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Una de sus últimas incursiones literarias en estos territorios de formas y colores, el que realizó por el universo de César Manrique, le ha valido el XXV Premio Internacional de Poesía Tomás Morales. «Fue una sorpresa. Se presentaron cerca de cien poetas de todo el mundo. Estoy agradecido al jurado por haber seleccionado un poemario que consolida mi proceso de escritura poética en torno a las obras de arte contemporáneas. La escritura poética es un lenguaje esencial para seguir fortaleciendo una mirada a lo inédito, en la que se establecer un tercer espacio a visitar por los lectores que no es ni la poesía ni la pintura», resalta el poeta.
La noticia de la concesión le sorprendió cuando estaba a punto de cruzar el charco para recorrer instituciones culturales, librerías y museos desperdigados por la geografía española en los que está presentando su poemario sobre la pintura de Zóbel en lugares como el Festival Kerouac, la Casa Museo Juan Ramón Jiménez, el Museo de Arte Abstracto de Cuenca o en la Fundación Caballero Bonald. «La gente me dice que parezco una estrella de rock por la presentación de Jardín seco y el año que viene regresaré para presentar el poemario sobre César Manrique», explica el autor que eligió la pintura Número 100 del artista lanzaroteño para dar título a su poemario. «Es la única obra de César que hay en el Museo de Arte Abstracto de Cuenca», comenta Delgado que entiende la pieza como «una herida para la mirada que recuerda el dolor y el paso del tiempo para sembrar conciencia de estas cosas en el ciudadano de hoy, que está sometido al consumismo», recalca el creador que se embarcó en esta literatura pictórica por primera vez en Galaxia Westerdahl (2014), un poemario inspirado en la colección de arte de Eduardo Westerdahl y por el que recibió el Premio Luis Feria que concede la Universidad de La Laguna.
«Es un tipo de escritura poética que dialoga con el arte y echa raíces en la écfrasis, una técnica literaria que tuvo sus orígenes en la tradición clásica. Un buen ejemplo es la descripción del escudo de Aquiles que aparece en La Iliada de Homero, en la que el poeta describe una obra artística», comenta el escritor que cree que el lenguaje poético es «el modo ideal de establecer un vínculo con el aura de la obra artística».
De hecho, para Samir Delgado, este ejercicio es una forma de resistencia frente a la saturación de imágenes y estímulos que soportamos a diario. «Ante el auge de las nuevas tecnologías y la capacidad perdida por el individuo de experimentar la contemplación, la idea de escribir de la pintura la concibo como un espacio de resistencia vital, de recuperar el silencio del arte y el paisaje contemplado», subraya el autor que considera «primordial» escribir en el intersticio del arte y la pintura por entender que es una trinchera desde la que defender la serenidad y el placer de la contemplación. «La pintura es un bastión de la utopía que se resiste al consumo de los días», sostiene Delgado, que también se sumergió en las arpilleras de Manolo Millares con su poemario Las geografías circundantes. Tributo a Manuel Millares (2016).
Además, de reivindicar la pintura como un espacio habitado por la belleza, Delgado concibe la escritura poética como un ejercicio radical de compromiso con la ciudadanía. «Hay que democratizar la experiencia artística y fortalecer la idea de los museos como lugares de excepción, donde la experiencia poética predomina gracias al silencio de los colores que todavía no están manipulados por la estética de la pantalla», apostilla con vehemencia el poeta que invita a acudir a los centros de arte para encontrar esa placidez que el mundo multipantalla nos niega. «El silencio de los colores –dice– nos devuelve esa experiencia genuina de la condición humana que favorece el asombro y la perplejidad que estuvo detrás de la experiencia artística del creador y defender la idea de que en los cuadros hay más realidad que en la realidad, porque en ellos habitan todos los tiempos, los tiempos para el artista y para los cuadros».
De hecho, Samir Delgado sigue explorando este territorio y está preparando un poemario sobre el MoMA, que previsiblemente será publicado el próximo año por una pequeña editorial de Nueva York.
«Hay que salvar la subjetividad. Los medios imponen unos patrones de percepción que dejan mirar pero no ver. Esto se puede revisar a través de la escritura para ir más allá de la mirada, a los silencios. Defiendo la pedagogía del instante, de la recuperación de la subjetividad que nos están arrebatando bajo moldes de individualidad».
