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No tengo edad

No tengo edad

Desconozco si hay una edad para comenzar a amar. En 1967 tenía once años y dejé pasar entonces mi primera oportunidad, pensé que todavía no era el momento. Aquel año Gigliola Cinquetti hizo popular su canción No tengo edad. Hace unos días la he vuelto a escuchar y recordé con nostalgia aquella ocasión perdida. ¿Hay una edad para comenzar a escribir? ¿Se necesita cierta madurez? ¿Fue Rimbaud un caso único? ¿Se es más brillante y profundo cuando llegas a la vejez o el ingenio puede surgir en cualquier momento? ¿Ser escritor es una condición innata? Esta vez convoqué a dos escritores de distinta edad para indagar en estos amores inexplicables hacia el trabajo literario. Francisco Lezcano tiene 85 años, después de muchos libros anteriores publica ahora su primera novela. Sikabi Cohen tiene 20 años y acaba de salir al mercado su primer libro. Estuvimos varios días indagando en sus preocupaciones literarias, en esos amores hacia la palabra escrita que no cesa. Esto fue lo que averiguamos.

Juan Carlos de Sancho/ Las Palmas de Gran Canaria

Sábado, 21 de diciembre 2019, 23:33

— ¿Hay un tiempo ideal para la escritura de un libro o hay que esperar a que o se instale la idea, el argumento central?

Sikabi Cohen: Cualquier momento es bueno para escribir, excepto cuando no confías en el texto. En ese caso el escritor debe, casi como un imperativo categórico, creérselo y crear un nudo afectivo con su texto.

Francisco Lezcano: Yo no me digo nunca «voy a escribir un libro». Escribo. Lo importante es tener algo que contar. Nada tiene que ver con un tiempo ideal.

— ¿Comenzaron sus literarias, a una edad temprana o se fue formando lentamente?

FL: Mi vocación literaria ya la tenía en el Bachillerato. Mis puntos de vista maduraron lentamente, como es lógico.

SC: Empecé a escribir literatura a los cinco años. Era la historia de Aisha y Salomé, una judía y una palestina que eran hermanas y enemigas al mismo tiempo.

— ¿Qué es lo que tiene la Literatura que la vida no tiene?

SC: Todo. La literatura es como la lámpara de Aladin: uno puede desear todo lo que quiera. Uno debe entregarse en cuerpo y alma a la literatura y con absoluta honestidad, sin esperar el elogio del lector.

FL: La vida está plena de literatura, la literatura debe estar llena de vida.

— ¿Se siente mejor en la brevedad o en relato largo? ¿Hay que experimentar cuando se escribe o seguir unas reglas?

FL: No escribo pensando en la longitud, sino procurando ser lo más conciso posible sin experimentos y siguiendo las reglas de corrección.

SC: Me siento mejor en el relato corto. Vivimos unos momentos donde todo es rápido como digo en mi novela. Muy pocos lectores están dispuestos a comerse mil páginas, algunos por falta de tiempo y otros por pereza. En cuanto a experimentar o no, el escritor debe hacer lo que quiera: escribir con la locura de Fernando Arrabal o tomar una brújula como Tolstoi.

— ¿Qué influye más, lo leído o lo vivido? ¿Se termina viviendo como se lee o como se escribe? ¿Es importante vivir lo que después se escribirá?

SC: Para mí los textos de Santa Teresa, Mohamed Chukri o Baudelaire son parte de mi vida. Los he vivido, me han influido a la hora de escribir y existir y en cuanto a si es importante vivir para escribir, la respuesta es no. Roberto Bolaño (autor muy elogiado por los corruptores literarios, últimamente) es un ejemplo: muchas cosas que escribió no las vivió, aunque se empeñen los lectores en que sí.

FL: No es necesario vivir lo que luego se escribirá, lo importante es sentir lo que se escribe. No se vive como se lee, ni tampoco como se escribe. Se vive como lo que uno es.

— ¿Elige el argumento de tu libro o él le elige a usted? ¿Es realmente valiente con su propuesta literaria o te preocupa no defraudar, contentar al lector, seguir el canon?

FL: Imagino una historia, un argumento, elijo yo. Lo que busco es la empatía con el lector. Y no soy persona de canon.

SC: El libro te elige a ti. Uno puede hacer lo que quiera, pero el argumento del libro es una fuerza magnética que hace contigo lo que quiera. La literatura habla a través de ti. El mayor enemigo del escritor es el lector, es un elemento egoísta que quiere que escribas lo que- él o ella- desea.

