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— En sus obras usa elementos como el humor y el absurdo. ¿Es más difícil sorprender al público de hoy que cuando empezó a trabajar en estas cuestiones en los años 60? ¿Es difícil estimular a personas que ya están sobreestimuladas por la saturación de imágenes?
— No intento sorprender a nadie. Yo hago mi trabajo, si le sorprende es su problema. No intento nunca sorprender ni provocar. Tampoco pretendo hacer obras humorísticas. Simplemente, en la vida cotidiana te ríes y lloras, haces de todo y en el arte también. A veces hago una obra y la gente se ríe. Si la encuentra divertida, muchísimo mejor, pero no es mi objetivo. Es mucho mejor hacer reír que llorar y, en este mundo, actualmente, hay muchas más razones para llorar. Compensar esto con el humor en el arte me parece que es una idea muy buena, pero no intento hacer reír a la gente, aunque hay cosas con las que la gente se ríe. Tampoco intento sorprender. Estamos tan sumergidos en imágenes a través de los medias que actualmente para sorprender a alguien tienes que colgarte de la luna. Quizá eso le sorprendería a alguien, a lo mejor.
— La estética minimalista es una de sus herramientas. ¿Es más potente este lenguaje desnudo y sobrio para hacer llegar su mensaje?
— Me preguntas como si yo hiciera las cosas para la gente. No hago cosas para la gente, las hago para mí. Cuando pienso una obra, lo que hago es quitar cosas. Me digo: esto no es necesario, lo quito; esto tampoco, fuera. Si te fijas en esta exposición, todo lo que hay es necesario para la idea. No adorno nada. Lo que sea necesario, lo dejo. Lo que no, lo quito. En algunos casos me permito ciertas libertades. Por ejemplo, cuando hago una obra comprometida, como ocurrió en Fuenlabrada, donde usé 109 sillas que representaban a las mujeres asesinadas en casos de violencia de genero durante el año 2015. Ahí, por ejemplo, me permito incluir un elemento aunque quizá la instalación fuera mejor sin este elemento, pero este elemento era absolutamente necesario para mí porque todas las personas que entraran en la exposición tenían que enterarse de que ese año en España habían sido asesinadas por violencia de género 109 mujeres según las estadísticas oficiales, seguro que fueron algunas más. En ese caso, me permito añadir un elemento porque lo que me interesa no es la estética sino transmitir un mensaje y quiero que quede lo más claro posible.
— Fue una pionera de la en España en unos tiempos muy oscuros y encima era mujer, ¿se sintió incomprendida?
— De repente empecé a trabajar en el grupo ZAJ, con Juan Hidalgo, Walter Marchetti y Ramón Barce. En aquel entonces comprendí que el franquismo políticamente era una cosa y tenía su propia estética. Era evidente, para mí y para ellos también, que la estética franquista no nos interesaba para nada. De la misma manera que nos alejábamos y estábamos en contra de una serie de políticas que se desarrollaban en España, también estábamos en contra de una estética que no nos convenía. Naturalmente, vas por otro camino y sabes que en la vida todo tiene un precio. Sabía perfectamente que haciendo eso iba a tener lo que tuve: la incomprensión, el olvido, que la gente se riera de ti... A mí no me ha importado nunca nada. Una vez que sabías que estabas dispuesta a pagar ese precio, todo te parece difícil, pero también pasaba lo mismo en la vida fuera del arte. La vida también era complicada para mí y correspondía a esta complejidad y estas dificultades. No he tenido la sensación de ser una víctima, ni de ser una artista olvidada. No he pensado eso porque ya lo sabía desde el principio.
—Entonces fue como una carrera de resistencia.
— Claro, pero ¿para cuántos españoles que no hacían arte en Francia no fue una carrera de resistencia? ¿Para cuántos obreros? ¿Cuánta gente tuvo que marcharse? Y todavía fue más duro para ellos que para nosotros, los artistas. Quieras o no, el arte tiene cierto estatuto que te protege. A nosotros nos tenían por locos, y a los locos no se les mete en la cárcel, se les lleva al manicomio cuando se puede.
