», y se le reclama «un pen (penique) o mejor un shilling (chelín)». «[...] En los lugares más apartados, donde el habla local no ha sufrido todavía estas lamentables alteraciones, los chicuelos, más modestos, conténtanse con reclamar el sueldo tradicional, en simple español diciendo: ¡Un cuartito!».
Parece que D’Ardenne no ha renunciado del todo a sus paseos en velocípedo, pero pronto va a desengañarse. En el túnel existente entonces en la salida sur de la ciudad (Túnel de la Laja) se encuentra con una reata de acémilas. El lío que ocasiona con su entrada a bordo de su «aparato» lo cuenta él mismo: «Al atravesar el túnel [...] no se me ocurrió detenerme para dejar paso franco a una caravana de regreso del mercado [...] Pude observar entonces que si el ciclismo no ha tomado entre las personas carta de naturaleza en Canarias, menos todavía ha entrado en las costumbres de los animales. Mi aparición produjo una desbandada entre los asnos y las mulas. Una de estas [...] echó por tierra cuan larga era, a la joven alazana que tenía el honor de llevar a lomos. El grito de angustia que dio al caer obligome a apearme y ayudarla galantemente a montar de nuevo, mientras los arrieros reunían con gran trabajo al resto del ganado. [...] Renunciaba definitivamente a mi proyecto de aclimatación, aquella tierra no está aún madura para ponerse en comunicación con el Touring Club de Bélgica ni con el de Francia. Las dos instituciones que me habían confiado el encargo de plantar su pabellón sobre el canario suelo».
Renegado de su encomienda ciclista visita la ciudad y dedica uno de los capítulos a describir el Puerto de la Luz y su incipiente conjunto de construcciones...
«Allí se ha formado el caserío de La Luz, conjunto vivo y pintoresco de fábricas, depósitos, talleres, pequeños comercios de arrabal y viviendas de obreros, [...] En la falda de la montaña, [...] aparecen esparcidas casillas de piedra, verdaderas madrigueras, [...] refugios de una población laboriosa y agobiada, de aspecto terroso, a quien la ley del trabajo ha aglomerado en aquellos sitios».
De camino a la ciudad desde el puerto tiene unas palabras para el tranvía existente entonces, y no precisamente elogiosas. «Entre la ciudad y el puerto circula un tranvía a vapor, que es en verdad un pésimo ejemplar del género. El aspecto del material corre pareja con la vestimenta de los empleados, los cuales parecen que os van a pedir limosna cuando os piden el precio del viaje».
En sus artículos tiene tiempo D’Ardenne para hablar de las relaciones de Bélgica con Canarias y de los destacados compatriotas que aquí habitan y habitaron, como el ilustre hijo de Agüimes don Luis de Aguiar y Toledo, muerto en Neuport (Flandes) como general, gobernador y consejero real. Recorre también todas las carreteras de la isla describiendo los pueblos del interior y las cumbres de Gran Canaria. En la ciudad de Las Palmas pasea y visita todo lo visitable. Tiene palabras para la Alameda de Colón, Vegueta, Triana, los Arenales y la Catedral; comenta que los domingos en su misa mayor se llena de gente y asiste el regimiento de la guarnición, con su banda al frente y parafernalia de sables y bayonetas. «[...] Se va a misa como si se fuera al encuentro del enemigo. Cosas de España».
Traba relación D’Ardenne con el doctor Chil y Naranjo, a quien visita en su quehacer diario apreciando los contenidos de El Museo Canario. Las colecciones del museo ocupaban entonces una de las plantas de las Casas Consistoriales de la plaza de Santa Ana.
«- Va Vd. a permitirme, me dijo el Dr. Chil, que le enseñe nuestro Museo.
-Con muchísimo gusto, doctor: precisamente yo he venido a Canarias a verlo todo...
Frente a la Catedral, al otro extremo de la plaza, se alza el palacio municipal y el museo, del que el Dr. Chil ha sido uno de los fundadores y hoy es conservador, que ocupa el segundo piso de dicho edificio».
Realiza en sus artículos un amplísimo elogio de Chil y de sus trabajos calificándolos de «un verdadero monumento a su país». A la hora de firmar en el libro de visitantes encuentra un autógrafo musical.
«Diario de Las Palmas. Artículo del 26/4/1897.
[...] Terminada la visita y habiéndome presentado el doctor el libro donde acostumbran a firmar los visitantes, hallé en él notas de música, lo cual, sin más averiguaciones me hizo pronunciar este nombre: Saint Saëns. [Efectivamente, así era la firma que se veía al pie del autógrafo musical, con fecha de 1891] Una casualidad feliz me proporcionó, algunos días después, el gusto de encontrarme con el firmante en persona, que llegaba procedente de Cádiz en el vapor correo». [Nota del autor. Hierra D’Ardenne en la fecha, el autógrafo es del primero de marzo de 1894].
