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«Como escritor pienso lo menos posible. No sé hacia dónde voy. Empiezo siempre con una imagen. En el caso de El boxeador polaco, se trataba del número que mi abuelo llevaba tatuado en el brazo. Para mí es como una fotografía a partir de la que dejo que la historia se abra ante mí», explica por teléfono desde Barcelona durante una parada de un viaje relámpago para promocionar este volumen, que vio la luz por primera vez en 2008 y que la crítica especializada considera una pieza clave de la literatura latinoamericana reciente.
La historia de ese abuelo judío y polaco que sobrevivió al exterminio nazi convive con otras historias como las de un pianista serbio, un indígena maya que se debate entre sacar adelante a su familia o fomentar su amor y talento por la poesía, entre otras. En esta ocasión, Libros del Asteroide incluye La pirueta, que posteriormente se editó en solitario, para respetar el esquema original.
¿Estamos ante un libro de relatos o ante una novela? Tras escuchar esta pregunta, Eduardo Halfon primero ríe y después contesta. «Es un libro de cuentos o es una novela. Depende de quién la publique. En Estados Unidos y en Alemania entienden y publicaron El boxeador polaco como una novela. Yo no trato de opinar, prefiero que lo haga el propio lector. El problema viene cuando es la editorial la que me cuestiona. Yo creo que es ambas cosas, una novela y un libro de cuentos», señala.
Reconoce, eso sí, que fue escrito «como si fueran cuentos». «Se desarrollan como distintos episodios en la vida de un narrador, más que como relatos sueltos. Lo escribí como un texto cerrado. Empecé con un pequeño relato y luego lo fui juntando, siempre con el mismo narrador, lo que lo hace muy orgánico. Todos están muy conectados y unos resuelven otros, aunque a veces no lo parezca. Creo que así se va creando una novela episódica. Desde luego, lo que no se trata es de un libro de relatos tradicional», explica.
Eduardo Halfon deja claro que El boxeador polaco no es una isla desierta dentro de su trayectoria literaria. Es una parada conectada a otras dos y puede que a una más. «Le siguieron SignorHoffman y Duelo. Se ha dado una especie de serie o conjunto de relatos que se pueden leer como un todo. Existen traducciones que incluyen los tres volúmenes. Se publicará todo en un solo volumen y lo voy escribiendo según se me va dando», avanza.
Puede sorprender que el libro no arranque con el relato en el que su abuelo, para su propia sorpresa, le contó el origen del tatuaje que llevaba en el brazo. «Funciona mejor como tensión no empezar con El boxeador polaco. Empecé la escritura de la misma manera en la que se ha publicado. Pero la historia se me colaba, se asomaba y escondía. Al final, creo que casi todo el libro se puede leer como una novela y que el boxeador polaco que le salvó la vida a mi abuelo es como un fantasma», reitera.
Reconoce que esa historia puede considerarse como «un hilo conductor». Pero no es el único. «Hay más hilos conductores. Años después, descubrí otros. Creo que existe un fracaso de la razón. De ahí el académico que cuenta chistes, el pianista clásico que quiere ser jazzista... está la muerte de la razón. Los fallos de la razón unen a estos personajes. Refleja un proceso que estaba viviendo en el momento en el que escribí el libro. Fue justo el instante en el que dejé a un lado la ingeniería», reconoce.
Y es que Eduardo Halfon deja claro que escribe «sobre vivencias, sobre pequeñas historias, casi anécdotas», a partir de las que después aparece «la profundidad». «Yo ya había escrito mucho cuando se comenzó a hablar sobre escribir en torno a la identidad y la memoria. Creo que ambas figuran en El boxeador polaco y en los demás libros de esta serie de forma subconsciente, a pesar de la memoria», asegura.
Puede parecer anecdótico que estudiara ingeniería, pero este escritor que reside en París reconoce que esa formación tiene su impronta en su forma de concebir la literatura. «En mis relatos, que parten de vivencias o de una idea, siempre existe una ingeniería a posteriori. Tanto para juntar los relatos como para acabarlos. Cada relato juega con los que tiene a su alrededor. Existe un andamio, que no tiene fin. No sé cuál es su fin, porque desconozco lo que vendrá después. Soy tan lector de mis historias como tú, porque no tengo ni idea hacia dónde me llevan», subraya.
Esta serie transita de la mano de un narrador que es tanto Eduardo Halfon como una ficción. «Lo único mío en ese narrador es la biografía. No soy yo, porque para empezar tiene otro carácter. Tiene mi contexto, nació en Guatemala, como yo, pero somos muy diferentes. Por ejemplo, yo no fumo y él no para. Para mí es como un marioneta a la que puedo poner palabras en la boca. Mis ideas políticas están presentes, por su puesto. Pero de una forma tácita o implícita. No caigo en el politiqueo, porque eso no es literatura. La literatura va por otro lado. Eso no quita que mis pensamientos y posturas se cuelen en mis historias», deja claro.
Esa naturalidad y ese dejarse llevar por el destino o por las sorpresas del día a día marcaron también su desembarco en el oficio con el que hoy se gana la vida. «Nunca lo decidí. Fue un proceso accidental y espontáneo. Descubro la literatura con 28 años. Muy tarde. Entonces es cuando empiezo a leer mucho y eso me lleva a comenzar a escribir. Escribir para mí es una reacción a leer demasiado. Fue una reacción muy accidental. Me caí dentro de la lectura y cuando me di cuenta ya estaba escribiendo. Fue algo muy orgánico y natural. Las complicaciones vinieron después», comenta entre risas.
Eduardo Halfon dejó Guatemala cuando era un niño junto con su familia. «En Guatemala aprendí a leer en castellano, aunque mi lenguaje fuerte es el inglés», ya que su segundo destino fue Estados Unidos. A día de hoy, el autor de Monasterio (2014) y Biblioteca bizarra (2018) asegura que «escribe en castellano, pero piensa en inglés y en español». «Leo más rápido en inglés, con una mayor concentración. Si elijo un libro en alemán, busco una traducción en inglés. Pero después siempre escribo en castellano», aclara.
Ese bilingüismo queda patente en su forma de escribir, reconoce. «Se ve en las estructuras que utilizo. Empleo demasiados adverbios, algo que es más normal en el inglés. Unas veces lo corrijo, pero otras veces lo dejo, porque funciona muy bien. Es muy interesante vivir entre dos lenguas, aunque al principio fue algo difícil».
«Terrible». Así define la situación que vive su Guatemala natal, que dejó a los diez años, cuando su familia «obtuvo la visa para entrar en Estados Unidos». «El país ha padecido gobiernos nefastos. La corrupción y la pobreza son terribles. Llevamos décadas así y ahora hay un resurgir de cierto tipo de gobierno entre militar y populista. Pero lo que impera es un sistema corrupto que mantiene al pueblo soterrado», lanza sin ambages.
Cuando arrancó su «enamoramiento» de la literatura, como él mismo la califica, entre sus lecturas apunta que estuvo el grancanario Benito Pérez Galdós. «Tuve mis etapas. Primero empecé por los cuentistas de Estados Unidos, porque vivía allí. Después los latinoamericanos y luego los rusos, franceses, españoles...», apunta este escritor que manda recuerdos al «amigo Juancho Armas Marcelo». Desconoce que forma parte del comité organizador del Festival Hispanoamericano de Escritores. «Me encantaría que me invitaran», dice cuando se le explica su contenido y desarrollo. Igual, con suerte, en Los Llanos de Aridane aparece una nueva imagen para otra escala de ese alter ego ficticio de Eduardo Halfon.
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