Esta capacidad para la contemplación centrará su atención en el poemario sobre el museo neoyorquino que está preparando. «No será sobre las pinturas, sino sobre quienes las miran, sobre las vidas que se devienen ante un Pollock. Daré un giro copernicano. Escribiré de la mirada», señala el autor preocupado por la proliferación del sentido turístico y consumista de la contemplación. «El ciudadano del futuro va a ser un turista terminal. Solo el lenguaje poético puede atrapar la experiencia genuina de lo artístico. Esta escritura poética es una ecología que intenta salvar los colores», advierte este explorador de los museos cuya gira también lo ha traído al archipiélago, en concreto a la Casa Museo Pérez Galdós, en Gran Canaria, y a la Fundación Cristino de Vera y al Instituto de Estudios Hispánicos, en Tenerife. «Regreso a las islas con el compromiso de recuperar el vínculo con su literatura», comenta el escritor que reclama más apoyo del Gobierno regional para divulgar la valía de las letras canarias fuera del archipiélago. «Hay casos como el de José Carlos Cataño, que estuvo en Barcelona representando la literatura de las islas y escribiendo sobre la distancia como espacio de identidad, que murió sin el apoyo y el respaldo necesarios», explica el autor que tiene en mente recuperar su labor de divulgador de la escritura canaria en el exilio con la organización de una semana canaria en México. Un trabajo de divulgación que también realizó durante los diez años en los que organizó el Festival Internacional de Literatura 3 Orillas, una iniciativa que pretendía tender puentes transoceánicos entre los creadores para difundir su obra fuera de las islas. «En este sentido, queda mucho trabajo por hacer. Lamento el panorama enrarecido de la poesía canaria, donde parece que todos son competitividades y sectarismos. Deberíamos apostar por dar visibilidad a los poetas desde la pluralidad y las diferencias», recalca el último premio de poesía Tomás Morales.
Dice Samir Delgado que contemplar un cuadro es como «mirar los ojos de una amante, hay un erotismo trascendental al escribir de la pintura», añade el poeta.
Quizá esta intimidad fue uno de los elementos que conquistó al jurado que reconoció Pintura número 100 (César Manrique in memoriam) con el Premio Internacional de Poesía Tomás Morales.
Al contemplar la obra del artista lanzaroteño Número 100, colgada en el Museo de Arte Abstracto de Cuenca, encontró el «mensaje de lo genuino en un volcán redimido», explica Delgado, que entiende que la pintura de Manrique, como su trabajo literario, es una forma de resistencia. «La obra de César es determinante, no solo por refundar el territorio insular, sino por salvarlo de la hecatombe turística. Ahora igual se consume una manzana que la visión de una catedral. El turismo lo convierte todo en cosas. La pintura sobrevive a esa lógica de dominio que provoca la globalización», sostiene el escritor que lamenta que «al poeta le queden pocas oportunidades de encontrar lingotes» de autenticidad.
Su experiencia silenciosa y contemplativa ante la obra de Manrique se tradujo en este poemario compuesto por 80 poemas dedicados a las obras pictóricas y las intervenciones paisajísticas del polifacético artista lanzaroteño; desde sus primeros cuadros de mediados de la década de 1940, caracterizados por las tierras rojas y negras, hasta su pintura abstracta numerada, una serie dedicada a los volcanes de Timanfaya, Tinguatón y Tinecheide, o unos trabajos donde reinterpreta los fósiles. «El libro concluye con un capítulo dedicado a la isla, sobre el estado de la materia ignoto, mojado y gastado, y los poemas finales están dedicados a los Jameos del Agua, el Mirador de la Peña y al BMW 735i del año 90», explica el autor acerca de un poemario que repasa la totalidad de su producción artística.
En su opinión, a través de su obra, Manrique «nos recuerda el proceso civilizatorio que implica habitar una isla. Es una sociedad que se puede visitar de nuevo desde la distancia, por eso la isla es lo más cercano a lo universal, lejos del tópico de la periferia. La isla es fundamental para comprender la travesía del ser humano en el cosmos», comenta el escritor que confiesa sentirse marcado por su condición insular.
«Ser poeta de un archipiélago es para toda la vida. La isla la llevo conmigo a cualquier lugar», comenta Delgado. De hecho, reconoce haber escrito Pintura número 100 desde el recuerdo y la distancia. «La escritura poética responde a estímulos de radicalización de la experiencia. No se puede escribir a 200 por hora. Frente al cuadro queda la suculencia de la mirada. A propósito de esa experiencia se puede escribir de los estratos de visibilidad», comenta el autor que trabajó en este poemario en la ciudad mexicana de Durango, en el jardín de su casa donde suele recibir la visita de los colibríes, mientras su mente sigue a miles de kilómetros, en su isla.
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