Aunque los artículos se publicaron en el mes abril, la estancia de D’Ardenne tuvo lugar en el mes de enero. Efectivamente Saint Saëns llega a Las Palmas de Gran Canaria procedente de Cádiz el 22 de enero de 1897. Venía de Barcelona donde se le había solicitado para el estreno de su ópera Sansón y Dalila en el Liceo; pero disgustado por la fría acogida, algo enfadado con el empresario del teatro y sobre todo escapando del frío, se refugió en su querida Cádiz unos días antes de embarcarse para Las Palmas de Gran Canaria, donde permanecerá hasta el 26 de abril; retornando a la ciudad condal donde esta vez, hechas las paces y en desagravio, fue muy agasajado.
Finalmente es el propio Jean D’Ardenne el que estampa su rúbrica y dedicatoria en francés en el Libro de firmas del Museo Canario en enero de 1897 y que dice así: «Raramente he visitado un Museo más interesante que el Museo Canario de Las Palmas. La sección de Antropología es particularmente admirable. Le ofrezco la expresión de mi más alta gratitud al Sr. doctor Chil, promotor y creador de esta maravilla. Las Palmas. 16 enero 97. Jean D’Ardenne».
La referencia de D´Ardenne al manuscrito musical de Saint Saëns me llamó extraordinariamente la atención, por lo que solicite la ayuda del bibliotecario de El Museo Canario, Fernando Betancor, para localizar ambos autógrafos en el antiguo libro de firmas del Dr Chil.
Una vez vista y estudiada la partitura de esta obra musical escrita a mano por Saint Saëns como homenaje al Dr. Chil y a El Museo Canario, podemos decir que se trata de una obra original, e inédita.Una breve pieza sin nombre y firmada al pie por el autor con fecha Primero de Marzo de 1894.
Tan solo un año después y desmintiendo los malos presagios de Jean D´Ardenne para la ciudad, el núcleo ciclista y velocipédico de las Palmas aumenta exponencialmente como para tener promotores y detractores. Así vemos en el Diario de Las Palmas un demoledor artículo sobre la práctica del ciclismo y sus males en febrero de 1898. «Efectos del Ciclismo sobre el Corazón. [...] Las perturbaciones cardiacas se observan en todo esfuerzo muscular excesivo, pero el sport velocipédico es el más violento de todos. Con este ejercicio se produce un aumento considerable de la presión sanguínea que obliga al corazón a desempeñar un trabajo superior a sus fuerzas».
En el mismo mes y pocos días después encontramos un anuncio de un Centro Ciclista en el diario España: «Centro Ciclista .de Las Palmas. De J. R. Hermanos. Pérez Galdós, 21. Se avisa a los ciclistas que [...] ha quedado abierto un depósito de bicicletas y tándeZms que se ofrecen en alquiler por un precio módico. [...] Hay a la venta una bonita colección de medias, gorras y jerseys última novedad».
En el mes de marzo se funda el Club Ciclista Canario. Lo incluye entre sus noticias el diario España. « Club Ciclista Canario. Ayer y bajo el nombre de Club Ciclista Canario quedó constituida la tan deseada Sociedad Ciclista. La Junta Directiva compuesta de lo más aficionado del elemento joven se halla animada del mayor entusiasmo y según se nos dice, prepara una excursión inaugural a los puntos más pintorescos de la isla que promete estar muy animada. [...] Reciban todos nuestra enhorabuena y en particular los iniciadores de la idea, don Francisco R. Ortega y don Andrés García Pérez».
El mismo periódico anuncia que en el mes de abril se celebra la excursión ciclista inaugural de la Sociedad. Un grupo de ciclistas por las carreteras de entonces debió causar gran sensación. «El presidente del Club Ciclista canario don Tomás Doreste nos ha invitado a tomar parte en la excursión inaugural al Monte que, en bicicleta, celebrará dicha Sociedad el próximo domingo 17 del corriente (abril), así como a la sesión solemne que tendrá lugar en los salones a las 8 de la noche del mismo día».
En el mes de mayo de 1898 y en plena guerra con los Estados Unidos el club ciclista anuncia la organización de juegos benéficos «Los juegos de bicicletas que mañana se celebrarán en los jardines de la Alameda, siendo destinado el producto de las sillas vendidas a socorrer a las familias de los reservistas, se dividen en cuatro partes: 1º Carreras de cintas; 2º Velousel; 3º Carreras de ramos; 4º Carrera final de sortijas».
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