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Villar: «Vuelvo a mi tierra con esa vida alternativa que es la literaria»

Villar: «Vuelvo a mi tierra con esa vida alternativa que es la literaria»

La Feria del Libro, ya instalada en San Telmo, recibirá a Domingo Villar este miércoles a las 13.30 horas, con su novela de la saga de Leo Caldas, ‘El último barco’.

Martes, 30 de abril 2019, 06:00

Las Palmas de Gran Canaria

— En su libro,, aparecen personajes que oyen pero no contestan; que no dicen que han visto cosas, pero en realidad no las han llegado a ver. ¿La idiosincrasia gallega, ese sí pero no, le ayuda mucho a mantener el misterio en sus novelas?

— Sí, ayuda, sobre todo a que resulte verosímil la construcción del juego de luces y sombras que supone una novela negra. En Galicia digamos que tenemos una forma menos directa que en otros lugares de referirnos a las cosas. Nosotros nos entendemos de maravilla, pero plantea ciertas incógnitas.

— El detective Leo Caldas también es bastante misterioso, al menos en lo que respecta a su personalidad que aparece también bastante indefinida.

— Es un poco melancólico, un poco tranquilo. Yo sí tengo una idea clara de lo que es Leo Caldas: es un policía al que, más que el rigor policial o el sentido estricto del deber, lo mueve la compasión; saberse en la disposición de poder aminorar el dolor de la gente afectada por un hecho criminal. A ese afán se consagra creo, casi siempre lo que lo mueve es esa compasión, ese apiadarse del prójimo.

— En su obra el paisaje sí que aparece definido con precisión, ¿su intención es trasladar al lector a Vigo?

— Mi principal propósito es trasladarme yo mismo. Dejé Galicia hace años. Vivo en Madrid. Coincido plenamente con Hemingway que decía que quien escribe mejor de un lugar es quien se ha marchado. Lo que consigo es estar de vuelta en mi tierra a través de esa vida alternativa que es la literaria.

Emplea un lenguaje muy directo con diálogos muy precisos. ¿Es difícil trasladar con realismo el lenguaje verbal?

— El esfuerzo mayor que yo hago cuando escribo es, por un lado, lograr buscar la mayor verosimilitud y, por otro, que el lector entre con facilidad en la historia. Para eso es importante que los diálogos resulten naturales, y que tanto los diálogos como las descripciones fluyan de manera que al lector no se le enganche la chaqueta en una esquina mientras se desliza por la historia.

Hablando de realismo, ¿es usted galdosiano?

— Soy mas de Álvaro Cunqueiro, de un realismo un poco mágico, que es el que tenemos en nuestra tierra. Cunqueiro decía que tenemos una relación difícil con la realidad porque somos antropológicamente complejos, que somos crédulos y descreídos al mismo tiempo.

En este tercer libro parece haber supuesto la consolidación de su carrera como autor de novela negra. ¿Invierte muchos años en cada libro? ¿Es de escritura lenta?

— Sí, entre la publicación de La playa de los ahogados y El último barco han transcurrido diez años. No es tanto de lentitud, como el hecho de dedicarle el tiempo que la obra necesite. El literario es un oficio artesano, como trabajar la madera o la cerámica. Exige elegir muy bien las materias primas –que son los personajes y los paisajes– y dedicarles el tiempo que necesiten, ni un minuto menos. Como en todos los oficios hay un lugar para la incertidumbre. Se sabe cuándo comienza un trabajo, pero no cuando llega el final.

— Su libro incluye personajes reales, ¿están contentos de cómo han quedado?

— Yo creo que sí. Han sido audaces al permitirme hacer de ellos personajes literarios, pero creo que para ellos ha merecido la pena este paseo por la ficción.

No sé si para tramar la historia de pensó una estructura de laberinto con muchos callejones sin salida, ¿cómo lo hace para mantener misterio a lo largo de 700 páginas?

— Parto de muchos sitios distintos. No soy capaz de plantearme el libro desde el inicio como una novela de 700 páginas. Si lo hiciera así, me ahogaría en las primeras brazadas. Lo que sí me planteo es escribir los capítulos como primeras etapas, como cuentos. Dotarlos de un comienzo, un nudo y un desenlace y trabajarlos como si fueran una única obra que deja la puerta abierta para el cuento siguiente. Y así, poco a poco, a base de pequeños capítulos, soy capaz de llegar al final de la historia. Los capítulos son como los peldaños de una escalera.

En su libro retrata costumbres y tradiciones. ¿Qué aspectos de la cultura le interesa dejar reflejados en sus novelas?

— No es tanto un interés como un reflejo de la cotidianeidad que se respira en las rías gallegas. Como sucede también en cierta medida en las islas, hay espacios para grandes ciudades y puertos, pero también paisajes más descansados y lugares donde aún se puede encontrar la tranquilidad. Hay lugares para trabajos súbitos y vertiginosos y para otros oficios que se hacen más despacio, con una fermentación más lenta.

Vigo y sus alrededores son el escenario principal de sus novelas, ¿se han creado rutas para seguirle los pasos a Leo Caldas?

— Sí, de los otros libros se han hecho rutas y de El último barco todavía está por ver. Lo único que sé es que, más que cualquier crítica, lo que más me enorgullece de mi obra es saber que alguien ha sentido el deseo de conocer mi tierra siguiendo las huellas de mis personajes.

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