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— ¿Cuál cree que fue la principal aportación de César Manrique (CM) al mundo de la plástica?
— Me sorprende que me hagas esa pregunta y no sobre el debate que hay en medio del centenario respecto a la confrontación del Manrique artista y el Manrique ambientalista o arquitecto. Me cuesta mucho valorarlo. No soy crítico de arte para juzgarlo, pero, como cualquier artista de su época, supo participar en las tendencias que había en su momento; en el informalismo y en la abstracción. Esa fue, creo, su principal aportación.
— Usted ha hecho un seguimiento de todos los actos celebrados con motivo del centenario de CM. ¿Cree que ha servido para poner luz sobre la magnitud de su legado o que ha creado una mayor confusión?
— Confusión, no creo. Precisamente, en torno a esa paradoja creo que ha girado una celebración donde ha prevalecido, a veces, el entusiasmo frente a la genialidad de un artista tan diferenciado como lo es Manrique. Me da la impresión de que, así como se han podido banalizar y repetir, casi con mediocridad, muchas cosas, otras han sido estupendas y han sacado a la luz los verdaderos valores manriquianos. Estoy muy contento. He observado el centenario con rigor y humildad, procurando que no me tocara todo eso para poder llevar mi intimidad y mi vida con Manrique con la discreción que merece, para huir de la algarabía.
— Ha habido de todo. Seminarios, debates, libros como el de Alexis Ravelo, el de Fernando Castro...
¿Qué le ha gustado del centenario y qué no le ha gustado?
— Me han gustado muchas cosas, por ejemplo, la exposición del CAAM. Aun un poco dispersa por el universo tan extenso de Manrique, la comisaria ha puesto todo su empeño en que se conociera una parcela amplísima de Manrique. No se quedó solo en el artista pintor.
— ¿El hecho de que sea un artista total ha dejado facetas suyas por descubrir?
— Si ha habido una aportación novedosa en el mundo de Manrique es precisamente su universo del arte total. Ahora cualquier artista hace de todo; performance, instalación, vídeo... Lo veo como una virtud, no como un fracaso o un enredo. Lo divertido, lo atrevido, el sentido de modernidad y la vanguardia de la obra del universo Manrique está precisamente en esa amplitud de su arte. Por ejemplo, se ha hablado poco estos días de Land Art. Fuimos a exposiciones en Nueva York de los grandes artistas de Land Art y César ya tenía su obra hecha de forma premonitoria. Hizo Land Art antes que muchos creadores. El registro amplísimo de la obra de Manrique es uno de los campos por donde ha ido el centenario.
— ¿Y hay algo que haya pasado desapercibido?
— No. Precisamente, justo el musical –que he visto que hubo muchas críticas antes de estrenarse porque nadie veía a Manrique como protagonista de un musical– ha dado la medida de un campo tan amplio que se presta a cosas que se queden fuera y que otras se exageren. La gente, con el amplio registro de Manrique, se construye el Manrique que quiere soñar. Uno de las posibles éxitos del musical es que la estructura del guion abre un campo para la interpretación del mundo de Manrique. Me cuesta opinar sobre el musical porque mi personaje está en escena, pero quiero ser sincero: me cuesta asimilarlo porque viví 40 años con el personaje, por muy bien que lo hagan, me cuesta acercarme y aceptarlo.
— ¿Se identifica con su personaje de la obra?
— Me sacan en una etapa muy temprana, muy joven. Primero tendría que valorar qué etapa de los años que viví cerca de Manrique me gustaría ver en escena. Ellos han elegido con libertad a un Pepe Dámaso determinado y eso también me costó aceptarlo. Quizás haya otras parcelas de mi mundo con Manrique más interesantes o que la gente desearía ver.
— ¿Qué le unió a CM?
— La amistad.
— ¿Cómo se conocieron?