— ¿Está todo escrito desde la Antigüedad? ¿Qué aporta cada escritor?

FL: Todo está escrito, dicho y masticado. Los ególatras no lo saben. Cada escritor en la modestia puede aportar una nueva visión.

SC: Todo y nada está escrito. El escritor debe aportar verdad y novedad a la literatura, aunque sólo sea una palabra.

— ¿Le preocupa que haya una filosofía, un pensamiento (s) en su obra? ¿Cómo escapa para no sermonear, para que el lector deduzca a su manera el asunto de fondo que tratas en su libro?

FL: Nunca sermoneo: informo. No me preocupa que en mi obra aparezca una filosofía.

SC: Una obra sin pensamiento no me interesa. No me escapo de nada, el lector es inteligente. No hace falta sermonearlo o marearlo.

— Hay autores que piensan que estamos siempre «repitiendo» el mismo tema cada vez que escribimos. ¿En qué consiste la originalidad? ¿Somos o continuadores de una estirpe de pensadores?

SC: La literatura canaria tiene ese problema. Repite el mismo argumento nacionalista o etnocentrista casi siempre. Aburre. Algunos contemporáneos no les interesa progresar literariamente, son burgueses o falsos burgueses adictos a los lectores.

FL: Evidentemente no somos «únicos» y menos aún continuadores de una estirpe de pensadores. Pensamos, luego existimos, pero nada de estirpe.

— Descubro al leerlos ciertas similitudes argumentales: la esclavitud, el deseo de poner en solfa al nacionalismo, el deseo de libertad, las mafias... Hay preocupaciones de época que influyen en lo que escribimos o siempre le preocupó?

FL: Tuve la suerte de existir en medio de una familia de izquierdas, de tener hermanos muy mayores rojos. Una familia de agnósticos, una educación donde todo eso me preocupó siempre.

SC: Son las preocupaciones de ayer, hoy y siempre. En Roma se discutía de lo mismo, pero con otros términos. El nacionalismo (que no se debe confundir con el patriotismo), las mafias que hacen de verdugo y mesías son nuestros males posmodernos. No debemos olvidarnos de la religión, por eso rescato al personaje de Zaratustra y le doy una dimensión queer.

— ¿Qué le preguntaría a Sikabi, Francisco? ¿Qué le preguntaría a Francisco, Sikabi?

SC: ¿Seguiremos escribiendo después de montarnos en la barca de Caronte? Y una segunda pregunta: ¿escribir es morir un poco?

FL: Pues, no sé...por ejemplo: ¿escribes porque te quieres expresar, por ganar dinero o porque sueñas con ser famoso?

— ¿Qué piensa del cuidado de las palabras que utiliza? ¿Y de las metáforas? ¿Y de la poesía dentro de la prosa? ¿Qué en sus distintas formas de escritura?

SC: Se debe utilizar la palabra exacta, siempre. Las metáforas son como el amor, se deben realizar con sumo cariño y respeto. Son caprichosas. La poesía debe estar presente siempre, incluso en el texto más prosaico del mundo porque la poesía es el alma de la literatura. Solo mantengo la poesía y la verdad de ser yo mismo.

FL: Cuido las palabras que uso, algunas veces me doy una licencia, otras puedo meter la pata. La metáfora y la poesía la mantengo porque creo que facilitan y enriquecen la expresión y la comunicación.

— ¿Se es más didáctico, más barroco, más sentenciador, cuando eres más joven? ¿Es Rimbaud un caso excepcional?

FL: La templanza viene con la edad. La madurez hace más efectiva la protesta, la denuncia, la acción por las libertades. Rimbaud fue un caso extraordinario pero no tiene por qué ser una referencia necesaria para los que quieran dedicarse a la escritura.

SC: Con doce años era mucho más barroco. Conocí al egoísta de Sartre y al genio de Jibran en la biblioteca de Las Ranas, el mismo día. Desde ese momento me debo a la síntesis. Rimbaud fue un hombre atormentado por el desamor, vivió algún amor líquido pero su gran amor fue Verlaine: su literatura tiene el arrojo, la fuerza y el torbellino de quien ama a alguien y no es correspondido. ¡Pobre Rimbaud!

— ¿Son ustedes dos iconoclastas, dos atrevidos, o prefieren ser ? ¿Es la literatura un paraíso paralelo, pertenece al mundo de las palabras?