— La marcó un punto de inflexión en el arte, ¿cree que la acción mantiene su vigencia y su poder rupturista o estamos tan acostumbrados a ver de todo que la hemos desactivado?
— Cuando se empieza a hacer algo nuevo siempre hay una reacción a favor o en contra en el público, en los críticos, en los intelectuales, en los profesores, etcétera, porque no se entiende, porque no ha habido tiempo de analizarlo. Pero en un momento determinado los profesores, los críticos y los alumnos empiezan a verlo, a reflexionar sobre ello y el público, lo mismo. Cuando es poca gente la que hace algo nuevo sorprende, pero cuando son miles de personas las que hacen lo mismo, no sorprende. Hoy en día hay miles de pintores, escultores, cineastas y performers. Para sorprender a alguien haciendo una performance no sé qué hay que hacer: tirarse del Empire State, sin paracaídas, claro.
— ¿Qué significó ZAJ para usted?
— Significó 30 años de trabajo y de convivencia. De aprender mucho los unos de los otros y de aprender mucho haciéndolo porque la performance, en esa época, había que inventársela. No era como ahora, que dan clases de performance. Nosotros nos la inventamos. No quiere decir que los nuevos artistas sean más tontos que nosotros. A los que trabajan conmigo les digo que tienen que inventar la performance que hay que hacer hoy. La performance es como todo. Los dinosaurios desaparecieron. Pues en arte igual. Hay movimientos que aparecen y desaparecen. La performance evoluciona para bien o para mal. Lo que me sorprende es el criterio de la gente a la hora de juzgarla. Ves una película mala malísima o escuchas música inaudible y no pasa nada, pero si ven una performance que no les gusta todo el mundo se escandaliza.
— ¿Qué le unió a Juan Hidalgo? ¿En qué se parecían?
— En nada. Éramos totalmente diferente los tres. Cada uno tenía sus cabezas, sus manías, sus gustos y sus preferencias. Lo que nos unía es que los tres teníamos la misma idea de lo que queríamos hacer en el arte y queríamos trabajar juntos porque íbamos en la misma dirección. La prueba es que trabajamos 30 años. Tengo una performance basada en el poema de Machado Caminante no hay camino. Este poema me ha influido muchísimo en la vida. En el camino te encuentras con los que van en la misma senda o con los que cruzan el camino. En un momento determinado, me crucé con ZAJ. Ellos me buscaron en realidad. Vivía en San Sebastián y un pintor vasco, José Antonio Sistiaga, me dijo: van a venir unos chicos que hacen estas cosas y necesitan a una chica –en ese momento no se llamaban performance ni nada– y he pensado que la única persona que puede hacer eso eres tú. Yo dije; de acuerdo. Nos encontramos, me explicaron lo que iban a hacer y les dije; lo hago, pero a mi manera. Fuimos a cenar después y me dijeron: nos interesaría seguir trabajando contigo. Les dije sí y pasaron 30 años. Fue un cruce de caminos. Es lo importante de andar, de avanzar en un camino. Luego me he encontrado a más gente que me ha condicionado, que me ha ayudado y que me ha gustado.
— ¿Se distanciaron? Aquí ha hecho alguna , pero no ha venido mucho por la isla.
— Vine durante la época ZAJ. Después no he venido aquí. ZAJ terminó en 1996, cuando hicimos la exposición en el Reina Sofía. Nosotros, en realidad, no habíamos hecho obras juntos. Cada uno hacía su propia obra y luego lo hacíamos los dos, o los tres, según las necesidades de la performance. Siempre habíamos trabajado juntos y separados, incluso en la época ZAJ. Entonces, cuando terminó ZAJ, seguí haciendo performance y exposiciones como las hacía antes y Juan Hidalgo también.
— Aparte de Juan Hidalgo, ¿tiene más lazos con Canarias?
— Los primeros que nos invitaron a Canarias fueron Carlos Díaz Bertrana y Carlos Gaviño.
—¿Por qué eligió París para vivir?