— Yo busqué a Manrique cuando me fui a Madrid. Fue una de las cosas más importantes que hice en mi vida, traspasar la orilla y superar ese horizonte cerrado de los isleños. Era muy joven, de Agaete, y la primera decisión importante para mi futuro y en mi carrera fue ir a Madrid. Entre mis objetivos, aparte de dibujar y de conocer la historia del arte, estaba encontrarme con Manrique. Lo conocí en 1954, en la exposición de la galería Clan donde él exponía. Se publicó lo que él dijo: que vio una cara llena de entusiasmo, la mía, y yo le dije que iba buscando su amistad como artista y como canario. Lo que fue importante y trascendente aquel día fue que le dije a César que era homosexual. Le dije: quiero ser sincero contigo porque, ya que nuestra amistad va a ser para siempre, tengo que ser honesto. Era una época difícil; en el franquismo y le dije: soy homosexual. Y me contestó. Me dijo; ojalá sea amigo mío para toda la vida.
— Hace poco dijo en el CAAM que ustedes eran una pareja pero no fueron amantes y que estaban unidos por el amor al arte.
— Sí, lo dije así. La gente en esos 40 años, en esa época difícil para la homosexualidad, no nos dijeron nunca cosas malas, ni tuvimos tropiezos de violencia o de persecución. Más bien la pregunta que se nos podía hacer era si éramos pareja, más que si éramos homosexuales, y contestamos que no éramos pareja, que éramos dos amigos que amaban la cultura y Canarias y que vivíamos con toda la honestidad que podían tener dos amigos, simplemente. Pero lo que a mí me conmovía de Manrique en la amistad era cómo me valoraba intelectualmente a pesar de no parecernos en nada. Yo era figurativo y no aceptaba su mundo de abstracción. Él me consideraba en parcelas del intelecto y la cultura, y a mí me conmovía y me comprometía porque yo me di cuenta de que estaba al lado de un genio y, ahora, en mi reflexión de mis 85 años, con el mundo fatal en el que vivimos, cuando he analizado con rigor y tranquilidad el centenario de Manrique, me lo he vuelto a plantear y he visto la generosidad y el entusiasmo que Manrique tenía para valorarme, consultándome cosas, aconsejándome y queriéndole. Aunque muchas cosas, como el César político, no las comentaba con él. Vivíamos al margen, en el mundo de la cultura y la creación, y soslayábamos un poco una realidad que no nos concernía para nada.
— Siempre se ha dicho que defendió sus ideas con vehemencia. ¿Eso se podía hacer en aquella época? ¿Se mordía mucho la lengua?
— César llegó a decir que se casaba con el diablo con tal de salvar a Lanzarote y ponerla en el mundo. Jugó e interpretó la política con clarividencia. El ejemplo lo tenemos hoy en cómo va la política.
— ¿Cómo lo definiría usted políticamente?
— Apolítico.
— Pero él hacía política con su arte.
— Eso lo dices tú y la gente ante su actuación social que podría ser vista como de una izquierda rabiosa. Pero eso es por la altura de miras y el sentido cósmico y global que Manrique tenía de la política y de la existencia. No era un ser anodino, mediocre y mezquino que jugara a lo fácil y al desinterés por una realidad que nos concernía a todos. Su objetivo quizá era más estético que político. ¿Desde qué perspectiva juzgamos a Manrique? ¿Desde la perspectiva del artista? Sin ser artista no podría haber sido lo que fue a nivel mundial. ¿Qué significa el arte en un momento comprometido? Esa pregunta se la hacen los artistas, los críticos y todos. ¿Dónde está el compromiso del artista de hoy?
— ¿Qué le parece el debate sobre la filiación política de César?
— César es esencialmente artista. Sin el concepto estético y la belleza no hubiera alcanzado esas cotas. Es un debate lógico. También la gente ha descubierto a su mujer, a Pepi, con la que vivió 17 años. Una compañera maravillosa en un Madrid dificilísimo en lo artístico, lo político y lo económico. Manrique, en ese universo variado, provoca muchas impresiones. Otra de las cosas que me han gustado es la imagen que muchos han dado de ese César batallador que, con ese compromiso crítico y casi violento, consiguió de los políticos cosas fantásticas que no creo que ningún artista desde la cultura haya conseguido –a excepción de Néstor– para Canarias.
— En el CAAM se expone una carta donde se habla de un proyecto de residencia conjunta en Lanzarote en una casa compartida por CM con usted y Manolo Millares, ¿Qué fue de ese proyecto que unía vida y arte? ¿En qué quedó?