SC: Yo soy un hombre libre que escribe para la gloria de la literatura. Intento ser honesto y honrado conmigo mismo y con lo que escribo. No me interesa que me entiendan, quiero que sientan lo que escribo. Y eso lo he conseguido con mi libro «Narcosirenas». La literatura es el edén ajardinado donde los falsos y las malas personas no tienen cabida, la literatura es el paraíso de quien ha entregado su vida a la Palabra.

FL: Ni iconoclasta ni atrevido, sólo honesto conmigo mismo y abierto a la reflexión y al diálogo. La literatura está ahí gracias al mundo de las palabras.

— ¿Qué piensan del final de la Literatura en una sociedad cibernética, , acosada por de todo tipo, incluso intelectuales? ¿Cómo sobrevivir entre tanta incultura y pensamiento líquido? ¿Se convertirá la Literatura para el escritor del futuro en una especie de protección personal, de medicina reparadora?

FL: La literatura estará siempre ahí, sea el que sea el medio para expresarla. Discrepo de toda visión pesimista o catastrófica. Procuro no caer en la paranoia de «manos negras». La literatura ha sido siempre una expresión de élite intelectual. Los medios no lo son todo. Desgraciadamente hay quién se cree que si no estás en los medios no existes.

SC: La literatura es la luz que nos ilumina entre tanto intento fracasado de influencer- escritor. La única forma que tiene la literatura de sobrevivir está en la verdad, el literato debe creérselo. Debe estar encima de Netflix, Hollywood, los coach de la New Age; encima de todo. La literatura es la pirámide perfecta.

— ¿Por qué los escritores no tienen ya presencia mediática (solo los premiados a nivel nacional e internacional)? ¿La Literatura actual ha sido por lo comercial? ¿Cómo resistir en esta tesitura y para qué resistir?

SC: Volverá a resurgir. A la Literatura le hace falta un mesías para que vuelva a resurgir comercialmente, pero eso no importa. No importa vender, importa existir aunque sea para unos pocos iluminados. Hoy muchos se llaman escritores, pero no lo son, objetivamente, porque no leen ni han entregado su alma a la santa literatura. Son el cáncer de hígado de la literatura. Solo hacen el ridículo social escribiendo malamente, tras-tras.

FL: No me preocupa la presencia mediática. Lo que me preocupa es escribir bien a sabiendas de que hay muchísimos escritores a las que no llego a la altura de sus zapatos.

— Leer o escribir ¿dónde se sienten mejor? ¿Lectura o relecturas? ¿Aceptan las influencias? ¿Conseguimos crear nuestro propio «espacio literario» o esas influencias marcan el camino?

FL: Claro que se puede conseguir un espacio literario. Pero en lo que a mí concierne, nunca lo he perseguido. Si tengo una influencia la acepto. El tiempo y el trabajo me librarán de ella. Leer es un placer pero donde me siento mejor es escribiendo.

SC: En este momento de mi vida prefiero leer. Hay que leer y releer, aceptar las influencias y crear estilo. Se puede imitar como lo hacía Shakespeare, pero bien; muy bien si no se cae en lo que está pasando en Canarias. Unos imitan a los otros, así estamos a la cola de las literaturas universales quitando a Tomás Morales y a dos o tres.

— ¿Es el escritor un con la vida práctica? Escribía Josep Plá que «nada de lo que escribo existe en la vida real» y Lorca «bendito este trabajo me lleva a la inutilidad»...

SC: La literatura es el arte de la dualidad: utilidad e inutilidad, comunicar e incomunicarse con el mundo.

FL: Hay miles y miles de escritores en la vida práctica. Algunos se incomunican ellos mismos.

— ¿Qué piensan del canon literario, de la moda de la novela negra, la novela histórica...?

SC: Me parecen fenomenal las modas. Yo no estoy en ellas, nunca he estado.

FL: Son rachas, fluctuaciones, pero tienen su lugar, no hay por qué denostarlos.

— ¿Qué experimentan al escribir y ? ¿Su libros reponen, restauran, añaden a la realidad algo que le falta o son sus obras una realidad en si misma?

FL: Creo que Fayna, la canaria es la realidad misma y aporta una visión sin maniqueísmo.

SC: Mi libro es un regalo para mis contemporáneos, para todos los pueblos de la tierra y para mis nietos. Ese libro es como el hijo que renuncia a la autoridad paterna, ya no me pertenece.

— Al no poder el escritor abarcarlo todo ¿es cada libro un ?

SC: El libro es tan eterno como dios.

FL: Pensar que cada libro es un fragmento de eternidad me parece una pretensión supina.

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