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«Deja el cerebro en casa y déjate llevar»

«Deja el cerebro en casa y déjate llevar»

Déjate llevar. Deja el cerebro en casa y déjate llevar por las sensaciones.... Además, la obra dura una hora y poco», con esta recomendación sobre Sueño, entre risas, despide Nathalie Poza la entrevista telefónica.

Lunes, 22 de enero 2018, 05:00

Como «una comedia trágica» se presenta Sueño. Pero esta etiqueta y cualquier otra se queda corta a la hora de definir este montaje, que se podrá ver sobre el escenario del teatro Cuyás de la capital grancanaria, los días 27 y 28 de enero, a partir de las 20.30 y las 19.00 horas, respectivamente. Y es que transitar por un universo en el que lo real y lo onírico se fusionan con naturalidad sobrepasa cualquier compartimento estanco.

Dos son los puntos de partida de la obra. Por un lado, las comedias shakespearianas, sobre todo, Sueño de una noche de verano. Por otro lado está Felicidad, una obra que Andrés Lima estrenó en París, inspirada en el fallecimiento de su padre.

«El arranque de la obra es una persona mayor, inspirada en su padre, que, en determinados estados etílicos, ve que su final se acerca. Por eso, decide aferrarse a sus primeros amores, al placer, al hedonismo... a la vida, al fin y al cabo», explica Nathalie Poza, que recibió a comienzos de semana el premio Forqué a la mejor actriz por su papel en No sé decir adiós, película dirigida por Lino Escalera.

El reparto que integra Poza junto a Chema Adeva, Laura Galán, Ainhoa Santamaría y María Vázquez, muta y se multiplica, para dar vida a antiguos amores con los mismos nombres de los personajes de Sueño de una noche de verano y otros de personas reales. «Algunos nombres se cambian por nuestras propias experiencias. Se trata de un guiño para que cualquier espectador se pueda ver reflejado. Así, rememorará a la primera persona o a las personas con las que te pasó algo importante, tanto a nivel emocional como sexual», apunta la actriz.

Para Sueño, desde los talleres iniciales en los que comenzó a darse forma a la propuesta, se fulminaron las fronteras. «Se mezcla todo con el objetivo de ir a la esencia, hacia donde no hay géneros definidos. Por eso, en la obra Ainhoa Santamaría y yo cambiamos de género sin que se note, de forma muy sutil. Paso a decir que me llamo Andrés sin que sea necesario que me caracterice, porque la obra rompe todo tipo de limitaciones», señala. Por esto, la actriz suele definir la obra como una pieza «transgénero», en la que la comedia acerca a la muerte y la tragedia a la vida.

«En la obra se habla en verso y en prosa. Siempre en tono de comedia. Se trata de una comedia muy extrema, que habla de los dolores y de las pasiones más profundas del ser humano», señala.

«No hay término medio con Sueño. Hay que entrar en este viaje desde el primer minuto. Se entra o no se entra. La primera imagen que ve el espectador es a una persona que hace sus necesidades en el hospital, con el culo de cara al público. Es algo que estamos por vivir, pero que viviremos, porque la vejez genera los estados más vulnerables de los seres humanos. A veces, el público no quiere verlo, porque nos recuerda a alguien querido y a algunos pasajes de la vida que han sido difíciles», reconoce.

A la hora de entrar en la residencia de ancianos que se transforma casi en una discoteca, donde se desarrolla la historia de Sueño, los actores, apunta Nathalie Poza, fueron «a saco».

«Tenemos que entrar a por todas en cada escena. No hay una estructura dramática al uso. Al ser un universo onírico, la estructura no es realista. La luz, la música, la escenografía... todo tiene mucho peso. La residencia, donde todo es mortecino, de repente se transforma en una discoteca y en un bosque trance, donde las personas mayores de repente son jóvenes», explica.

La meta es «envolver al espectador» dentro de este mundo real y fantasioso, en el que los actores primero se pasaron de rosca, para después plegar las velas.

«Es mejor pasarse y después irnos conteniendo a medida que se ensaya. Ahora, la obra la tenemos muy agarrada, aunque en cada función nos sigue sorprendiendo. Siempre hay una parte del actor que tiene que mirar desde fuera. Si te metes demasiado, te pierdes. Tienes que mantener un cierto control para que la obra no te devore», afirma.

En esta obra, como suele ser habitual con Andrés Lima, «los actores y el texto no son lo más importante». «La puesta en escena, la iluminación, la música, como ocurría con Berlín, el vestuario... todo son personajes. En ocasiones, te dan la entrada a la escena. El técnico de sonido es un actor más y disfruta muchísimo. Es como en un cuadro. Los actores no somos más que una pincelada. Eso también es un alivio, porque no te obliga a llevar todo el peso del montaje», apunta con ironía.

En estas apuestas tan arriesgadas, la actriz reconoce que siempre pasa por algún momento de crisis. «Me sucede en los trabajos de este tipo. Me pasó también con la película No sé decir adiós y con el montaje sobre Berlín, de Lou Reed. Si no hay conflicto, es que lo que haces es un coñazo. Si estás muy cómodo, es que algo va mal. Cualquier propuesta que merezca la pena se alimenta de estas dudas. Los que están a mi lado son los que me recuerdan que siempre se repite algún momento así en cada uno de mis proyectos», dice entre risas.

Mientras disfruta de los reconocimientos en forma de premios de la película que protagonizó junto a Lino Escalera y sigue con la gira de Sueño, la actriz madrileña prepara nuevos proyectos. «Estoy a la espera de que se cierre un proyecto escénico, para 2019, que me sacaría de España. Es algo que me apetece muchísimo. También barajo otros proyectos teatrales y en breve empiezo a rodar 70 Bin Laden, de Koldo Serra, junto a Emma Suárez», explica.

Antes, esta semana, aterriza en Gran Canaria. «No sabes lo que me gusta vuestra tierra. Me gusta mucho la gente. María Vázquez y yo decidimos alojarnos en un hotel, frente al mar, aunque quede un poco lejos del Cuyás. Pero tengo que aprovechar para meterme en la playa y pisar la arena», reconoce.

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