— No lo limitaría a mí y a Millares. Se hablaba de otros artistas. Creo que habló con Marsillach y con el bailarín Alberto Lorca. El proyecto de Manrique era más amplio. Había un antecedente: Eduardo Westerdahl, el gran crítico de Gaceta de Arte y organizador de la exposición surrealista de 1935, hizo con un arquitecto italiano un proyecto en Tenerife para crear una colonia de artistas. Mi terreno me lo dio, pero yo se lo devolví. Yo no lo construía y él quería tener el espacio de su fundación libre sin añadidos y ni construcciones que estropearan su casa, hoy fundación. Yo prefería vivir con él por temporadas y que mi terreno se quedara libre.
— Lo conoció profundamente, ¿cuáles eran las luces y cuáles las sombras de la personalidad de CM?
— Su principal fallo es que era un calentón. Su pasión la llevaba a extremos, por momentos, agresivos, pero daba la impresión de que le divertían y, sobre todo, de que le funcionaban. Tuve momentos en los que le hice ver esa actitud. Pero no le importaba nada. Él vio que era una estrategia que le funcionaba. Y su virtud era la sinceridad. Tampoco me puedo sustraer de su genialidad. Su comportamiento humano venía de una clarividencia, un saber y un poder intuitivo que anulaba muchos de sus defectos en la convivencia. Poco antes de morir hablamos por teléfono. Le pregunté: ¿cómo ves el mundo? Y me dijo: la masificación lo joderá todo. Exactamente como lo estamos viendo. Una cualidad contemporánea suya, digna de valorarse, era su sentido del marketing. En eso era un lince. Tenía una visión de verlas venir. El atractivo de la obra arquitectónica o ecológica de Manrique era, aparte de la belleza, que funcionaba económicamente que daba gusto.
— Todo se pega, ¿qué aspecto de su creación o de su personalidad le inoculó CM?
— No veo influencias. Aquí me quiero poner damasiano. No me dejé influir por Manrique. Si algo tuve muy claro cuando fui en busca de él, es que en muchas cosas importantes no nos parecíamos en nada. La primera, en nuestra concepción del arte. Tuve la elegancia y la discreción de ponerme con humildad al lado del genio y aceptar su arte, En su parte más humana me transmitió la alegría de vivir. A César se le tildó de frívolo. Nosotros teníamos conciencia y aceptábamos la frivolidad bien entendida, como alegría de vivir. Eso nos unía mucho en la convivencia y en el comportamiento con el territorio de las Islas Canarias. Teníamos conciencia de que vivíamos en el paraíso y nos unía muchísimo ese sentimiento clásico del jardín de las Hespérides. Canarias es una excepcionalidad con su tropicalidad y su paisaje tan diferenciado.
— ¿Se dice que se está obviando el nexo entre César y Néstor?
— Igual que Manrique sin Lanzarote, sin la abstracción y la belleza no sería lo que fue luego en el mundo, sin Néstor tampoco César hubiera sido el que fue. Nosotros fuimos los primeros artistas que nos atrevimos a hablar de Néstor. Era un defenestrado y sigue siendo un desconocido para mucha gente. Valoramos su concepto del arte total. Tuvo la idea de crear una oferta para el turismo en Canarias partiendo creativamente de la personalidad de las islas.
— ¿Está contento con la labor de la Fundación César Manrique?
— He estado distante de la Fundación. No tengo nada que objetar respecto a las fundaciones y al criterio que hay que tener para mantener el espíritu del artista. No es fácil y volvemos al campo amplísimo de la visión manriquiana del arte. Es muy complicado mantener criterios que se ajusten a su comportamiento para salvar ese espíritu; salvar al ecólogo, al medioambiental, sin olvidarse del César estético, del político, del alegre, del canario, del internacional y de su concepto universal del cosmos. Pienso que la Fundación ha tenido que tener pies del plomo para evitar esa banalización a la que me he referido, pero cada cual tiene libertad de opinión frente al personaje. Hay que tener cierto poder para mantenerse firme frente algunas opiniones, algunas loables y otras menos.
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