— Había vivido en París a finales de los 50 y principios de los 60. Luego volví a España a estudiar y, después de que John Cage nos organizara el viaje por Estados Unidos en el 72, al volver, Franco aún estaba en España. Sentí que estaba saturada. Me dije: no puedo vivir más en este país. Yo nací en la Guerra Civil española, en el 37. Viví toda mi infancia y mi juventud en el franquismo. Al volver a España, después de la gira por Estados Unidos, dije: «no soporto esto ni un día más». Me fui a París siempre pensando en irme a otro país pero me encontré con el que actualmente es mi marido.
— ¿Qué significa la silla para usted?
— Me encantan las sillas. Me gustan muchísimo. Cuando encuentras una silla, piensas en la humanidad. Es antropomorfa. La ves, e imaginas a la persona sentada. Eso me fascina de la silla y lo que me encanta de las sillas es que, con la cantidad de sillas que se han diseñado desde la aparición de la silla, se siguen diseñando sillas nuevas. La evolución de la silla llenaría un museo. Además, me gusta más estar sentada que de pie, sobre todo ahora, que estoy vieja. Pero cuando se empezaron a hacer acciones nuestro objetivo era trabajar con cosas de lo cotidiano. Introducir lo cotidiano en el arte, pero de verdad. Sin mistificaciones y no hay nada más cotidiano que una silla. En todas las casas del mundo, incluso en las más pobres, hay una mesa hecha con palets y una silla. Si ves las fotos de las performance de la época verás que hay muchas sillas. Mi fascinación por la silla es anterior a todo esto. Hay muchas razones.
—¿Hasta qué punto el espectador es artífice de su obra?
— En la performance creas una situación y en esas situación estamos todos, todos somos protagonistas. Incluso aunque te vayas. No hay escape. Cuando hay una obra plástica, hay un diálogo entre la obra y el espectador. Ahí, el artista no tiene nada que decir. Por eso no me gusta explicar las cosas. Que interpreten lo que quieran, porque todas las interpretaciones son válidas, cualquiera, aunque la rechacen o la nieguen. Me parece interesante. Hay que dejar al espectador que establezca su propio diálogo. La exposición que hice en el Reina Sofía se titula así: Todas las interpretaciones son válidas. La gente puede entender lo que quiera. Es su derecho y enriquece la obra.
— Tiene cerca de 82 años y está estupenda, ¿sigue creando?
— Cuando tengo ideas. Ahora estoy trabajando mucho los números primos. En la Bienal de Miami, con uno de mis galeristas, expondré en solitario un trabajo sobre este asunto.
— Usted siempre ha sido feminista, ¿es optimista ante la cuarta oleada feminista?
— Quiero ser absolutamente optimista. Mi generación dio un paso hacia delante, pero no daremos un paso atrás. Para que demos un paso atrás, nos tendrán que matar. Yo felizmente veo que hay una generación de jóvenes que tienen las cosas claras y que tampoco se van a dejar hacer. Pero ser feminista es muy cansado. Yo siempre digo, seré feminista mientras sea necesario, pero me encantaría que no fuera necesario. Pero la misoginia no solo está en la sociedad, está en el arte y en todas partes.
—Además ha habido una fuerte reacción frente a este avance.
— Era de esperar. Esta violencia contra las mujeres es porque el hombre no ha hecho la misma reflexión que hemos hecho sobre qué es ser una mujer y ser un hombre. Nosotras llevamos muchos años pensando qué es ser mujer, qué idea y qué imagen queremos de nosotras mismas y estamos rompiendo todos los prejuicios y arquetipos creados por los hombres. Ahora hemos dicho: se terminó. Nosotras decidimos qué hacemos con nuestro cuerpo, qué hacemos con nuestro trabajo, qué hacemos con nuestra inteligencia. Somos nosotras las que decidimos. Eso les da rabia. No es estar en contra de sus opiniones. Es no hacer ni caso de sus opiniones, excepto cuando no queda más remedio que oírlas para estar en contra. Pero una feminista no debe situarse contra los hombres. No me sitúo contra los hombres. Me sitúo donde yo quiero situarme. Ellos lo ven como si te situaras en contra de ellos. Eso es una muestra de egoísmo por su parte. No perderé mi tiempo en situarme en contra. Me sitúo donde quiero estar, si les molesta no es mi problema.
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